Historia
Esta era la música que sonaba cada día a las 5,30 de la mañana en el edificio de San Jerónimo
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7 meses agoon
El primer día de clase en el colegio San Jerónimo de la Plaza de San Andrés fue el 30 de septiembre de 1629 cuando fueron recibidos los primeros Colegiales hace 391 años.
12 alumnos fueron los primeros que iban a recibir enseñanza durante 3 años. En concreto las tres cátedras que se impartían en el edificio del Colegio de los Jesuitas hoy Colegio de Santa Isabel eran Arte, Teología y Moral.
Una de las fachadas destruidas de San Jerónimo de Marchena que da a la plazuela de San Andrés. Parte del edifcio fue demolido en los 80 por orden del Alcalde para repartir jornales del PER siendo Alcalde Manuel Ramirez Moraza y concejal de Cultura Fernando Alcaide Aguilar.
El colegio estuvo en activo hasta el año 1767, 140 años y por él pasaron alumnos de toda Andalucía. Los alumnos tenían que pasar un examen y un expediente de limpieza de sangre, según investigación de Jorge Pérez Cañete. En 1767 y expulsados los jesuitas de Marchena a punta de pistola, el edificio se convierte en Hospital tal y como había previsto el fundador en su testamento.
La Historia del colegio Jesuíta de Marchena se conserva en los archivos de San Sebastián de Marchena y fue objeto de un trabajo de Jorge Pérez Cañete que se puede comprar en Amazon.
El curso empezaba en octubre. Cada día la campana sonaba a la 5:30 de la mañana avisando a todos para levantarse. Un mozo se encargaba de encender las velas de las habitaciones y luego volvía a comprobar que se habían levantado. A las 6 acudían a la capilla donde rezaban arrodillados y cantaban el himno Veni Creator Spíritus y escuchaba una oración por boca del Rector. Ya estaba preparada la despensa, la leña para los meses del frío, y las medicinas en la botica.
Antes de las clases todos formaban en la portería con un manto y una beca para salir de dos en dos camino del Colegio de la Compañía es decir Santa Isabel. Volvían para el almuerzo a las once de la mañana en invierno. Almorzaban en silencio y con mucha modestia con los ojos bajos. Mientras comían el semanero leía despacio y alto un capítulo de la Sagrada Escritura. Cuando el rector desdoblaba la servilleta podían empezar a comer y solo cuando él se levantaba lo podían hacer los demás.
Cada alumno debía traer consigo una cama, dos colchones, cuatro sábanas, un par de camisas, una Biblia y un ejemplar de los Cánones y un libro de Aristóteles. Todo lo demás, comida incluída era proporcionado a los alumnos por el colegio.
En 1609 el clérigo González Fernández, hijo del médico Pedro Sánchez dejó en testamento todos sus bienes, valorados en más de siete millones de maravedíes para la fundación del colegio de San Jerónimo, en la Plaza de San Andrés para estudiantes pobres que quisieran ser clérigos, dependiente del Colegio de la Compañía de Jesús (1567) creado por doña María de Toledo esposa de Luis Cristóbal Ponce de León.
En 1618 se decide su ubicación en la Plaza de San Andrés. El nuevo edificio fue levantado por el maestro albañil de Ecija Mateo Orellana. En 1629 se contrata a un cantero de Cabra la ejecución de la portada principal incluyendo la estatuta de San Jerónimo.
La portería daba acceso a la planta baja controlando el acceso al edificio además de las habitaciones de los colegiales y de la Sala rectoral. El colegio tenía cocina, despensa, junto a la cocina, un refectorio, un granero y una capilla a la que se podía acceder directamente desde la calle Compañía y que estaba decorada con un cuadro de San Jerónimo.
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Historia
Juan Francisco Pimentel, el noble de madre marchenera que Velázquez inmortalizó en lienzo y en la historia
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6 horas agoon
8 mayo, 2025
Juan Francisco Alonso Pimentel y Ponce de León, VII duque de Benavente, dejó una huella indeleble en la historia de la monarquía hispánica, no solo por sus títulos y linaje, sino también por su influencia política, cultural y su imagen captada por el pincel de Diego Velázquez.
Descendiente directo de dos de los linajes más poderosos de Castilla y Andalucía —los Pimentel y los Ponce de León—, Juan Francisco personificó la unión de la aristocracia territorial con la elite cortesana. Como duque de Benavente, conde de Mayorga, conde de Luna y conde de Benavente, reunió una vasta red de dominios y privilegios. En 1648, fue condecorado con el Toisón de Oro, una de las más altas distinciones de la monarquía, reservada solo a los grandes de España y figuras influyentes en la diplomacia del imperio.
Pero fue también su papel como mecenas y cortesano distinguido lo que le llevó a ser retratado por Velázquez, pintor de cámara del rey. El lienzo, que hoy se conserva en el Museo del Prado, muestra a Pimentel con porte solemne, vestido de negro riguroso, símbolo de sobriedad y poder. Su presencia en esta galería de retratos cortesanos subraya su estatus y cercanía al centro del poder político y artístico del Siglo de Oro.
En la meseta castellana, la villa de Benavente fue durante siglos mucho más que una parada en el Camino de Santiago. Fue el núcleo del poder de una de las casas nobiliarias más influyentes de la Monarquía Hispánica: los Pimentel, condes —y luego condes-duques— de Benavente. Desde su imponente castillo-palacio, símbolo de su poderío territorial, tejieron una red de alianzas políticas, matrimoniales y artísticas que los convirtió en actores clave de la historia de España.
Uno de los capítulos más fascinantes de esta historia se escribió en 1595, cuando Antonio Alonso Pimentel, VI conde-duque de Benavente, contrajo matrimonio con María Ponce de León, hija de los III duques de Arcos. La ceremonia se celebró en Marchena, epicentro andaluz del linaje Ponce de León, en presencia del cardenal Rodrigo de Castro Osorio, arzobispo de Sevilla. Este enlace, cuidadosamente negociado mediante capitulaciones matrimoniales, no fue solo una unión amorosa, sino una alianza estratégica entre el norte y el sur del reino.
Además, la descendencia de este matrimonio continuó desempeñando roles significativos en la nobleza española. Por ejemplo, Juan Francisco Pimentel y Ponce de León, VII duque de Benavente, fue retratado por Velázquez en 1648, lo que evidencia su relevancia en la corte y su conexión con las artes.
Una cadena de alianzas matrimoniales
Este matrimonio no fue el único que unió a estos dos poderosos linajes. A lo largo de los siglos XVI y XVII, los Pimentel y los Ponce de León sellaron varios acuerdos matrimoniales que fortalecieron su influencia compartida.
En 1595, como se ha mencionado, Antonio Alonso Pimentel se casa con María Ponce de León, estableciendo el primer gran vínculo entre ambas casas.
En el siglo XVII, Luis de Guzmán y Ponce de León, hijo del III duque de Arcos, se unió en matrimonio con Mencía de Guzmán y Pimentel, reafirmando la conexión familiar y política. Ya en las postrimerías del siglo, Ignacia Juana de Borja y Centellas, descendiente de los Ponce de León, se casó con Antonio Francisco Alfonso Pimentel Vigil de Quiñones, XIII conde de Luna, reforzando de nuevo los lazos genealógicos y estratégicos entre los dos linajes.
Estos matrimonios no fueron fruto del azar ni del afecto individual: respondían a una estrategia de conservación y expansión del poder nobiliario, destinada a mantener la influencia sobre territorios, patronatos, rentas y cargos en la corte.
Poder, prestigio y política
Ambas familias eran pilares del orden nobiliario de los siglos XVI y XVII. Los Pimentel, estrechamente ligados a la Corona, ocupaban puestos en el Consejo de Castilla y eran protectores de numerosas villas. Por su parte, los Ponce de León, señores de Marchena y duques de Arcos, dominaban la Baja Andalucía con influencia sobre lo religioso, lo militar y lo artístico.
La alianza entre ambos linajes no fue solo política. También fue cultural y religiosa. Los documentos conservados en el Archivo Histórico de la Nobleza revelan el compromiso conjunto con el mecenazgo artístico. Entre estos compromisos destacan las obras en el Monasterio de San Agustín de Sevilla y en la iglesia de San Agustín de Marchena, donde el maestro mayor Alonso Moreno ejecutaba los proyectos arquitectónicos según las órdenes de la Casa de Arcos.
Hoy, el palacio de los Pimentel en Benavente sigue en pie como Parador Nacional, mientras que las huellas de su influencia perviven en archivos, iglesias y obras de arte repartidas por toda España. La historia de su alianza con los Ponce de León es un ejemplo brillante del modo en que el poder, la fe y la estética se entrelazaban en la nobleza del Siglo de Oro. Una historia que sigue hablándonos —con piedra, papel y devoción— del pasado que nos constituye.

El marchenero Luis Ponce de León, (Marchena 1605- Milán 1668) hermano del IV Duque de Arcos, fue uno de los más grande de la España de los Austrias, alcanzando los más altos cargos al servicio de Felipe IV. Virrey de Navarra (1646,) capitán de la guardia de Felipe IV (1648), embajador ante la Santa Sede (1659-1662) y gobernador de Milán. Su hermana Elvira fue nombrada Camarera Mayor de la Reina.
Con los Austrias, los Ponce alcanzan su cénit en el poder junto a la casa Real. En el 54, Elvira Ponce de León es nombrada camarera mayor de la Reina, puesto de los más importantes de la Corte, Luis Ponce era capitán de la Guardia Real con pleno acceso a la Familia Real y Rodrigo había sido Virrey de Nápoles en el 46.
Palacio Ducal de Marchena.
UNA VIDA PARALELA A LA DEL REY
La vida de Luis corrió paralela a la del Rey Felipe IV. Pasó su infancia en el palacio Ducal de Marchena, antes de trasladarse a Madrid justo el mismo año en que el Rey subía al Trono.
Retrato de Luis Ponce de León, Gobernador de Milán.
Sus familiares eran grandes de España por los cuatro costados y por eso con cinco años, fue nombrado caballero de la orden Alcántara. Cuarto hijo del Duque de Arcos Luis Ponce de León Zúñiga, y Victoria Álvarez de Toledo y Colonna, nieto del Gran Duque de Alba, Pedro de Álvarez de Toledo, gobernador del Milan en 1614. Sobrino y cuñado de Fadrique de Toledo, capitán general de la Armada y héroe de la reconquista de Bahía de 1625 que tras enfrentarse al Conde Duque de Olivares, murió encarcelado en 1634. Hermano del I Duque de Arcos, Rodrigo, Virrey de Nàpoles. Se casó en 1642 con Mencía Pimentel hija del capitán general de las galeras de Nápoles.
Todos sus hijos fallecieron en infancia, salvo María Atocha Guzmán Ponce de León, que fuera V condesa de Villaverde.
Mariana de Austria esposa de Felipe IV retratada por Velázquez.
CARRERA MILITAR EN FLANDES E ITALIA
Luis pasó su juventud la pasó luchando en la Guerra de los Treinta Años (1618 y 1648) donde se decidía el futuro de Europa, una guerra entre la monarquía española y los reinos protestantes (Alemania y Países Bajos). Luchó en Génova como capitán con 22 años,
En 1629 reclutó un tercio de Infantería de Andalucía, para luchar en Italia. Iban en el mismo barco en que llevaban a la hermana del Rey Felipe IV a Viena para casarse con el rey de Hungría.
Retrato de Felipe IV por Velázquez.
CAMPAÑA DE MILÁN
En Milán en el verano del año 30, participó en el segundo sitio de Casale, y luego fue a Flandes donde acudió al socorro de Brujas en junio de 1631 y luego estuvo en la batalla de Maastricht que cayó en manos holandesas en el 32 y en el 34, fue nombrado gentilhombre de cámara del Rey tratando personalmente con la Familia Real.
En 1635 en plena guerra con Francia Luis Ponce fue miembro del Consejo de Guerra. En junio de 1638 se marchó a Milán para servir como maestro de campo participando en la toma de Cenchio de las Langas, Asti y Trino y apoderándose del castillo de Moncalvo, participando en el sitio de Turín. En 1639 el Rey lo nombra gentilhombre de cámara.
En 1640 era general de Caballería del Ejército de Alsacia, y llegó a Flandes para socorrer la ciudad de Lila en el 41. En febrero del 42 regresó a España para casrase con Mencía Pimentel de Guzmán condesa de Villaverde, adoptando el apellido de Guzmán, llamándose en adelante Luis de Guzmán Ponce de León.
ENEMISTAD CON EL CONDE DUQUE DE OLIVARES
Conde Duque de Olivares pintado por Velázquez.
En 1642 acompañaba a la Reina Isabel de Borbón y por este motivo fue sospechoso de haber enemistado al Rey Felipe IV contra el Conde Duque Olivares meses antes de su caída. Por esta enemistad se batió en duelo con el marqués de Mairena, hijo bastardo del Conde-Duque.
En el 43 ejerció el cargo de General de Caballería y Ministro de temas militares. Al regresar a Madrid el Conde Duque lo apartó de la presencia del Rey enviándolo a Galicia como capitán-general, hasta la caída Conde-Duque ese año. En el 44, defendió Valencia de las galeras francesas.
VIRREY DE NAVARRA
En junio de 1646 fue nombrado Virrey de Navarra, y desde finales del 46, Luis vivió en Pamplona, aprovisionando al Ejército de Aragón, en lucha su contra la rebelión Catalana, mientras su hermano Rodrigo el IV Duque de Arcos era nombrado virrey en Nápoles quedando desacreditado tras la revuelta de Masaniello y tuvo que regresar a Marchena.
Gracias a su pariente el segundo valido de Felipe IV, Luis Méndez de Haro, en el 49 Ponce es nombrado capitán de la Guardia Real, mandando a 200 nobles en el Palacio Real donde había llegado Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV.
Embajada de España en Roma.
EMBAJADOR ANTE LA SANTA SEDE
En EL 57 Luis Ponce fue nombrado embajador en Roma adonde viajó en diciembre de 1659 donde el papa Alejandro VII apoyaba a Felipe IV. Acompañó al obispo de Plasencia, Luis Crespí, un gran impulsor del dogma de la Inmaculada Concepción.
De esta familia salieron varios papas entre ellos Martin V, quien a inicios del CV concede bula para reconstruir el Arco de la Rosa. Además Marco Antonio Colonna tuvo una decisiva participación en Lepanto.
Se hizo famoso en Roma por las fiestas que organizó en honor del nacimiento del futuro Carlos II con varios días de banquetes y fuegos artificiales, y un espectáculo teatral alegórico de la Monarquía española como heredera del antiguo Imperio Romano.
Palacio Real de Milán
GOBERNADOR DE MILÁN
Al mes siguiente fue nombrado gobernador de Milán ( Marzo de 1662), donde gobernó por seis años haciendo frente a una crisis financiera y a un duro enfrentamiento con el Arzobispo Alfonso Litta. De su gobierno en Milán escribió Galeazzo Gualdo en 1666, que era un hombre de integridad e inteligencia ensalzando a su familia, «descendiente de santos y reyes».
En el 66, fue nombrado consejero de Estado, por Felipe IV poco antes de su muerte mientras sonaban tambores de guerra con Portugal, aunque Luis Ponce era partidario de fijar la atención en Flandes donde en 1664-1665 Ponce proponía enviar soldados italianos por el antiguo Camino Español.
En el 66 ya anciano describe su estado de cansancio a su amigo el Marqués de La Fuente, embajador de España en Francia, estando los dos implicados en las crisis internacionales, de su tiempo y anhelando volver a Madrid, muere en Milán en 1668.
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
El historiador Alistair Malcolm ha rescatado la historia de este marchenero plasmada en su biografía de la RHA que sigue las siguientes Fuentes y bibliografía:
-Archives du Ministère des Affaires Étrangères, t. 17, fol. 242 (memorial de don Luis Ponce de León, 1633).
-Archivio di Stato di Modena, Cancelleria Ducale, Spagna, Busta 55 (cartas de Pietro Giovanni Guidi, 15, 22 y 29 de marzo y 22 de abril de 1645);
-Archivio Segreto del Vaticano, Segretaria di Stato, Nunziatura di Spagna, Busta 119, fols. 193r., 229r.-v., 266r., 287r. y 322r.;
-Archivo de los Duques de Alba, Fondo Carpio, caja 233/20 (cartas del conde de Peñaranda a don Luis de Haro, 11 de julio y 14 de diciembre de 1659);
-Fondo Montijo, caja 17 (diario del marqués de Osera, apuntes para las fechas: 28 de agosto de 1657; 21 de enero de 1658; 13, 19 de enero, 2, 16, 19, 23 de febrero, 25, 26, 29 de marzo de 1659; cartas de Osera a don Joseph de Villalpando, 13 de octubre y 17 de diciembre de 1657);
-Relación detallada de todo lo sucedido entre D. Luis Ponce de León y Don Juan de Garay en el sitio de Turín desde el 8 de abril al 17 de mayo de 1639. Salazar y Castro,
-Cartas de algunos Padres de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía entre los años 1634 y 1648, en Memorial Histórico Español, Madrid, Real Academia de la Historia, 1861-1865, vol. xiv
-Varias relaciones de los Estados de Flandes, 1631 a 1656 en la serie Colección de libros españoles raros o curiosos, vol. xiv , Madrid, Miguel Ginesta, 1880, págs. 3 y 14-15;
Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, vol. lx , Madrid, Miguel Ginesta, 1863-1890 (112 vols.).
Relación de la campaña de Flandes de 1641, ed. de A. Rodríguez Villa, Madrid,
Etiquetas de la Casa de Austria, Madrid, Jaime Rates, 1913, págs. 58-60; C. Gutiérrez, “España por el dogma de la Inmaculada. La embajada a Roma de 1659 y la bula ‘Sollecitudo’ de Alejandro VII”, en Miscelánea Comillas, 24 (1955), págs. 1-480;
“Le supreme cariche del Ducato di Milano”, en Archivio Storico Lombardo, serie 9, vol. ix (1970), págs. 59-156 (pág. 79);
R. A. Stradling, “A Spanish Statesman of Appeasement: Medina de las Torres and Spanish Policy, 1639-1670”, en The Historical Journal, 19/I (1976), págs. 1-31
Memoriales y cartas del conde-duque de Olivares. Tomo II: Política interior, 1627 a 1645, Madrid, Alfaguara, 1981, págs. 111- 127 y 265
‘The Road to Rocroi: The Duke of Alba, the Count-Duke of Olivares and the High Command of the Spanish Army of Flanders in the Eighty Years’ War, 1567-1659’, tesis doctoral, The Johns Hopkins University, 1991, págs. 126-151;
“Aspects of Spanish Military and Naval Organization during the Ministry of Olivares”, en War and Society in Habsburg Spain: Selected Essays, Aldershot y Vermont, Variorum, 1992, págs. 18-21;
G. Signorotto, Milano spagnola: guerra, istituzioni, uomini di governo, Milán, Sansoni, 1996, págs. 91, 252-254, 294 y 299-300;
El Madrid de Velázquez y Calderón. Villa y Corte en el Siglo xvii, vol. II, Madrid, Ayuntamiento y Fundación Caja Madrid, 2000, págs. 119-120;
“Una jurisdicción militar en palacio: las guardias reales de Felipe IV”, en J. Alcalá- Zamora y E. Belenguer.
Calderón de la Barca y la España del Barroco, vol. II, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001, págs. 121-130.
A Palace for a King: The Buen Retiro and the Court of Philip IV (2.ª ed.), New Haven y Londres, Yale, 2003, págs. 181-182; J. L. Sánchez, “Luis de Guzmán Ponce de León y Toledo, Conde de Villaverde”.
(http://www.tercios.org/personajes/ ponce_de_leon_luis.html) (9 de diciembre de 2006).

Las ferias de finales del siglo XIX eran muy distintas a las de hoy. Al amanecer las ganaderías tomaban el real, los turistas buscaban a las Cigarreras y a las gitanas como algo exótico y las modas francesas desplazaban a los trajes andaluces.
La moda de Francia había invadido la moda y hasta el habla andaluza: «Oiga usted, señorita, ¿me hace usted el favor de cantar una petenera?. «Avec beaucoup de plaisir», dice la niña que habla muy mal francés y canta peor flamenco. «Donne moi un cigarrete».
Suena a veces la guitarra pero va dominando el piano y aunque no están vedadas las malagueñas ni las sevillanas, suelen oírse cuplets franceses en la feria de Sevilla según el relato de Más y Pratt.
Al alba del primer día de feria de Sevilla, el Prado de San Sebastián es tomado por los ganaderos de Marchena, Écija, Lora, Carmona, Mairena, Morón, Estepa.
Los feriantes andaluces suelen llevar a remolque sus familias, principalmente el tratante gitano. Las filas de carretas entran en El Prado produciendo un sonido original que procede de los crujidos de las llantas.
Los que llevan ganado boyar suelen ir al paso de sus carretas preparadas para la excursión con todos los aditamentos necesarios con toldos o tejidos de palma y bajo el tablón el cántaro de agua fresca.
Las caballerias llegan al Prado levantando nubes de polvo, la sangre del corcel andaluz se enciende con la fatiga y sus elásticas piernas se fortifican.
Se levantan tiendas provisionales, se amontona el ato de que forma parte la manta y la alforja, que han de servir de colchón y de almohada y se coloca en el lugar más seguro la bota de vino.
Los gitanos comienzam la tarea de los tratos, que para ellos es siempre fructuoso, corriendo como chispas eléctricas por todas partes con la faja mal compuesta, la chaquetilla arremangada, el pantalón a media pierna y el sombrero bailando sobre la coronilla.
Oiga usted excelencia, dicen a un señorito del pueblo con chaqueta de terciopelo. Tengo un tronco alazano que es el mismo que llevó al cielo el coche de San Elías. El feriante le responde, que más bien parece propio de coche fúnebre de tercera clase, y se despide con un «que usted se alivie».
Después de que se ha valido de todos los subterfugios imaginables para engañar al feriante, metiendo a los caballos agujas en la oreja para que se avispe, saca de su petaca un cigarro y le dice con exquisita finura: por estas cruces de Dios se lleva usted el bicho mejor de la feria.
Los ingleses y franceses que vienen a Sevilla por feria quieren ver la Fábrica de Tabacos y la calle San Fernando cuando salen a bandadas como las golondrinas las cigarreras que dejan la faena muy temprano y se dirigen al Real luciendo sus mantones de manila y sus peines altos y enroscados sobre la coronilla. La Cigarrera no es gitana ni flamenca sino un compuesto de ambas.
Las tiendas aristocráticas aparecen cercadas de macetas de porcelana con musgos y begonias, con colgaduras de Damasco, cubiertas de alfombras, llenas de jardineras y espejos, y a la puerta de su sencilla balaustrada, butacas escaños y elegantes mecedoras donde dormitan los señores de clase media.
La alta sociedad sevillana estos días se permite usar la falda corta de raso y la calada peineta de concha, la mantilla de encaje y el corpiño ajustado de la flamenca, comen jamón dulce y pavo trufado, emparedados y pastas de vainilla y beben Jerez y manzanilla.
Mas alla hay tascas de feria con carteles de vino y caracoles, menudo, taberna, buñuelos y aguardiente. Alli se ven las hermosas gitanas de pura sangre. La flamenca, suele aparecer allí cantando por todo lo alto y ostentando todas las gracias de sus especies.
La gitana no se pone el pañuelo terciado con los flecos en la tierra sino que se envuelven el mantón y golpea las tablas haciéndoles crujir bajo sus plantas.
En las buñolerías, estos gitanos apuran todo el caudal de su ingenio para formar adornos y pabellones, puede decirse que en el recinto se pone las bordadas enaguas de las gitanas y sus sábanas de novia al entrar.
Texto: Mas y Pratt en La Ilustración española y americana. 22/4/1888. Fotos: Salvador Azpiazu. 1890.
Actualidad
La Compañia, de Loyola a Roma, pasando por Marchena: el legado del «Duque santo»
Published
3 días agoon
6 mayo, 2025
Un hito importante para la llegada a Marchena y Andalucía de la Compañía fue la conversión del duque de Gandía Francisco e Borja pintada por José Moreno Carbonero, en 1884, hoy en el Museo del Prado), que representa el momento en que Francisco de Borja contempla el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal a quien le unía una fuerte lealtad.
Impresionado por la fugacidad de la belleza y el poder, el noble exclamó: «Nunca más serviré a señor que pueda morir», e ingresó pocos años después en la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola.
Hijo de duques, bisnieto del papa Alejandro VI y emparentado con el emperador Carlos V, Francisco de Borja y Aragón, IV duque de Gandía (1510-1572) lo tenía todo en la corte imperial del siglo XVI. Sin embargo, una experiencia espiritual estremecedora marcó un giro radical en su vida. En 1539, Borja fue encargado de custodiar el féretro de la emperatriz Isabel de Portugal (esposa de Carlos V) hasta su sepultura en Granada. Al abrir el ataúd su vida cambió.
En sus dominios de Gandía, el duque acogió a jesuitas de la primera hora y financió el recién fundado Colegio Romano de Roma y estableció en sus estados la Universidad de Gandía. Tras la muerte de su esposa, Leonor de Castro, en 1546, Francisco de Borja confirmó su vocación definitiva. Renunció a sus títulos y riquezas –cediendo el ducado a su primogénito– e ingresó secretamente en la Compañía de Jesús.
En 1554 fue nombrado Comisario (superior) de los jesuitas en España, y luego tercer Padre General de la Compañía consolidando la expansión de los jesuitas por Europa y América, llevando las misiones a lugares tan distantes como Brasil. Este “duque santo”, canonizado en 1671, encarnó la fructífera alianza entre la Compañía de Jesús y la alta nobleza española.
Su prestigio social facilitó la fundación de colegios, la obtención de patronazgos y la entrada de los jesuitas en las esferas de poder. Uno de los ejemplos más significativos de esa simbiosis entre fe e influencia aristocrática fue el establecimiento de un colegio jesuita en la localidad sevillana de Marchena, bajo el mecenazgo de los duques de Arcos, parientes cercanos de Borja.
Los Duques de Arcos, adoptaron la peculiar costumbre de nombrar confesores y preceptores de sus hijos únicamente de entre los rectores jesuitas del colegio, seleccionados por la Orden entre sus miembros más ilustres tanto intelectual como espiritualmente. A lo largo del siglo XVII, los sucesivos rectores de la Encarnación llegaron a ser consejeros de confianza de los duques de Arcos, ejerciendo un poder e influencia considerables en la región.
El colegio marchenero se reflejó en su actividad educativa y en su arquitectura. En las aulas de la Encarnación se aplicaba la Ratio Studiorum jesuita, un plan pedagógico moderno que combinaba el estudio de los clásicos del Renacimiento con las ciencias, los idiomas y la formación integral del alumno. Las crónicas elogian la eficacia de este método, que incluía incluso ejercicio físico al aire libre y preparación en música y danza para pulir modales de sociedad, algo innovador en la época. Muchos jóvenes de familias nobles y acomodadas acudieron a Marchena atraídos por la calidad de la enseñanza jesuítica.
Lideraron la renovación pedagógica de la Iglesia y llevaron el cristianismo a América, Asia y África.
Pocos rincones de Marchena encierran tanta historia como la calle Compañía, cuyo nombre no es casual ni anecdótico. Esta vía del centro histórico debe su nombre a la Compañía de Jesús, la orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola en 1540 y que, durante más de dos siglos, dejó una profunda huella espiritual, educativa y artística en la villa ducal.
En Marchena, los jesuitas fueron mucho más que predicadores. Su presencia se tradujo en templos, colegios, formación académica y un patrimonio artístico que aún hoy palpita entre piedras, altares y lienzos, aunque buena parte de ese legado se haya fragmentado o dispersado tras su expulsión.
La iniciativa de fundar un colegio jesuita en Marchena partió de Doña María de Toledo, hija de la marquesa de Priego y esposa de Luis Cristóbal Ponce de León, II duque de Arcos –además de prima de San Francisco de Borja–, quien decidió dotar a su señorío de un colegio de la Compañía.
Hacia 1567, mientras Borja recorría Andalucía fundando colegios como el de Montilla, Córdoba, por invitación de la marquesa de Priego. Desde sus comienzos, el Colegio de la Encarnación de Marchena destacó como uno de los más prominentes de la Provincia Bética de la orden. No en vano, Marchena era la capital de los estados señoriales de los duques de Arcos y residencia habitual de esta poderosa casa nobiliaria. Los duques, fervientes patronos, eligieron la iglesia del colegio como nuevo panteón.
30 años antes, el 15 de agosto de 1534, Ignacio de Loyola –un ex militar vasco camino a convertirse en santo– se reunió con sus primeros siete compañeros en la colina de Montmartre (París) y juntos juraron «servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo».
Impulsados por este voto de pobreza, castidad y servicio religioso, y frustrada su intención inicial de peregrinar a Jerusalén, el grupo viajó a Roma. Allí, tras largas deliberaciones, fundaron la Compañía de Jesús, que fue aprobada por el papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540.
Personajes como San Francisco Javier se convirtieron en leyendas vivas –el navarro murió en 1552 tras predicar en India y Japón–, simbolizando el celo misionero global de los jesuitas.
Nacía así una nueva orden religiosa católica con marcado carácter misionero e intelectual, destinada a jugar un papel fundamental en la Contrarreforma y en la evangelización fuera de Europa.
Muchos monarcas europeos vieran a los jesuitas con recelo durante la Ilustración, al sospechar que anteponían la lealtad a Roma sobre la obediencia al poder temporal. Irónicamente, en los siglos XVI y XVII reyes y papas consideraron a la Compañía aliada indispensable: sus miembros contribuyeron al éxito del Concilio de Trento,
Además de los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia monástica, la Compañía adoptó un cuarto voto especial de obediencia al Papa,
Su ubicación, junto a la Puerta de Osuna de la muralla marchenera, propició que en 1609 se fundase anexo un segundo colegio, San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres de filosofía y moral, ampliando así la labor docente y asistencial de los jesuitas en la comarca.
En 1609, el clérigo Gonzalo Fernández fundó el Colegio de San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres que aspiraban al sacerdocio. Este colegio, ubicado en la Plaza de San Andrés, fue construido por el maestro albañil Mateo Orellana y el cantero de Cabra en 1629. Los jesuitas lo usaban para alojar a los colegiales que venian de todos los pueblos del Estado de Arcos. Tras la expulsión de la Compañía en 1767, el edificio se transformó en hospital, tal como había previsto su fundador .
A partir de 1673 comenzó su declive: aquel año los duques de Arcos trasladaron definitivamente su residencia a Madrid, privando a la institución de su principal sostén social y económico.
Aunque los jesuitas mantuvieron su presencia en Marchena varias décadas más, la influencia y el “peso específico” del colegio en Andalucía occidental disminuyeron notablemente tras la ausencia de sus protectores directos. La Encarnación siguió activa hasta que un terremoto político de alcance nacional cambió su destino: la expulsión de los jesuitas de España en 1767. En esa fecha, el floreciente colegio marchenero –al igual que todos los de la Compañía– fue abruptamente clausurado por orden del rey Carlos III.
A las cinco de la madrugada del 3 de abril de 1767, un escuadrón de caballería, acompañado por el asistente de la villa (figura equivalente al alcalde) José Monseur y el alguacil mayor, se presentó en la puerta principal del colegio –entonces conocido también como “de San Jerónimo”, por su cercanía a la plaza de San Andrés.
Los soldados entraron y comunicaron a la pequeña comunidad jesuita la orden real de destierro inmediato. Los sacerdotes y hermanos fueron detenidos e incomunicados en sus celdas mientras se organizaba su traslado.
Pocas horas después, eran conducidos bajo escolta hacia Jerez de la Frontera, y de allí al puerto de Santa María, donde se reunieron con unos 700 religiosos expulsos de diversos puntos de Andalucía para embarcarlos rumbo al exilio en Italia. Todos los bienes del colegio de Marchena fueron incautados en nombre de la Corona. Inventarios de la época revelan la prosperidad material de la misión jesuita marchenera.
Poseían tres casas, dos solares urbanos, un molino de aceite frente al colegio y otro en la hacienda de Jarda, cuatro huertas (una junto al colegio, llamadas de Atoche, Azofaifos y Benjumea) y veinte olivares, además de varias tierras de labor y viñas en el contorno del pueblo.
Este modesto “imperio” agrícola y urbano, fruto de legados y compras acumulados en dos siglos, pasó a engrosar el erario real. Para colmo, en Madrid el ministro de Hacienda, Pedro Rodríguez de Campomanes, había justificado la expulsión argumentando que las riquezas jesuitas debían expropiarse para aliviar la crisis financiera de la nación.
La expulsión de 1767: causas y contexto
La drástica expulsión de los jesuitas de todos los dominios de Carlos III en 1767 no fue un rayo caído de un cielo sereno, sino el clímax español de una oleada antijesuítica europea que venía gestándose durante el siglo XVIII.
Carlos III había crecido bajo la tutela de su madre, la reina Isabel de Farnesio, “que siempre les tuvo animadversión”. Además, durante su reinado en Nápoles había respirado el aire anticlerical dominante en aquellas cortes italianas.
En Madrid, en marzo de 1766, estalló el célebre Motín de Esquilache, un tumulto popular contra las medidas reformistas (especialmente un edicto sobre vestimenta) del ministro Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache. Aunque las causas reales del motín fueron el descontento por la carestía y el choque cultural con las modas impuestas, pronto corrió el rumor de que los jesuitas habrían instigado la revuelta en la sombra
La Corona aspiraba a controlar la educación y la moral sin interferencias de Roma, mientras la Compañía encarnaba la lealtad absoluta a la Santa Sede
La Ilustración cuestionaba el poder excesivo de la Iglesia en la educación y la política. El propio Carlos III, influido por las ideas reformistas y por consejeros regalistas, desconfiaba de la Compañía. Seis años después, la presión diplomática de las cortes borbónicas logró incluso lo impensable: la supresión universal de la Compañía de Jesús por el Papa.
En 1814, tras la caída de Napoleón, el papa Pío VII restituyó globalmente a los jesuitas, declarando nulo el decreto de supresión anteriores. Consecuentemente, el rey Fernando VII –hijo de Carlos III y ferviente absolutista– permitió el regreso de la Orden a España en 1815. Desde 1875), los jesuitas retornaron definitivamente y reanudaron sus obras educativas y pastorales en España.
Desde entonces, la Iglesia del Sagrado Corazón (situada en la calle Jesús del Gran Poder) se convirtió en un centro espiritual jesuita en la ciudad. Hasta tiempos recientes, la Iglesia del Sagrado Corazón fue la casa central de los jesuitas en Sevilla, albergando oficinas de la Fundación Loyola (red educativa) y de la Fundación SAFA. La Universidad Loyola Andalucía, fundada en 2013, es la primera universidad privada de inspiración jesuita en la región, con campus en Dos Hermanas (Sevilla) y Córdoba. El colegio Portaceli, inaugurado en 1950 en la Huerta del Rey de Sevilla, se ha convertido en uno de los centros escolares más prestigiosos de la ciudad.
Por último, la Comunidad de Jesuitas de Portaceli –residencia de los miembros de la orden en Sevilla– sigue siendo centro neurálgico de todas estas obras, asegurando la coordinación y el espíritu común.
Fuentes: Archivos y estudios históricos sobre la expulsión de 1767; obras de historiadores (Domínguez Ortiz, E. Giménez, César Cervera) sobre las causas políticas e ideológicas del destierro jesuitas; documentos eclesiásticos y crónicas de la orden (Autobiografía de S. Ignacio;
Diario de S. Francisco de Borja) para anécdotas fundacionales
investigaciones universitarias sobre el Colegio de Marchenawww2.ual.eswww2.ual.es; y fuentes contemporáneas de la Compañía de Jesús en Andalucía (Web Jesuitas España, Universidad Loyola) para la situación actual.
Actualidad
Puerta de Osuna y otras puertas y murallas medievales destruidas
Published
1 semana agoon
30 abril, 2025
La puerta de Osuna se ubicaba al final de la calle Carrera de los Caballos (Carreras). De esta puerta solo queda el torreón de la Inmaculada, la otra estaba justo enfrente y ambas estaban unidas por un arco.
Arco de la Puerta de Osuna reconstrucción digital.
La Inmaculada de Puerta Osuna esta allí «desde la conquista de Marchena por el rey San Fernando» según explica un escrito del Ayuntamiento con fecha de 1880 en respuesta a un grupo de vecinos que pedían autorización para trasladarla. En concreto Juan Ortiz y otros vecinos de la calle piden autorización al Ayuntamiento para colocar el lienzo que estaba sobre el arco de la desaparecida Puerta de Osuna en calle Carreras, dentro de la torre.
La licencia fue prorrogada por Fray Pedro de Tapia en 1654 y luego por el visitador Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán el 25 de agosto 1675.
Estos datos aparecen en el Estudio de los Oratorios domésticos y Capillas privadas en los siglos XVII y XVIII del Arzobispado de Sevilla, de Rosalía María Vinuesa Herrera.
En 1880 se inicia el derribo de la Puerta de Osuna, o Puerta de la Concepción, que estaba al final de la calle Carreras por orden del Ayuntamiento. Se componía de una doble torre y un arco central de herradura sobre el que se ubicaba un lienzo de la Inmaculada.
En 1873 varios vecinos piden al Ayuntamiento la cesión de varios torreones de la muralla en la calle Las Torres, entonces San Pedro para instalar habitaciones auxiliares. En diciembre de 1880 el Ayuntamiento confirma el derribo de la Puerta de Osuna o Arco de la Concepción” acordada en la sesión del dos de mayo según aparece en la obra “De la Revolución a la Restauración”. Crónica de los hechos políticos, económicos y sociales en Marchena durante los años 1868 a 1885”. de Fernando Alcaide Aguilar.
El Gobernador Civil envía un escrito de protesta al Ayuntamiento el 28 de octubre de 1880 pidiendo explicaciones por la demolición de los arcos “de la Carrera y San Francisco más algunos torreones de la muralla” de espaldas a la Comisión Provincial de Monumentos.
Otros vecinos se habían apropiado de los torreones construyendo terrazas y azoteas “sin derecho ni título alguno”. En 1860 se destruyó el arco de la Tomiza o del Berral.
El Alcalde Arcenegui explica que el arco de San Francisco se derribó por la corporación anterior. Justifica el derribo de Puerta Osuna en la mejora del tránsito, ruina y facilitar el paso “de procesiones en Semana Santa”.
Un arco de herradura de época almohade y procedente de la muralla de Marchena se encuentra en la Hacienda Ibarburu de Dos Hermanas, propiedad privada según nos informa Fernando Begines, historiador del arte.
Dicho arco fue comprado por la familia Pickman e instalado en la Hacienda en la reforma hecha en los años 20 según informa Begines. El arco procede de Marchena según Hernández Díaz que lo publicó en el catálogo histórico-artístico de Sevilla y provincia en los años 30 en cuatro tomos.
Hace apenas 50 años se conservaba la trama urbana original de Marchena. En esta foto vemos el colegio y huerta de Santa Isabel como era originalmente. Además se observan un conjunto de edificaciones conocidas como casas de las beatas. En la llamada huerta de los padres se edificó el actual Parque de la Cigueña al final de la calle La Mina. La calle Compañía recibió los nombres de calle Real, o calle del nombre de Jesús, que iba desde la puerta de Osuna hasta la Puerta Real, y la Alameda una zona verde del XVIII.
El nombre original de la calle Carreras era «Carrera de los Caballos» tal y como aparece mencionado en un documento de compraventa de casas de la Plaza Ducal a favor del Duque de Arcos en 1702 Joaquín Ponce de León Lancáster.Además la Plaza Ducal era conocida como Plaza Palacio, Plaza Arriba o Plaza del Cabildo.
La calle Carreras o Carreras de Caballos daba salida a la puerta de Osuna y Alameda desde el Palacio Ducal.
Actualidad
El azulejo de la Inmaculada del convento de Santa María de Marchena que muestra el puerto de Sevilla
Published
1 semana agoon
29 abril, 2025
Sobre la puerta de entrada del convento de Santa Maria hay un histórico azulejo de Hernando de Valladares, escuela trianera de 1623, ubicado a la entrada del convento de Santa María de Marchena que es único por dibujar el puerto de Sevilla de su época y estar inspirado en una pintura de Pacheco, el suegro de Velázquez.
Se trata de una joya de la azulejería sevillana que se encuentra en mal estado de conservación, debido a los sucesivos traslados agravado por permanente exposición a la intemperie y a la luz solar, que «está reclamando a voces una urgente restauración dado el valor artístico, histórico y cultural que tiene» indica Ravé en el número de Diciembre de la revista de la Asociación de Amigos de la Cerámica Niculoso Pisano y que además es un nexo de unión entre Triana, Marchena y Rota.
Según Rave, se trata de «un excepcional documento histórico del debate inmaculista sevillano y una expresiva imagen de la vinculación entre el régimen señorial, la mentalidad y la religiosidad barroca» al tiempo que refuerza la declaración de voluntad ducal de defensa del dogma de la Inmaculada, que se juró en Marchena en 1616 y dio pie a celebrar la Magna Mariana en 2016 y la relación de la Casa Ducal con la orden franciscana cuyo escudo aparece en la pieza.
Este convento de religiosas recoletas clarisas de Marchena fue fundado en 1623 por Catalina de Góngora y Rodrigo Ponce de León Álvarez de Toledo, y su esposa, Ana Fernández de Córdoba y Aragón, a cambio de la entrega del cuerpo de Sor María de la Antigua en cuyo templo está enterrado y fue traído desde Sevilla en carro. Es uno de los cinco conventos de la orden franciscana que tuvo la localidad y el último que queda y en el tenían reservada plaza las mujeres de la familia Ponce de León.
GALERIA: Exposición de las joyas del Palacio Ducal en el convento de Santa María
Conserva además la sortija con la que se casaban las duquesas en el XVIII, donada por Guadalupe Láncaster procedente de la Virgen de Guadalupe extremeña, así como una importante colección de arte y grabados procedentes del Palacio y la Casa Ducal, como unos grabados de Durero.
El panel de azulejos es una transcripción casi exacta del lienzo de Pacheco que se conserva en el Palacio Arzobispal de Sevilla, fechada por diversos autores entre 1617 y 1620 realizado por el ceramista Hernando de Valladares, trianero que tuvo una relación prolongada con los Ponce de León dibujando los paneles de azulejos de Santo Domingo de Marchena, San Agustín de Sevilla, claustro del santuario de Regla en Chipiona, y probablemente los azulejos del Palacio Ducal de Marchena.
Escudo de los Ponce en Santo Domingo de Marchena, probable obra de Hernando de Valladares.
Un documento inédito de 1630, pide «dar a Fernando de Valladares, vezino de Triana, dozientos reales que valen seis mill y ochocientos mrs. los quales son por 300 azulejos, setenta y cinco alizares y ciento y cinquenta adeseras (A.H.N. Sec. Osuna. Cartas. L. 550‑76) por un lote de 300 azulejos, más una serie de aliceres, adeseras o guardillas, que confirman la continua presencia de los Valladares como proveedores de la casa ducal.
Los azulejos gemelos de Chipiona y Marchena, unidos por los Ponce de León
El taller de Hernando de Valladares era a comienzos del XVII el ceramista de referencia, de Sevilla trabajando para los principales conventos como San Pablo el Real, Regina, Santa Paula, San Agustín, capillas privadas, el Alcázar, las casas nobles, etc. Igualmente logró exportar sus obras a Córdoba, Lisboa, México o Perú.
Así era el sabat, el pasadizo elevado de origen islámico, que unía Santa María con el Palacio
Los duques de Arcos y los Valladares están relacionados con las decoraciones cerámicas de otras instituciones de patronato ducal como el claustro y convento de san Agustín de Sevilla, panteón de los Ponces de León en Sevilla, parte de cuyos azulejos se conservan hoy en el palacio de la condesa de Lebrija mostrando el escudo ducal y fechados en 1610.
Escalera del Palacio Ducal de Marchena conservada en el Palacio de Lebrija de Sevilla.
Tras el fallecimiento de Hernando, sus hijos seguirán trabajando para Don Rodrigo en otras obras como los conventos de Santo Domingo de Marchena en 1638 y el de Regla en Chipiona de 1640.
Cuando la Reina agilizó la construcción del convento de Santo Domingo de Marchena
Ravé cree de que este retablo estuvo montado antes en cualquiera de los dos emplazamientos previos del convento: en la ermita de San Lorenzo en torno a 1623 o en la casa del Ave María entre 1628 y 1630, lo que centra su cronología entre 1623 y 1628.
El juego de pelota que estuvo en el Palacio Ducal desde 1541
Azulejos de Chipiona, convento de Regla, de Hernando de Valladares.
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