En muchas sociedades contemporáneas, la basura en las calles ha dejado de ser solo un problema de gestión ambiental para convertirse en un símbolo potente de la descomposición política y ética. Este fenómeno, que podríamos llamar «basucracia» – la democracia de la basura –, la basura democratizada, revela cómo lamala gestión y la corrupción en las esferas del poder se reflejan en las calles de nuestras ciudades.
Si usted sale a la calle de su ciudad y hay basura, si usted se pregunta por qué en mi pueblo no hay turismo, ni hay cultura, porqué no tengo sanidad ni servicios públicos de calidad y no pasa nada, ni nadie se queja, probablemente la respuesta sea porque hay un agujero negro de basura que se lo está llevando casi todo. Así mientras más basura más corrupción y menos servicios públicos
En países como Italia, especialmente en el sur, la ausencia del Estado ha permitido que grupos criminales tomen control de servicios esenciales como la recolección de basura. Las carreteras, tapizadas de desechos, y adornados con bolsas de vasura por cientos de kilómetros, son un testimonio mudo pero elocuente de un poder fallido. El poder corrupto ya hace tiempo tomó el control de la basura. Este panorama no es exclusivo de Italia. En España, por ejemplo, el incremento del vandalismo y la falta de civismo apuntan a un malestar más profundo en la sociedad. Ahora buquen quien es dueño de las grandes empresas que gestiionan la basura, u entendrán porqué esta verguenza esférica y porque se pasan todos la pelota.
La basucracia se alimenta de la indiferencia y la inacción. Es el resultado de la erosión de valores éticos y cívicos, tanto en los ciudadanos como en sus líderes. La corrupción, un mal endémico en muchos sistemas políticos, se perpetúa en un ciclo vicioso de degradación que afecta todos los niveles de la administración pública. Este fenómeno no solo deteriora los servicios públicos, sino que también socava la confianza en las instituciones democráticas. La pobreza ética y moral genera pobreza económica.
En España hemos sido expertos en ocultar las dos grandes lacras del país. Esclavitud y corrupción, dos grandes basuras. Desde el siglo XV hasta principios del siglo XX, España fue una potencia esclavista clave en Europa. Aunque la esclavitud fue abolida legalmente en el siglo XIX, la corrupción y la explotación ilegal continuaron, a través de discursos que legitimaban el poder cirrputo esclavista y criminalizaba al esclavizado.
Los fondos ilegales de la esclavitud del XIX español acabaron infiltrándose en parte de la política y la economía nacional y luego tras la guerra y la postguerra abolidas todas las libertades, la esclavitud continuó cebándose con los presos políticos, los que pensban distinto, los pobres, los que alguna vez se sintieron libres, siempre con un discurso politico etico donde los explotados somos los malos. Este legado histórico de corrupción parece perpetuarse en la actualidad. Ahora el ciudadano, el que tiene el poder de votar cada cuatro años, sigue siendo el malo por consumir demsiado, por viajar demasiado o vivir por encima de sus posibilidades y sigue consintiendo recortes de todo tipo: carreteras, hospitales, cultura, educación trenes.
Los mileuristas somos los nuevos esclavos. La basura en nuestras calles es más que un problema ambiental; es un reflejo de la basura política y ética que contamina nuestras instituciones. La basucracia, como metáfora, nos obliga a enfrentar la realidad de que, en muchos casos, hemos sobrepasado los límites de la ética. Solo reconociendo y abordando estas verdades incómodas podremos comenzar a limpiar las calles y, lo que es más importante, las oficinas del poder.
«Los Simpson» con su sátira mordaz, cuando Homer se hace con el control de la basura de Springfield, tras promesas extravagantes e imposibles, lleva a la bancarrota al Ayuntamiento y Homer para evitarlo acepta basura de otras ciudades a cambio de dinero cobrando ilegalmente por esconder la basura en minas abandonadas debajo de la ciudad hasta que la basura explota y sale a la superficie, creando caos y obligando a todos a mudarse a otra ciudad.
Pues ahora háganse cargo de que Homer gobierna tu ciudad y sus decisiones cortoplacistas y egoístas en la política llevan a consecuencias desastrosas para una comunidad y sólo a través de esta metáfora entenderemos qué está pasando en verdad actualmente.
Lo que representa en el fondo Homer es a nosotros mismo como sociedad. Tu vecino, el simpático padre de familia medio que está muy bien en su casa pero muy mal si se le da poder. A nadie se le ocurriría nombrar a una persona sin titulación, sin experiencia, sin sentido común, sin capacidad de gestión, sin inteligencia y sin visión de futuro para gestionar una ciudad.
El pensamiento débil de nuestra Basucracia a menudo piensa que si eliges a una persona que no tiene ninguna capacidad en el poder, pero puedes manipularlo y llevarlo a tu terreno y de paso beneficiarte del dinero público, todo eso va a tener un buen final. Pero resulta muy evidente que no.
Y así igual que ahora recordamos el discurso de la vergüenza con el que se justificaba intelectualmente un hecho tan exacerable como la esclavitud, de la que somos herederos, algún día recordaremos el discurso de la vergüenza de justificar al político corrupto al político incapaz, cuando preferimos callarnos ante la iniquidad antes que alzar la voz para pedir lo que es nuestro: libertad de expresión, democracia, ley, igualdad y servicios públicos de calidad. En resumen; el gobierno local, regional y nacional que hoy no tenemos.
A largo, corto o a medio plazo, la burbuja de la basura estallará aquí o allí en este pueblo o en el otro y pondrá en evidencia la gran basura, la gran montaña de basura en la que hemos convertido entre todos la vida pública en este país.