En su esperado regreso, Black Mirror lanza una bofetada de realidad con el primer episodio de su nueva temporada, titulado “Una pareja cualquiera”. Lo que en apariencia comienza como una historia de amor y lucha contra la enfermedad, se convierte pronto en una ácida crítica al sistema sanitario contemporáneo y a la creciente mercantilización del bienestar. Un capítulo que no solo incomoda, sino que nos obliga a mirar más allá de la pantalla para cuestionarnos hasta qué punto la salud ha dejado de ser un derecho para convertirse en un servicio de suscripción.
Amanda, una maestra que lucha contra un tumor cerebral, accede a un tratamiento experimental que promete salvarle la vida: una intervención quirúrgica que reemplaza parte de su cerebro por tecnología sintética. Pero el “milagro” tiene letra pequeña. Tras la operación, su cerebro empieza a recitar anuncios publicitarios de forma automática, como si fuese una emisora intervenida. El único modo de eliminar esa intrusión es pagar una suscripción premium a la empresa que ha implantado el dispositivo. El cuerpo, el pensamiento y el lenguaje de Amanda son ahora canales de consumo.
La metáfora no puede ser más directa: nuestro cuerpo se convierte en un mercado, y las corporaciones que gestionan la salud no venden cuidados, sino paquetes de acceso restringido. El episodio va más allá al mostrar cómo su marido, Mike, para poder costear ese “extra”, decide autolesionarse ante cámaras en una plataforma de streaming donde los usuarios pagan por ver actos de sufrimiento extremo. La exposición del dolor como espectáculo y fuente de ingresos completa el círculo: en este mundo, el sufrimiento humano también se monetiza.
El capítulo pone el dedo en la llaga sobre un debate cada vez más vigente: ¿quién tiene derecho a curarse? ¿Puede una vida depender de si uno puede pagar la versión premium de su tratamiento? ¿Estamos entrando en un sistema sanitario donde, como en las redes sociales, los más vulnerables son empujados a exponerse a cambio de alivio?
Lo más inquietante de esta distopía no es su imaginación, sino su cercanía. Las listas de espera eternas para quienes no pueden permitirse la sanidad privada, los tratamientos que solo cubren seguros de alto coste, y el creciente negocio de las apps médicas con suscripciones exclusivas dibujan un escenario cada vez menos ficticio.
“Una pareja cualquiera” no es un episodio más de ciencia ficción: es una alerta. En un mundo en el que la inteligencia artificial y los algoritmos ya deciden a qué tratamiento accede un paciente, Black Mirror nos recuerda que la salud es el próximo terreno en disputa entre derechos fundamentales y negocio global.
La pregunta ya no es qué ocurrirá en el futuro. Es si seremos capaces de reconocer, a tiempo, que ya hemos empezado a vivirlo.