Un viaje a través del tiempo, sumergiéndonos en la rica historia islámica que permea la provincia de Sevilla, nos lleva a descubrir maravillosas fortalezas, reminiscencias de la época andalusí.
Nuestro recorrido comienza en Alcalá de Guadaíra, conocido por su fortaleza de época taifa y almohade. Las majestuosas alcazabas occidentales, los restos de la villa medieval y el Barrio de San Miguel nos ofrecen un testimonio vívido de la época andalusí.
Siguiendo nuestra ruta, Carmona, que alguna vez fue capital de su propia demarcación administrativa, nos recibe con su Alcázar de Arriba, la monumental Puerta de Sevilla y sus imponentes muros. La iglesia prioral de Santa María, erigida sobre los restos de la mezquita aljama, es otro testimonio de la convivencia de culturas.
Carmona se asienta sobre una meseta situada en el extremo de Los Alcores, barrera geográfica entre la Campiña y el Valle del Guadalquivir. Esta situación estratégica
explica una ocupación continuada desde la Prehistoria hasta nuestros días.
En su extremo oriental se levantó el “Alcázar de Arriba”, recinto separado del espacio urbano que sirvió desde su construcción como sede administrativa y de gobierno. Del
primitivo Alcázar islámico, cuya superficie era inferior a la actual, son reconocibles varios lienzos de muralla y torres.
Tras la conquista cristiana el Alcázar sufrió numerosas remodelaciones, ampliándose el recinto que quedó delimitado con una nueva muralla exterior y un foso defensivo. Entre las reformas que se llevaron a cabo, destaca la construcción de un palacio de estilo mudéjar levantado por el rey Pedro I y de similar tipología al que el monarca
tenía en el Alcázar de Sevilla
Nos dirigimos hacia Écija, donde los vestigios de la época almohade nos hablan de una ciudad floreciente. Las torres albarranas, especialmente aquellas en la Plaza de Colón, y las ruinas del Cerro de San Gil nos cuentan historias de defensa y resistencia.
Estepa, con su portada de época califal en la iglesia de Santa María y la Torre Ochavada, nos ofrece un vistazo a la rica historia islámica que la moldeó.
En Fuentes de Andalucía, descubrimos el Castillo del Hierro y en Mairena del Alcor el Castillo de Luna, que nos remontan a la época en que los castellanos comenzaron a conquistar la región. Aquí, las piezas islámicas de la “Colección Bonsor” en el Castillo de Luna nos hablan de la rica herencia andalusí de la zona.
Marchena, con su excepcionalmente bien conservada muralla almohade y el Arco de la Rosa, es un testimonio viviente de la fortaleza andalusí. Mientras que en Osuna, los Paredones y la Torre del Agua nos relatan la historia de una ciudad que supo mantenerse firme frente a las adversidades.
CASTILLO DE LA MOTA, MARCHENA
En 1510 la reina Juana I ordena a Pedro de Morales, alcaide de la fortaleza de Marchena, entregue la fortaleza y Castillo de la Mota en Marchena a frey Fernando Bravo, comendador de la Peña de Martos (Jaén), de la orden de Calatrava.
Pedro Girón fue comendador de la Peña de Martos y maestre de la Orden de Calatrava (1445-1466), destacado personaje de la corte de Enrique IV de Castilla, hermano de Juan Pacheco,, maestre de Santiago, marqués de Villena, y suegro de Rodrigo Ponce de León Señor de Marchena.
Conquistado por los cristianos en 1255 el Castillo de Morón pasa a la orden de Alcántara en 1279. Fernando Pérez Ponce de León hijo del señor de Marchena, fue regidor de Morón y maestre de la Orden de Alcántara 1346-1355. Vivió y murió en Morón donde se enterró en la iglesia de la Magdalena, ubicada en el Castillo y luego su cuerpo fue trasladado al convento de San Benito de Alcántara (Cáceres).
Se han documentado dos fases del recinto andalusí, una emiral Omeya (ss. VIII/IX) y otra taifa (s. XI). De esta época han llegado hasta nosotros objetos como ataifores, dagas o candiles y elementos arquitectónicos como yeserías con decoración geométrica y epigráfica, conservadas en la sala arqueológica de la Casa de la Cultura. Sobre las estructuras islámicas, se asentó el castillo cristiano, del que hoy podemos ver las murallas y parte de la Torre del Homenaje, realizadas durante la segunda mitad del s. XIII.
Morón (Mawrur) fue uno de los primeros enclaves conquistados por los árabes, convertido en época Omeya (ss. VIII/X) en capital de una demarcación administrativa (cora) que
incluía buena parte de la actual Sierra Sur. Originalmente la capital de la cora se denominó Qalb, lugar identificado con el Cerro del Castillo de Coripe, aunque posteriormente cobraría protagonismo la fortaleza de Mawrur, actual Cerro del Castillo de Morón de la Frontera. Morón quedó integrado en la taifa de Sevilla a finales del s. XI-
La provincia de Sevilla es una joya escondida de la historia islámica. Cada fortaleza, cada muralla, cada torre tiene una historia que contar, una historia de lucha, resistencia, coexistencia y florecimiento. Un viaje a través de estas tierras no es solo un viaje geográfico, sino también un viaje en el tiempo, un viaje a la rica y compleja historia de Andalucía.
CASTILLO DE LAS AGUZADERAS, EL CORONIL
El castillo de Las Aguzaderas a tres kilómetros de El Coronil está en una vaguada, debido a que su misión era la de defender el manantial de agua de la fuente de las Aguzaderas o la Abuzadera. Su fundación definitiva data del siglo xiv, habiendo sido modificado en los siglos XV y XVI y restaurado en 1960. Su línea defensiva estaba compuesta por las torres son las de Cote, el Bollo, Lopera, del Águila, Alocaz y Llado.
CASTILLO DEL HIERRO DE PRUNA
Conquistado por Alfonso X, luego lo cede a la Orden de Calatrava. En el año 1482 Pruna fue vendida a don Rodrigo Ponce de León. El castillo del Hierro se alza sobre un cerro rocoso de 663 metros desde donde se ve Olvera y de Vallehermoso.
Junto con los restos de la fortaleza, el principal valor actual del enclave son sus espectaculares vistas de la Sierra Sur y Sierra de Cádiz, siendo especialmente destacable
la panorámica que enlaza Pruna con Olvera y la Subbética gaditana.
Los cristianos al no poder hacerse con la villa debido a la gran resistencia de los musulmanes, se retiraron hacia el monte de los Alcornocales y allí se hicieron de machos cabríos a cuyos cuernos ataron antorchas, llevándolos al pie del Castillo, donde éstas fueron encendidas. Asustados por el fuego prendido en sus astas, subieron enloquecidos por las peñas e irrumpieron de noche en el Castillo incendiando todo lo que hallaban a su paso. Los moradores huyeron despavoridos al lado opuesto de la fortaleza donde se despeñaron por un tajo.