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Cuando los toros eran cosa de caballeros y aristócratas

Luis Zapata de Chaves, aristócrata extremeño del siglo XVI, ofreció en su obra Miscelánea (1595) una descripción de las fiestas de toros renacentistas en los que destacaba sobre otras figuras Pedro Ponce de León, hermano del primer Duque don Rodrigo Ponce de León, hijo, a su vez, de Francisca Ponce de León y de don Luis Ponce de León señor de Villagarcía de la Torre, Badajoz.

Todavía no existían plazas de toros de ahí que las corridas fuesen en las plazas públicas, y la presencia de negros y mulatos como peones y sirvientes eran común, mostrando la marginalidad de estas funciones.

En los torneos y juegos de cañas, sólo intervenían nobles para probar su fuerza, destreza y dominio de la equitación y de las armas, animados por las Órdenes Militares y las Reales Maestranza. Aún era una fiesta de aristócratas por imposición de las leyes de Alfonso X hasta que del XIV al XVI la fiesta imitó técnicas militares y de torneos y nacen luego los  rejones y lentamente se introducen formas populares.

Nieto de un consejero de los reyes Católicos, que estuvo en el testamento y muerte de Isabel la Católica. Luis Zapata estaba relacionado con los Ponce por su familia política, los Ribera. Ambos estaban casados con dos mujeres de esta familia y pertenecían a la corte de Carlos V, compartían el mismo origen extremeño y andaluz y la afición a los toros.

Nacido en Llerena donde construyó un palacio, escribió una crónica de la vida del emperador Carlos V, al que acompañó como cortesano por Flandes y Alemania. Ya en España destacó por su habilidad  para correr lanzas y rejonear toros que transmitió a su hijo y dejó escritos varios libros sobre rejoneo y caza.

Luis Zapata de Chaves afirma que Pedro Ponce de León «salía a la plaza solo, con unos anteojos, en su caballo, y con un negro detrás que le llevaba una  lanza: muy revuelto en su capa y muy descuidado, como si no fuera a aquello o no le viera nadie.

«Parábase delante de su mujer Doña Catalina de Ribera, y de las damas; veníase para el toro, alzaba la capa, tomaba de su lacayo y muy mesuradamente la lanza si no le quería el toro, tomábale al momento a dejar. No andaba tras él desautorizándose, y si le venía poníasele en el pescuezo, y metíasela por él, que le salía a los brazos, y dejábale en la tierra enclavado, y tornábase a andar paseando muy descuidado, como si no hubiera hecho nada. Y esto jamás erró, si no cuando le acertaba a ver el Duque su padre. Y acaeció por esto ponerse a verle el Duque disimulado, y desbaratarle el toro o derribarle a él, o matarle el caballo».

Forzudo y valiente hasta la exageración, según Mariano de Cavia (Crónica Taurina -1901) Pedro Ponce de León ya alanceaba toros y por ello fue famoso en la España de 1530 y se hizo famoso por ser el mejor y más aplaudido de su época en este precedente del rejoneo. Participaba a menudo en fiestas y circos en tiempos de Carlos V. A la historia del toreo aportó la idea de tapar los ojos a los caballos para que no se espantaran de los toros.

En el XVI nacen los encierros de varas, luego, corridas de rejones. Los nobles se ayudaban de peones y escuderos para distraer al toro que echaban mano del capote. Los asistentes del matadero de Sevilla aportaron arte y creatividad a la tarea de conducir ganado, atrayendo la atención de centenares de espectadores para los que se construyeron gradas.

Las lanzas se sustituyen por picadores dándole valor estético a la faena de capote, que servía para llevar el toro al picador.  Los nobles, a caballo, tenían el privilegio de matar al toro, pero si no podían, se lo pedían a sus peones.

En Marchena el matadero estuvo hasta el XVIII junto a la fuente de San Antonio donde existió la puerta del Matadero, en la zona de la Fuente o Plaza de la Constitución.

La Plaza Ducal tenía una puerta o arco llamado del Toril por donde entraba el ganado bravo directamente del campo. Esta puerta del toril hoy ha sido convertida en cochera y se situaba justo frente a la calle Pasión que lleva a la Plaza de la Cárcel.