Cuando ser gay era delito y se perseguía con leyes de «vagos y maleantes»
José Antonio Suárez López
Rafael Cáceres Feria investigador de la Universidad Pablo de Olavide en el Área de Antropología Social investiga la represión a los homosexuales y transexuales durante el franquismo y primeros años de la Transición, momento en el que se abolieron las leyes que se encargaban de condenar y encarcelar a los gays. SABER MAS HISTORIA
«Nos interesaba saber por qué no se había reivindicado la memoria de los homosexuales como se había hecho, por ejemplo, con los presos políticos o las mujeres que fueron reprimidas durante la dictadura. Los presos políticos desde la Transición habían alzado voces reivindicando su memoria y la de sus familiares muertos. En el caso de los homosexuales no se ha hecho por la fuerte homofobia social» según Cáceres.
La represión de la homosexualidad se hizo con dos leyes distintas: la Ley de Vagos y Maleantes del año 1954, que estuvo en vigor hasta el año 1970, y la Ley de Peligrosidad Social, de los años setenta. Estas leyes afectaban más a los hombres que a las mujeres porque la represión era muy diferente en cada uno de los casos.
La represión al hombre era «principalmente policial mientras que a la mujer la reprimía la familia apoyada en el Estado. Es decir, la mayoría de las personas a las que se aplicaban estas leyes eran hombres porque eran normativas que se aplicaban en lugares públicos donde las mujeres tenían menos presencia».
Rafael Cáceres explica que «la propia familia denunciaba a sus hijas o familiares por tener ‘conductas anómalas’ y las canalizaban hacia órdenes religiosas, centros psiquiátricos o instituciones como el Patronato de la Mujer, que en teoría se ocupaba de redimir a las prostitutas. Eran encerradas hasta cumplir la mayoría de edad pero muchas se quedaban hasta los 25 años. Hubo una represión bastante grande contra la mujer».
«Para que el hombre entrara en la cárcel había un juicio (aunque con pocas garantías porque se trataba de una dictadura) pero había posibilidades de defensa. Pero en el caso de las mujeres lesbianas, si su familia lo decidía, eran automáticamente encerradas en estas instituciones».
Indica que «los travestis (porque en aquella época no se hablaba de transexuales) fueron carne de cañón del régimen. En la cárcel la mayoría de las personas eran travestis, la mayoría de clases populares» e indica que los que iban a la cárcel «eran de las clases más bajas, porque las clases altas disponían de espacios privados donde podían tener relaciones más íntimas y ocultas y solían o bien tener vinculación con el poder».
Por otro lado, curiosamente, el régimen fue condescendiente con algunos hombres casados que tuvieron relaciones homosexuales. Si éstos eran trabajadores (en el sentido de tener una vida ordenada) y contaban con el apoyo de la Iglesia, los justificaban: ‘estaba borracho’, ‘no sabía lo que hacía’, ‘lo han pervertido’. En algunos casos en los que se detenía a un hombre casado con un hombre ‘afeminado’, era este último el que pasaba por la cárcel.
Había módulos de homosexuales, en las cárceles de Huelva y de Badajoz. «Lo que sí nos han confirmado es que los homosexuales estaban separados de los pocos presos comunes que había y, además, estaban aislados de sus familias, que vivían en otros lugares de España y no podían ir a visitarlos».
La familia casi siempre apoyaba pero había casos en los que denunciaba. En los expedientes de vagos y maleantes se suelen recoger testimonios de guardias civiles, de alcaldes, de curas y de familiares.
«Estos últimos siempre intentaban justificar que eran buenas personas y trabajadores. El argumento más utilizado en la defensa, sobre todo en el caso de los hombres afeminados, era: ‘son así de nacimiento’. El régimen se cebaba con los casos que consideraban ‘por vicio’. Aquí no cabía ningún tipo de piedad».
«La pena significaba un tiempo en la cárcel, una multa que normalmente sufragaba tu familia, un exilio de la ciudad donde residía y, en muchos casos, una mancha negra en tu expediente a la hora de buscar trabajo. Mucha gente no ha superado la homofobia y es muy difícil encontrar a personas que quieran contar su experiencia».