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Del aprendiz de carpintero al maestro de alarifes: Diego López de Arenas, el marchenero que construyó la Sevilla dorada

Imaginen por un momento las calles de Marchena a finales del siglo XVI. Entre el ir y venir de vecinos, un joven aprendiz de carpintero afina su gubia en el taller familiar. Sus manos, ya curtidas por la madera, aún no saben que están destinadas a definir el paisaje urbano de una de las ciudades más importantes del mundo: Sevilla.

El libro «Breve compendio de la Carpintería de lo blanco» (1633), escrito por Diego López de Arenas, es una obra fundamental en la historia de la carpintería.

Hoy, los carpinteros contemporáneos, arquitectos y amantes del diseño tienen en esta obra un recordatorio de que las soluciones más sofisticadas suelen nacer de las ideas más simples. Y para quienes pasean por Marchena o Sevilla, ciudades llenas de historias y detalles arquitectónicos que guardan el espíritu de López de Arenas, este libro es un homenaje al conocimiento práctico que levantó esos muros y techumbres que aún desafían el paso del tiempo.

Cuando el joven Diego López de Arenas llegó a Sevilla desde Marchena, se encontró con una ciudad que era el epicentro del comercio mundial. Sus calles bullían de comerciantes de todas las naciones, sus casas se alzaban orgullosas con sus patios y tirasoles, y los alarifes -los maestros constructores- eran los guardianes de un conocimiento técnico que se transmitía de generación en generación. Ese conocimiento, que López de Arenas acabaría dominando y plasmando en su famoso tratado, tenía sus raíces en la tradición constructiva de pueblos como Marchena

Diego López de Arenas, marchenero de nacimiento y maestro mayor de alarifes de Sevilla. ¿Pero qué hacía exactamente un maestro de alarifes? En la Sevilla del siglo XVI, estos maestros eran los arquitectos municipales de su tiempo. Supervisaban obras, resolvían conflictos constructivos y, lo más importante, decidían cómo debían ser las casas, palacios y edificios públicos que hoy admiramos como joyas históricas.

López de Arenas no se conformó con dominar el oficio: lo revolucionó. Su obra maestra, «Breve Compendio de la Carpintería de lo Blanco» (1633), se convirtió en el manual de referencia para construir las espectaculares armaduras de madera que todavía hoy podemos admirar en iglesias y palacios. Esas techumbres que nos hacen levantar la vista y contener el aliento en la iglesia de San Juan de Marchena o en numerosos edificios sevillanos llevan el sello de sus enseñanzas.

Un tratado que documenta técnicas y conocimientos de la carpintería de lo blanco, una tradición profundamente arraigada en el arte mudéjar. El arte mudéjar, desarrollado en la España cristiana medieval y renacentista, se caracteriza por la influencia de artesanos musulmanes que permanecieron en territorio cristiano tras la Reconquista. Estos artesanos aportaron técnicas y estilos islámicos a la arquitectura y artes decorativas cristianas, creando una fusión única.

Al documentar detalladamente métodos como el uso de cartabones, lazos y ensamblajes característicos de la carpintería mudéjar, López de Arenas contribuyó a la continuidad y evolución de esta tradición en la arquitectura española. Su tratado es una fuente invaluable para comprender cómo las técnicas musulmanas se integraron y adaptaron en el contexto cristiano, reflejando la riqueza cultural resultante de siglos de convivencia y mestizaje en la península ibérica.

Las «Inmobiliarias de Dios»: El poder tras los ladrillos de la Sevilla dorada

Mientras Diego López de Arenas aprendía los secretos de la carpintería en las calles de Marchena, las instituciones religiosas de Sevilla manejaban un imperio inmobiliario que hoy nos dejaría boquiabiertos. La Catedral y los principales hospitales (el del Amor de Dios, las Bubas, las Cinco Llagas, el Cardenal y el Espíritu Santo) eran los auténticos «caseros» de la ciudad más rica del mundo.

Imaginen esto: de los 1.700 documentos de propiedades estudiados en la investigación de María Núñez-González, todos pertenecían a estas instituciones religiosas. Casas, tiendas, mesones, corrales de vecinos… la Iglesia no solo guardaba almas, también guardaba las llaves de media ciudad.

¿Pero cómo funcionaba este peculiar negocio inmobiliario del siglo XVI? Con una precisión que sorprendería a cualquier agente inmobiliario actual. Cada propiedad era minuciosamente documentada en los llamados «apeos»: documentos notariales que describían hasta el último rincón de cada edificio, desde el patio hasta el último tirasol.

Y aquí es donde entra en escena nuestro paisano. Cuando Diego López de Arenas alcanzó el cargo de maestro mayor de alarifes en Sevilla, se convirtió en una pieza clave de este engranaje. Los alarifes eran los ojos técnicos de estas «inmobiliarias divinas», encargados de inspeccionar, valorar y supervisar este vasto patrimonio edificado.

La conexión con Marchena no termina ahí. Este sistema de gestión inmobiliaria no era exclusivo de Sevilla. Las instituciones religiosas de nuestra localidad seguían patrones similares. Muchas de las casas señoriales y edificios históricos que hoy admiramos en Marchena fueron en su día parte de este peculiar mercado inmobiliario sacro.

El poder de estas instituciones era tal que dictaban incluso cómo debían construirse los edificios. Los conocimientos técnicos que López de Arenas plasmó en su famoso tratado no solo reflejaban una tradición artesanal, sino también las exigencias de estos poderosos propietarios eclesiásticos.