La religiosa mercedaria Ofelia Robledo Alvarado, destinada en Pemba, Mozambique desde hace once años, y vinculada con el convento de las Mercedarias de Marchena ha alertado hoy de la inseguridad persistente en la provincia de Cabo Delgado y del “silencio” institucional que rodea el conflicto. “Después del niño ahogado, y de pozo tapado. Gracias a Dios no nos pasó nada, pero fue terrible por las amenazas: a una hermana intentaron decapitarla”, relata sobre el asalto sufrido en junio por su comunidad por un grupo de delincuentes comunes extremadamente violentos.

En un mensaje remitido este martes a esta redacción, Robledo describe un escenario de violencia intermitente y crisis social: “Aquí todo está bien, aparentemente, el gobierno no habla. Los obispos poco hablan, también por el miedo que existe. Pero hay terrorismo, persecución, muchísima gente sufriendo, desplazados y mucha gente muere”.
La misionera resume el día a día como una “bomba” de problemas sociales alimentada por el hambre, el desempleo y la falta de tierras: “Hay tanta gente sin qué hacer, con hambre, sin trabajo, sin tierra que sembrar… Es una situación muy complicada”. Y apunta al trasfondo económico del conflicto: “Detrás de esos problemas está la gran riqueza que tiene el país”.
La misión de las Mercedarias en Pemba sigue abierta y acogiendo a refugiados musulmanes y cristianos: antes de la guerra atendían a niñas huérfanas de 5 a 21 años; ahora, dice, “nos hemos visto obligados a recoger a centenares de niños refugiados”. Pide no normalizar el sufrimiento: “Que mueran niños es la experiencia más impactante… ver a una niña en la escuela un miércoles y morirse un viernes”.
Robledo subraya la prudencia con la que trabajan: “Uno tiene que estar con mucha prudencia porque uno es extranjero; quien tiene que hablar son los nativos, pero no hablan por el miedo. Es un círculo de miserias”. Pese a ello, confirma la continuidad de la labor mercedaria con familias musulmanas y cristianas desplazadas: “Aquí hacemos lo que podemos, ‘siervos inútiles’, y aquí seguimos”. Ella trabaja en un orfanato para niñas en Pemba, Mozambique, mantenida por las Mercedarias de los sagrados corazones de Marchena y otras comunidades.
La comunidad mercedaria en Pemba, que ya había denunciado el asalto de junio, mantiene activos sus programas de acogida y asistencia básica mientras la población vive entre alertas, carencias y cortes. “Los problemas no acaban”, concluye Robledo, reclamando atención y apoyo sostenido para una crisis que, afirma, sigue silenciada.
Robledo enmarca la violencia en la disputa por los recursos: “Se han encontrado grandes bolsas de gas natural… Es una zona rica en gas, oro, grafito y diamantes”, una paradoja —dice— en “uno de los países más pobres del mundo”. Denuncia, además, la corrupción y la acción de grupos yihadistas que “matan a civiles indiscriminadamente y raptan a niños para entrenarlos como mercenarios”. Recuerda que el obispo de Pemba, Mons. Luiz Fernando Lisboa, “tuvo que salir del país tras ser amenazado en abril de 2021”.
Robledo atribuye la gravedad de la crisis a un “círculo de miserias”: “El gobierno no habla… los nativos no hablan por miedo”. Y lanza una crítica estructural: “África es el basurero de Europa… si Europa es rica es porque África es pobre. Unos están arriba porque otros están abajo. ¿Quién sostiene esos países ricos?”. También señala la erosión de lo público: “Si en Europa pagas diez euros en impuestos, el gobierno invierte ocho; en América Latina, la mitad; en África, el gobierno se queda con los diez e invierte 0,1”.
Sobre su vocación, mantiene la serenidad: “Yo quería ser de pequeña monjita y maestra de niños pobres… Nunca pensé ir a África y, sin embargo, estoy allá y feliz de la vida”. Y sobre la realidad cultural: “La religión católica entró allí hace noventa años; la gran mayoría son musulmanes y sus creencias son más poderosas que nuestro Evangelio”.
La mercedaria concluye con una llamada a sostener las acciones básicas de supervivencia —agua, alimentación y protección de la infancia— y a romper el silencio internacional sobre Cabo Delgado, donde, recuerda, el conflicto iniciado en 2017 ha provocado “el desplazamiento de 800.000 personas, y miles de muertos y desaparecidos”, agravado tras atentados en 2021. “Aquí hacemos lo que podemos… ‘siervos inútiles’, y seguimos”, afirma.

