En una España del siglo XVII, donde las normas sociales y el poder estaban en manos de hombres, surge una mujer que desafiaría todas las convenciones al ser una de las primeras mujeres de la nobleza castellana en separarse de su marido.
Nacida en Portugal en 1630, Guadalupe pertenecía a la nobleza portuguesa exiliada en Madrid en 1660, leal al rey español. La independencia y Restauración de la monarquía portuguesa en 1640, tuvo consecuencias para su familia.
El ducado de su hermano fue confiscado por aliarse con España. Luchó entonces por convertirse en Duquesa de Aveiro y restaurar el honor de su familia enfrentándose incluso a su propio marido.
En medio del pleito que sostenía contra viento y marea para recuperar sus títulos familiares ¿quién sería su principal oponente?. Nada menos que su propio esposo, el duque, quien maquinaba en contra de ella.
Decide entonces pedir ayuda al rey y defender sus derechos y capacidades, proclama que las mujeres como ella, nacidas en la nobleza, tienen las mismas obligaciones y responsabilidades que cualquier hombre.
Tres años después, confiesa que se siente atrapada, despojada de su libertad, de su estatus, de su fortuna, de su hogar y de sus hijos. Su única solución: pedir permiso para alejarse de su esposo y encontrar algún refugio. Ruega al confesor que interceda por ella ante el rey.
España estaba en guerra contra Francia e Inglaterra, con Portugal como aliado de las potencias europeas. En este contexto el Duque de Arcos agasaja al embajador del Rey de Portugal Duarte Ribeiro que iba a Cádiz.
Lo aloja por un año en su palacio de Marchena y le ofrece regalos y le paga lo que necesita en su barco hasta Saboya donde iba a tratar sobre una boda real de la heredera portuguesa.
Carlos II le concedió en 1681 el título de duquesa de Aveiro, pero no pudo regresar a Portugal para tomar posesión de sus estados mientras duró el matrimonio, así que decidió separarse.
El Duque, Don Manuel Ponce en el testamento (1693) dijo que “mi señora mujer, de cuya separación con gran atraso de mi vida y de mi casa sólo debo protestar, y repetir que no siento en mi consciencia haber dado motivo para tal resolución”.
El divorcio era una solución poco frecuente, pero posible en el mundo católico del Antiguo Régimen. Sin embargo, ni el fin del matrimonio ni el fallecimiento de su esposo permitieron a Guadalupe regresar a Portugal.
La Duquesa de Aveiro y de Arcos destacó por su cultura y erudición. Hablaba cinco idiomas, poseía una de las bibliotecas más extensas de la época, y tenía una colección de arte envidiable. Además, era pintora y gran mecenas de las artes y las ciencias. Gracias a ella, obras como «Synopsis Mathematica» de Antoine Thomas vieron la luz. Esta obra tenía como objetivo preparar a los misioneros para su trabajo en China, evidenciando la relación de Guadalupe con la expansión misionera jesuita.
La Duquesa mantenía correspondencia con misioneros alrededor del mundo, siendo una figura central en una red global de comunicación de los misioneros europeos que exploraban Asia y América.
Esto no sólo incluía la distribución de libros y relatos, sino también objetos de valor, arte y ciencia. Además, su devoción por los mártires del Japón y su relación con misioneros como Eusebio Kino y Antoine Thomas consolidaron su título como «madre de las misiones».
Su fe también era una parte esencial de su vida. Se sabe que llevó una vida austera, ayudando a los pobres directamente y donando piezas valiosas a conventos, como arquetas Namban japonesas y obras de arte de Lucas Jordán y Durero. La poetisa Sor Juana Inés de la Cruz, otra figura icónica de la época, la alabó en uno de sus romances.
Pese a ser enormemente rica, andaba descalza, vestia un solo traje negro, y atendía personalmente las necesidades de los pobres, sin ningún escrúpulo.
Al morir en 1715 en Madrid, dejó una última muestra de su profunda devoción: se encontró su corazón dentro de una cajita de plomo bajo la Virgen en el monasterio de Guadalupe, lugar donde eligió ser enterrada.