Uno de los Crucificados más bellos de la Archidiócesis de Sevilla es el que se encuentra en Sanlúcar la Mayor. Una escultura del siglo XIV, que sustituyó a otra anterior, tiene toda la unción sagrada de las imágenes medievales y la perfección de líneas del arte gótico.
Tan parecido al Cristo del Millón, que corona el retablo mayor de la Catedral de Sevilla (una obra también del siglo XIV), podrían aplicársele las palabras que escribió el profesor Hernández Díaz acerca del Cristo de la Catedral: Iconográficamente, ofrece extraordinario interés por la profunda unción sagrada, acorde con los conceptos propios de la medievalidad, que dramatiza el naturalismo escolástico, propio del gótico medio. Lo mismo podría decirse del otro Crucificado del siglo XIV, el Cristo de la Sangre, de la Iglesia de San Isidoro, de Sevilla explica Fernando Gª Gutiérrez, S.J Delegado Diocesano de Patrimonio Cultural.
El Cristo de San Pedro tiene, como los otros dos, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, aunque no tanto como los otros, en un gesto de inefable entrega al acabar de expirar. Ya no tiene ni la posibilidad de inclinar solamente la cabeza, sino que busca el hombro para reclinar su muerte reciente. Este Cristo manifiesta esos momentos inmediatos después de la expiración. El paño de pureza es casi idéntico en los tres Cristos, que les cubre gran parte de las piernas, con un mismo moño atado a la derecha. Y el cuerpo de estas imágenes, con un arqueamiento muy señalado, está clavado en la cruz con los tres clavos.
El Cristo de San Pedro es un ejemplo de esos Crucificados, que manifiestan un dolor sereno, en medio de su profundo naturalismo: ésta va a ser una constante en épocas posteriores de la Escuela Andaluza de Escultura, sin estridencias ni dramatismos, como un signo de la divinidad en medio de los sufrimientos de la humanidad de Cristo.