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Quien era la Madre Antigua

La venerable Sor María de la Antigua,  era una hija de labradores nacida en 1566 en Cazalla de la Sierra (Sevilla) y murió el 21 de septiembre 1617 y luego su cuerpo fue trasladado al convento de Santa María de Marchena en cuyo coro está enterrada.

400 años después de su muerte se publica así la primera edición moderna, aunque ya fue famosa hasta el siglo XVIII en América y España por sus varias obras dadas a la imprenta.

Iletrada, poeta y mística

Pese a ser iletrada y carecer de estudios sus poesías están a la altura de los mejores poetas de su siglo. La Biblioteca Nacional de España los incluyó en una exposición sobre poesía femenina junto a Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.

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«Soy hija de pobres extranjeros (portugueses) conocidos por cristianos viejos» escribe ella misma en su obra. De niña fue acogida en el convento de la Virgen del Puerto de Cazalla. Sus padres pasan a servir en el convento de la Madre de la Antigua de Utrera de donde la niña toma su nombre.

Ella atribuía su estado de Gracia al favor divino. Una noche de insomnio se sintió abrazada por Cristo «sentí mi alma encendida y con él abrazada» (…) «parecióme que con mi boca lamía aquella amorosa llaga» (la del costado de Cristo), mientras le daba las gracias de haberle dado el don del conocimiento.

Su escritura era revelada, -así lo decretaron todos los jueces eclesiásticos de todas las órdenes que vieron los textos- tenía visiones, veía y hablaba con muertos y veía a Jesús y la Virgen, la primera vez, en un descampado junto a Santa Clara, donde se puso la cruz de hierro que hoy está en uno de los patios del convento de la Concepción. El convento también conserva sus reliquias además de su tumba.  Su beatificación sigue adelante desde el XVII, a la espera de que alguien notifique algún favor o milagro.

También se le manifestó el mal en varias ocasiones, una en forma de animales como gato o sapo. El gato maullaba de forma amenazadora y le habló diciendo: «dame de comer», pero ella reconociendo el mal en él, lo rechazó:  «le dí tantos golpes que le quebré la cabeza».

«Las persecuciones de su convento tenían desmerecida a esta angelical criatura» dice su confesor el padre Corvera.

La obra de la Madre Antigua que más circuló en siglos posteriores por España y América fueron sus ejercicios espirituales, que dió pié a varias hermandad de la Madre Antigua, una en la Santa Cueva de Cádiz que encargó cuadros a Goya y música a Haydn y otra en Sevilla, mientras que las reglas de la Humildad obligan a sus hermanos a realizar los ejercicios de la venerable que vivió toda su vida entre los muros de Santa Clara y murió en Lora.

Al final de su libro Desengaño de Religiosos la franciscana Madre Antigua explica cómo a través de sueños y revelaciones sintió la necesidad de marcharse de Santa Clara de Marchena donde estuvo 37 años para fundar un convento de la Merced Descalza en Lora del Río y así ayudar a reformar dicha orden.

A cambio de que le entregaran su cuerpo convertido en reliquia por su fama de santa, el Duque fundó dos conventos en Marchena, Santa Maria y San Andrés y otros tres fuera de Marchena. La llegada de su cuerpo a Marchena en un carro de bueyes desde Sevilla fue una manifestación masiva de entrega.

Una muerte sobrenatural

La llegada de la Madre Antigua al convento de Lora fue el 19 de junio de 1617. En septiembre tuvo unas calenturas pero el médico no le dió importancia. El día antes de su muerte dia 21 de septiembre estaba comiendo con el resto de hermanas.

«Dos religiosas que la asistían trataron de algunas materias espirituales, y de los favores grandes que nuestro señor le hacía,  y fue tan grande el movimiento y arrebatamiento que hizo su alma y los efectos visbles y ansiosos de su corazón aunque con serenidad y quietud y paz del cuerpo que no habló más palabra». Todos los médicos y religiosos que la asistieron dijeron que «no pudo ser aquel acciente efecto natural sino sobrenatural e incendio prodigoso de amor divino».  Estuvo así unas horas y el viernes 22 de septiembre a las cuatro de la mañana «dió el espíritu al señor que con tantas ansias deseaba ver y amar eternamente».