Desde 1255 cuando se conquista Arcos, se establece una carnicería junto a la parroquia de Santa Maria y cada vez que había que sacrificar reses había que hacerlo en el secreto, a medianoche y a oscuras porque si se enteraban los muchachos del barrio corrían a torear los becerros en medio de la calle, según cuenta Manuel Pérez en su Historia de Arcos.
Enterados y localizados los toros por los muchachos llamaban a voces a los vecinos para que se asomaran por los balcones e iluminaran la escena con candiles y echaran agua a los toros fatigados de correr por las cuestas. Los toros se controlaban en caso de peligro con una maroma llamada PEA atada a una pata, de la que se tiraba para derribar al animal en caso de peligro.
Cuando llegaban a la plaza de La Botica se escuchaba que le quiten la PEA en la cuesta de los escribanos o calle chiqueros. Ya a las puertas del matadero y sin peligro se soltaban los animales y se hacia una improvisada capea a los animales que iban a morir inmediatamente en el matadero. Cuando Felipe V prohíbe los toros en España y los nobles se retiran de la fiesta, los toros de cuerda se mantienen en Arcos dando lugar al toro de la Resurrección o del Aleluya, que se sigue celebrando hoy. Aquel chiquero estaba en el actual callejón de Acosta junto a la Plaza del Cabildo y la parroquia.
Se acostumbraba a soltar toros en festividades como la procesión de los impedidos, la fiesta de la patrona la Virgen de las Nieves.