Evolución histórica del traje de flamenca: De las ferias de ganado a la alta costura
José Antonio Suárez López
Ejemplo de resistencia y reflejo de la atracción por el pueblo gitano. Reivindicación de la tradición y muestra de las últimas tendencias. El traje de flamenca es, por encima de todo, una de las mayores expresiones culturales del pueblo andaluz y símbolo de identidad más allá de sus fronteras.
El traje de flamenca y el mantón bordado, elementos imprescindibles en la fiesta.
El también conocido como traje de gitana hunde sus raíces en los últimos años del siglo XVIII, aunque no puede reconocerse un patrón básico hasta finales del XIX y principios del XX.
Ya en estos momentos pueden encontrarse algunos indicios en el traje popular de maja o ‘guapa’, de gran prestigio y utilizado como encarnación de la resistencia ante la invasión francesa, así como en la Escuela Andaluza de Boleras, muy del gusto de escritores y pintores románticos. También se vislumbran semejanzas con eltraje de faena de las clases populares y la indumentaria de las artistas flamencas, la gran mayoría de etnia gitana en esta época. A todo ello se une la creación en 1847 de la Feria de Abril de Sevilla como feria de ganado y su posterior evolución hacia acontecimiento festivo.
«El traje de flamenca forma parte del imaginario andaluz, identifica una forma de sentir y de relacionarse. La vestimenta es una forma de comunicación no verbal», explica Elena Hernández de la Obra, conservadora del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla. El recinto expositivo, gestionado por la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico, custodia un conjunto de carteles oficiales de las Fiestas de Primavera de la capital andaluza, datados entre 1911 y 1989, que dan fe de la evolución formal y estilística experimentada por este atuendo durante el siglo pasado.
Las conservadoras del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla María Venegas (izquierda) y Elena Hernández (derecha), junto a uno los carteles almacenados en el recinto expositivo.
«Muchas veces se piensa que en lo tradicional no se puede innovar, pero la tradición es algo vivo que evoluciona, es una selección que hacemos en el presente del pasado», asegura María Venegas Ortiz, también conservadora del Museo de Artes y Costumbres Populares sevillano.
La asociación de diseñadores y empresarios de moda y artesanía flamenca solicitó el pasado mes de enero el reconocimiento del traje de flamenca como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Vestir bien como rebeldía
La antropóloga Rosa María Martínez Moreno, autora de varias publicaciones sobre el traje de gitana, narra cómo los viajeros románticos se escandalizaban ante el buen vestir de las clases populares andaluzas: «La espectacularidad democrática del atuendo flamenco, heredada de sus antepasados los trajes de majos y majas andaluces, es una expresión de dignidad ante el otro, una barrera ingenua ante el posible menosprecio».
Cartel de fiestas de primavera en el que se puede observar el tipo de traje de flamenca en los años 20 del siglo pasado (Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla).
«La aristocracia también se identificó con estas prendas -subraya María Venegas- y empezó a usarlas en los contextos festivos».
Por otro lado, aunque el atuendo real de las gitanas en la segunda mitad del siglo XIX difería bastante del que pintan los costumbristas, el traje de flamenca sí se asemeja bastante al de los artistas que formaban parte de los cuadros flamencos que actuaban en cafés-cantantes, fiestas privadas y casetas de feria.
«Existen variaciones dependiendo de su uso para ferias, romerías o para espectáculos flamencos«, explica la conservadora María Venegas, una tesis que refuerza su homóloga en el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, Elena Hernández: «En función del uso, sus componentes son distintos y se acoplan perfectamente para el resultado final. Además, refuerza la identidad local en las ferias, regional en las romerías e incluso internacional, porque es sobradamente conocido fuera de España».
El primer patrón
La antropóloga Rosa María Martínez data entre los años 1890 y 1910 el aspecto actual del atuendo flamenco, siguiendo un patrón básico.
El mantón de China y la falda rematada con volantes se aprecian en este cartel de José García Ramos de 1912.
El zapato, ceñido y con trabillas para facilitar la sujeción necesaria, y un pañuelo de talle de cuatro picos en seda bordada rematada con flecos, también de seda, bien cruzado sobre el pecho, bien prendido con alfiler a la altura de la cintura.
Otro complemento del traje es el mantón de China -mal llamado de Manila, nombre debido a que en su comercialización hacia España pasaba por Filipinas-, de seda o crespón de seda bordado, en los primeros tiempos doblado en pico y, posteriormente, plegado en cuadro.
Antes de la Guerra civil, el atuendo flamenco incluía mantilla de encaje sobre peina de carey o nácar, algo hoy reservado sólo a la Semana Santa o a las corridas de toros, pero nunca como compañía del traje de gitana.
Cartel de 1929 que muestra cómo la mantilla formaba parte del atuendo flamenco (Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla).
A la última moda
Los trajes de flamenca comenzaron a evolucionar entre 1920 y 1936 siguiendo los dictados de la moda, una tendencia que no ha cesado desde entonces. Tal y como la define Rosa María Martínez Moreno, es «la única indumentaria tradicional que se actualiza continuamente» y que «no se ha estancado en un momento histórico determinado, como ocurre con la mayor parte de las indumentarias tradicionales, sino que evoluciona desde los primeros tiempos de acuerdo con la moda».
Cartel de 1919 en el que se aprecia el mantoncillo anudado y la peineta de carey (Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla).
Los carteles de Fiestas de Primavera de la década de 1910 muestran el traje de flamenca con larga falda rematada con volantes y levantada con enaguas, completado con el mantón ya sea en pico, forma rectangular o ‘a la moronga’ (de gran tamaño, en pico por delante y con los extremos cruzados por la espalda, cayendo por los hombros). En los años siguientes se introducen el percal, liso o de lunares, y el talle bajo a la cadera. La falda se acorta hasta los tobillos y se acampana con tres grandes volantes fruncidos con vivos colores. La peineta es alta, tipo teja, y los aderezos (grandes pendientes y collares) se realizan con resinas industriales para aligerar su peso.
Los 70, que supusieron al principio un rechazo al uso del traje tradicional por parte de una juventud «más contestataria», en palabras de Martínez Moreno, conllevan ya avanzada la década un nuevo cambio. El vestido vuelve a alargarse y disminuye el volumen amplio de los 60; las mangas, a la altura del codo, terminan en amplios volantes, y los mantoncillos, de largos flecos, se confeccionan a juego con el traje.
Una niña vestida de flamenca en los años 50.
Una vestimenta que en Andalucía ha bebido de varias fuentes en una suerte de mestizaje hasta convertirse en lo que es hoy. «No somos receptores pasivos, sino creadores activos de esta tradición», subraya Elena Hernández. «Quien mantiene vivo el patrimonio inmaterial -añade su compañera, María Venegas- no son las instituciones, es la gente anónima del pueblo».