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Paz y Palma florecen por Cruz y Madre de Dios: un Domingo de Ramos que hace historia en Marchena»

La Semana Santa de Marchena se abrió este 2025 en un estallido de luz y emoción, con el patrocinio de empresas locales como Colchones Divin, Fisiocenter, Construcciones Lecru, Casa Vaquero y otras muchas que, año tras año, sostienen con su apoyo esta manifestación de fe popular.

El sol bañó desde primera hora la fachada de San Agustín, donde los cofrades vivieron la emoción contenida de un Domingo de Ramos que se prometía espléndido tras un año anterior marcado por la lluvia. “Las puertas del cielo están a punto de abrirse”, se escuchaba decir entre la multitud agolpada en la plaza, mientras niños hebreos y nazarenos de túnica blanca y palmas doradas se preparaban para acompañar al Señor de la Paz.

Minutos antes de las cinco, la primera Cruz de Guía de la Semana Santa marchenera rompió la calma, y con ella el júbilo contenido de un pueblo que llevaba dos años soñando con este momento. Desde el interior de San Agustín, el paso de Nuestro Padre Jesús de la Paz comenzó su difícil salida: costaleros agachados hasta el límite, pasos medidos, zancos bajados al máximo para franquear un dintel que parece más pequeño cada año. Un milagro de fe y técnica cofrade.

La emoción se multiplicó cuando María Hurtado, pregonera oficial de la Semana Santa, y Jesús García, pregonero juvenil, golpearon el llamador y dedicaron la primera «levantá» a la salud y esperanza de Marchena. “Que nuestro Padre Jesús de la Paz reparta mucha salud y mucha esperanza por nuestro pueblo”, pronunció María, antes de que el paso se alzara a pulso entre aplausos.

Ya en la calle, el cortejo avanzaba arropado por la música vibrante de la Banda de Cornetas y Tambores María Santísima de la Palma, que, desde hace más de treinta años, acompaña al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén. Cada marcha era un estallido de júbilo, cada chicotá, un latido colectivo.

Este año, como novedad, la hermandad estrenaba su recorrido aprobado en cabildo: tras calle Sevilla y la Cruz, discurriría por Méndez Núñez, San Pedro y San Sebastián. La decisión de no pasar por Plaza Alvarado, que durante décadas fue postal icónica, fue recibida con melancolía por unos y con ilusión por otros, al apostar por calles más íntimas que recuperan el sentido más recogido de la Semana Santa.

No faltaron momentos de pellizco: una saeta desgarrada al paso del Señor en Méndez Núñez recordó la profunda devoción de este pueblo; y una levantá especial, dedicada a una hermana enferma, arrancó lágrimas sinceras entre costaleros y devotos.

Si difícil fue la salida del paso de Cristo, la de María Santísima de la Palma superó todas las expectativas. A ras de suelo, con costaleros doblados hasta casi el imposible, la niña de Marchena, como la llaman, atravesó las angostas puertas de San Agustín envuelta en un palio calado que dejaba colarse los primeros rayos de sol. Una imagen celestial que quedará grabada en la memoria colectiva.

El cortejo, ahora más pausado, avanzaba bajo la dulce melodía de la Banda de Música Villa de Marchena, que interpretó piezas como Paz y Palma y Aurora, esta última dedicada a la Virgen Blanca de la localidad. El paso por las Mercedarias, donde las monjas aguardaban emocionadas, dejó una estampa que parecía suspendida en el tiempo.

Una vez más, el Domingo de Ramos en Marchena fue contraste: por la mañana, la Hermandad de la Santa Caridad recordaba en su procesión de los huesos la dura historia de una ciudad asolada por la peste en 1649; por la tarde, la alegría de los niños hebreos y las palmas benditas inundaban las calles en un canto a la vida y a la esperanza.

Si el alma de la hermandad se vestía de blanco y olivo en las calles, el alma de la trabajadera tenía nombre y apellidos: Carlos Hidalgo, Jesús Díaz, Manuel Benítez y José Manuel Conejero.

No basta la fuerza. No basta el fervor. Hace falta la sabiduría de un capitán curtido en la espera y en el empuje, que sepa medir el esfuerzo, leer el viento y leer también el alma de sus hombres. Porque sacar al Señor de la Paz y a María Santísima de la Palma por las angostas puertas de San Agustín no es sólo un desafío técnico, sino también un acto de fe y de templanza.

Con las órdenes firmes y templadas, Carlos Hidalgo y Jesús Díaz marcaron el compás del Misterio. Cada toque de martillo era una promesa cumplida. Cada «¡al cielo con él!» era un latido compartido entre costaleros y devotos, como ocurrió en la emocionante levantá dedicada a Irene Zapico, en la que toda Marchena elevó su plegaria entre aplausos y lágrimas.

Al frente del paso de palio, Manuel Benítez y José Manuel Conejero demostraron una vez más que la veteranía y el amor a la Virgen son la combinación perfecta para guiar un mar de emociones. Con instrucciones precisas, entre caricias y órdenes justas, lograron el milagro que cada año parece imposible: ver cómo el palio de la Virgen de la Palma, a ras de suelo, vencía la estrechez de la puerta para derramarse de nuevo en luz por las calles de Marchena.

El paso de misterio de Nuestro Padre Jesús de la Paz se presentó soberbio, abrazado por un monte clásico de clavel rojo sangre de toro, compacto y rotundo como un latido contenido. El color de la Pasión se elevaba desde la trabajadera como una llama, envolviendo el paso en una fuerza callada que parecía brotar desde la misma tierra.

Sobre el palio de María Santísima de la Palma, la suavidad encontró su lenguaje. El exorno floral, realizado con mimo y sabiduría, desplegaba una sinfonía de rosas de pitiminí blancas, lirios morados, nardos perfumados y fresias, entremezclados con toques de eucalipto. El blanco puro y los matices rosados hablaban de ternura, de promesas que florecen en silencio, de un amor sin estridencias, sereno y verdadero.

Cada flor no estaba allí por azar. Cada vara de lirio, cada tallo de clavel, había sido pensada para narrar la historia de la redención y de la esperanza. Como si los floristas, artistas silenciosos, hubieran leído los Evangelios no con los ojos, sino con las manos. El paso de la Virgen, avanzando entre saetas, palmas y lágrimas, parecía una balsa de aroma suspendida en la tarde tibia de Marchena.

Así, Marchena, con su Semana Santa romántica y atemporal, volvió a demostrar que en sus calles no solo se procesiona la fe, sino también la memoria, la historia y el alma de un pueblo que cada Domingo de Ramos renueva su promesa de luz bajo el azul inmenso de su cielo andaluz.

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