Herejía, sexo y mentiras en el clero sevillano del XVI
José Antonio Suárez López
En el XVI la iglesia sevillana estaba azotada por múltiples conflictos internos como la limpieza de sangre, la integración de los conversos en el clero, la poca ortodoxia de los jesuítas, la existencia de un grupo evangélico que predicaba desde los púlpitos de la catedral la inutilidad de los ritos y del culto a las imágenes, o los frailes que se propasaban con las monjas en el momento de la confesión tenía muy atareados a los clerigos del cabildo catedralicio.
La integración de los conversos y otras razones llevó a una guerra abierta en el seno del clero con dos bandos en claro enfrentamiento.
El dominico Domingo de Baltanás apoyó la integración de los judeo conversos dentro del clero y se opuso en 1525 a los estatutos de limpieza de sangre que el Arzobispo Diego Deza había hecho aprobar lo que dejó a los conversos fuera de juego y comenzó la persecución contra ellos como muestran los documentos de Marchena analizados por Juan Gil en torno a unas dependencias de la parroquia de San Miguel.
Baltanás encontró el apoyo de los renovadores Juan de Ávila y Fernando de Contreras que desde Alcalá de Henares ampliaron la predicación itinerante defendieron la oración mental, y fueron procesados en Sevilla en 1532 por herejía y alumbradismo.
Colaborador del arzobispo Deza, cuando fue procesado y recluido, por propasarse con decenas de monjas, Domingo de Baltanás había sido un predicador popular, director espiritual, escritor y fundador de nuevos monasterios de su orden como el de Marchena y rector del colegio dominico de Santo Tomas hasta 1525. Gracias al apoyo de la aristocracia andaluza pudo tener éxito de su actividad fundadora y en su obra literaria.
Diego Deza, consejero de los Reyes Católicos, inquisidor general, amigo de Colón y del Duque de Arcos con quien mantuvo intensa correspondencia, ideó el colegio Santo Tomas poniendo como rector a Baltanás con la intención de renovar la tradición escolástica y oponerse al humanismo de Alcalá de Henares y Cisneros, su gran rival en la corte.
Desde la Complutense llegó al Cabildo catedral sevillano el núcleo reformista que acabaría quemado por la Inquisición: Vargas, Egidio y Constantino, al que se uniría Juan Ponce de León, primo del Duque de Arcos.
JUICIO CONTRA EL NUCLEO EVANGÉLICO SEVILLANO
El doctor Egidio, canónigo magistral de la catedral, llegó a predicar en los pulpitos sevillanos la aversión a las ceremonias tradicionales, la hostilidad del pueblo hacia una Iglesia jerárquica percibida como lejana y corrupta. El descubrimiento de la misión clandestina de Julianillo Hernández con una carga de libros heréticos provenientes de Ginebra, en el otoño de 1557, desencadenó la represión y el grupo fue condenado a la hoguera.
Las monjas de Santa Paula explicaron que Egidio había predicado la inutilidad del culto a las imágenes y de las ceremonias, la utilidad de de la oración mental el rechazo a los ritos, devociones y estructuras eclesiales oficiales por su falsedad e idolatría y entre los sacramentos solo había que admitir el bautismo y la eucaristía.
BALTANAS Y LAS MONJAS
Domingo de Baltanás se ocupó de los problemas derivados de la piedad femenina y trató con beatas, terciarias, videntes deseosas de gozar de un contacto más intimo y directo con la divinidad, algo que atrajo al Santo Oficio.
Hasta cincuenta y siete monjas testificaron contra Baltanás, por sus proposiciones sexuales. Les había dicho que «los osculos y tactos de hombres con mugeres no eran pecados» y que «todas las cosas que suelen passar entre los cassados de besos y abraços y tocamientos avian passado entre Nuestra Señora y Joseph eçepto la copula carnal».
En conversaciones privadas o durante la confesión, Baltanás tenía la costumbre de «besar muchas religiosas y tocarles con las manos en las partes bergonçosas genitales» les decía que «las tenía por esposas y por hermanas y por mugeres» e intentaba justificar sus actos diciendo que «lo hazía por el amor que las tenía». En una ocasión, a una monja que había intentado resistirle, había respondido, logrando convencerla, que «había pedido licencia al Papa para poder tocarla».
Había intentado convencer a las monjas que la unión carnal con el director espiritual era cosa buena y santa, ponia sus manos en el sexo y decia «Christus vincit, Christus regnat» a modo de ensalmo o exorcismo.
Lo paradójico es que Baltanás, en su Doctrina Cristiana, decia que la lujuria, era el «apetito desordenado de carnalidades», pecado que se cometía no solamente con «el acto cumplido con polución fuera del matrimonio», sino también con «otro cualquier tacto libidinoso de besos y abraços […] que se haze principalmente por el deleyte carnal».
El día 25 de febrero 1563, los inquisidores sevillanos organizaron un auto particular en la capilla de San Jorge del Castillo de Triana donde se leyó públicamente la sentencia contra Baltanás por la que fue depuesto verbalmente de todas sus ordenes y oficios clericales para que perpetuamente no pudiese confesar ni celebrar misa y fue internado en Santo Domingo de Alcalá de los Gazules por ser remoto y lejos de las vías de tránsito hasta el día de su muerte en 1567.
Baltanás fue acusado de blasfemia herética, proposiciones escandalosas y «simple fornicación» y fue el primero entre todos los imputados de solicitación.
FUENTES
Domingo de Bañtanás monje solicitante. GIANCLAUDIO CIVALE. Università degli Studi, Milano
FRAY DIEGO DE DEZA, ARZOBISPO DE SEVILLA. José Gámez Martín. Academia Andaluza de la Historia