Si los hombres son memoria de un pasado cierto, que mejor que contarla para que no queden muertos. Si quieren que algo muera, dejarlo quieto, por eso andamos a vuelta con los recuerdos. Quien quiera saber, que pregunte a sus ancestros. Historias con emociones, y rostros que son recuerdoss.
Piedras que hablan, sobre los ancestros, libros abiertos, no, lo tuyo ni lo mio, sino lo nuestro. ¿Para qué sirve saber todo esto?. Para que el primero que llegue no te venda su cuento. Quien tiene raíces, tierra, memoria y recuerdos, compara y reconoce el rostro del engaño con solo verlo de lejos. Pero sin memoria el hombre esta hueco. Lo traen y lo llevan, se compran y venden, como modas o descuentos.

Calle Cantareros. Sobremesa. Años sesenta: melón y sandía. Sustento. Sobre la tarde reposa la memoria del esfuerzo. De segar, de madrugadas, de caminar demasiado, de cobrar demasiado poco, de sol, hoz, trigo y lamento. Sobre la tarde reposa la memoria del ssilencio cuando la siesta es sagrada, y el calor un incendio.
La niña se entretiene recogiendo y lavando las pipas del cielo: del melón todo se aprovecha. Sobre un papel pone a secar las pipas al sol para luego tostarlas en el perol con un poco de sal. Salinas del rio Corbones de Marchena, quedaron salineros hasta los años sesenta. Cuando la sombra por fin cubría las tapias y los pozos, y el incendio se extinguía, llegaba el alborozo. El agua corría por los patios. Chicos y grandes se refrescaban con agua fría de pozo.
En Marchenra los veneros afloran en los patios. Todas las casas recibían la bendición del agua. La arquitectura tenía aún la medida humana. No viviamos todavía en cajas encementadas, sino en patios de luz blanca encalada con espacio suficiente para seguir los ritmos que la madre tierra manda. Y tener unas macetas, algo de verde o un árbol al que cuidar, algo de ganado, un perro un gato: espacio.
Donde ver las estrellas, las lunas o escuchar la radio o bailar sevillanas. Los pueblos tenían entonces la medida del alma humana. Un hombre trabajando podia pagar su casa y criar a sus hijos como Dios manda.
Ahora la casa solo sirve para una rapida encamada, y comer algo rápido porque pronto nos expulsa. El verano es ahora un club selecto. Donde pagas una millonada por el asueto. Una casa a la medida del dinero, que te esclaviza de por vida, si tienes suerte, salud y tiempo. Dos sueldos no bastan para vivir con esfuerzo lo que antes costaba la mitad de dinero. Ahi empieza el drama del hombre moderno. Decenas de pacientes con ansiedad cada día. Ya lo dijo Gala, Hay que salirse de esa cadena que enferma.
Los barrios de entonces se levantaban a base de cooperativas, donde un hombre trabajaba construyendo su propia casa, su vida, a un precio mucho menor que el del mercado. Ya hay quien busca recuperar ese sistema, por el bien común. Los pueblos sirven para eso: salirse del mercado y devolver su valor al tiempo. Para quien quiere otra vida, está la ciudad, pero al menos que en los pueblos nos dejen vivir en paz, que se lleven el postureo y nos dejen la autenticidad. La humanidad no es una mercancía sino una cualidad.
Llegada la tarde, la brisa más fresca, la gente salía a hablar a las puertas. Los niños jugaban a juegos de siempre. El trompo, la uva, la lima, el trapo quemao, a los platillos o chapas que se recogian en los bares. Uñita, uñate chocolate. En la calle de los Cantareros eran frecuente ver los cántaros secarse al sol en las puertas. Jamás pensé que se perdería la costumbre de salir a tomar al fresco al final del día. Pero es lo cierto, ni los barrios celebran ese festival del buen tiempo.
Los sistemas gremiales de oficios medievales no quedaban tan lejanos, y aun en los setenta quedaban chozas tradicionales levantadas por las manos del abuelo. Se vivía casi igual que hacía dos mil años. La tradición de los cantareros se extendía por todo el barrio: hasta en la calle Compañía quedaban cantareros de barro, cántaros que se usaban en el ámbito de lo doméstico. El barro lo sacaban del camino de los barreros y se hacían tambien ladrillos en ladrilleras del mismo barrio.
El 18 de Julio era festivo y algunos vecinos aprovechaban para llevar a sus hjos en carros por el camino a bañarse en el rio. Porque entonces aun se podía bañar en el rio. Toda una aventura para los niños.
En la calle Compañía nacía la Alameda, grandes árboles sombreaban las explanadas, hasta la fuente de San Ginés. La sombra no era entonces un lujo sino un deber. La Alameda era un gran paseo de diseño ilustrado, nacido de la razón, y muerto por el mercado. Bloques de pisos brotaban por todos lados cuando Luis Camacho dejó escrito en su libro Nostalgia y Poesía que lo que no tiene valor de mercado no existe para muchos pero sin embargo es lo mas valioso. Todo necio confunde valor y precio. Nos vendieron que el progreso era esto. El progreso para ellos, con sus negocios opacos a costa de vender la esencia de nuestro ser y de nuestro pueblo. Los negocios oscuros salen con el tiempo.
Memoria del fielato en la Puerta Real donde pagaban los carros por entrar y de los frailes de la Compañia cuyo gran huerto ocupaba toda una acera de la calle La Mina.
Conducción de agua que llenaba la fuente del patio del colegio Jesuita adonde iban los vecinos a llenar los cántaros y seguía el aguaa hasta el aljibe almohade de la Finca El Parque, que alimentaba las huertas del Palacio y sus adarves. De vez en cuando la conduccion subterránea se hunde y lo rellenan de chinos o cementos.
Tuvo este barrio tambien un protibulo llamado Generalife cmuy cerca de Santa Isabel donde las muchachas de la vida hacían punto tomando el sol de la tarde mientras los estudiantes iban y venían y estudiaban al Cerro de Leva.
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