Fuente: Fundación Blas Infante.
Hace exactamente 25 años, en un acto como el que aquí nos reúne, en el aniversario (entonces el 58) del asesinato de Blas Infante, un andalucista gigante, un artista genial que llevó a Andalucía y su cultura a todos los confines del planeta, Salvador Távora, que nos ha dejado hace unos meses aunque nunca morirá en nuestros corazones ni en el alma de nuestro pueblo mientras sean representadas sus obras, comenzó su intervención con un bellísimo poema que yo le tomo prestado –seguro que a él no le importa sino todo lo contrario, ¿verdad Salvador?- para que sean las suyas mis primeras palabras:
Arañaron tu puerta en Coria hasta arrastrarte al verde oscuro de una cuneta andaluza. Te negaron el agua hasta las monjas a las que llegaste arrastrando con un tiro en el pecho. No te remataron por temor a que la sangre de tu sien sembrara el huerto de espigas verdes y rojas amapolas de las que cubren las caras de los muertos. Me lo contaron ayer los dos cabreros que presenciaron escondidos tu tormento. Te asesinaron antes que a Companys, tu amigo catalán, al que llevabas libros y comidas cuando encerrado estaba en el Penal del Puerto. Te debemos la historia y la bandera a ti, Blas Infante de los siglos. Te debemos la sed que despertaste en nuestros viejos corazones dormidos. Y te debemos el futuro que se abre si no remachan tu sien con otro tiro. Y te tendremos en pie, aunque estés muerto, a ti, Blas Infante de los siglos.
Salvador tituló su intervención “Blas Infante, compromiso y símbolo para la unidad” porque aseguraba que el punto de referencia del abrazo solidario que debemos darnos los andaluces –y yo agregaría que, sobre todo, quienes nos sentimos andalucistas y pretendemos pensar y vivir como tales- no puede ser otro que Blas Infante. Un Infante al que Salvador llamaba a “rescatar del manejo inmovilista que hacen de su obra, de su vida y de su muerte aquellos que quieren enterrarlo entre banderas de seda, aunque sean verdes y blancas”.
Es ese Blas Infante, ocultado al pueblo andaluz, silenciado en la gran mayoría de las aulas de nuestros colegios, institutos y universidades, aunque su nombre figure en el rótulo de algunas calles, parques o estaciones de metro, el que nosotros tenemos la obligación de desenterrar. No basta, aunque ello sea sin duda necesario, con rescatar sus restos de la fosa común de Pico Rejas o de allí donde estén. Hay que rescatar, sobre todo y por encima de todo, su pensamiento político, su ser de andalucista revolucionario. Resulta enormemente significativo que en la sentencia que un denominado Tribunal de Responsabilidades Políticas dictó contra él, casi cuatro años después de que le fuera aplicado el “Bando de Guerra”, se justificara su muerte por su doble condición de “revolucionario” y de “propagandista del andalucismo político”. Aunque la sentencia fuera inicua, estos calificativos definen perfectamente la vida y la obra de Blas Infante. Porque, ¿podía haber algo más revolucionario y radicalmente andalucista, en su tiempo, que considerar como el Ideal Andaluz “más inmediato y central” el de “la tierra para el jornalero andaluz”, como ya señaló desde su primera aparición pública en 1914, y propugnar una Andalucía Libre, redimida por el esfuerzo de los propios andaluces?
Infante insistía en que había que liberar a Andalucía de los ocho grandes “dolores”, de las ocho grandes lacras que consumían sus energías y le impedían la libertad. ¿Cuáles eran estas? En sus propias palabras: el dolor de los pueblos de España “uncidos en piara por el interés patrimonial de los reyes”; el dolor de la servidumbre caciquil imperante en partidos políticos y elecciones; el dolor de la esclavitud de pensamiento; el dolor de la esclavitud económica de los trabajadores, especialmente de los jornaleros agrícolas; el dolor de la ausencia de justicia para el pueblo; el dolor de la servidumbre cultural; el dolor de la esclavitud familiar y de la discriminación de las mujeres; y el dolor de la esclavitud de conciencia.
Para estos ocho dolores o problemas estructurales (políticos, económicos, sociales e ideológicos), Infante propugnó soluciones para cuya difusión desarrolló una actividad constante: una estructura confederal, construida en base a la libre voluntad de los pueblos-naciones de Iberia (Andalucía uno de ellos); la transformación profunda de los partidos, que él llamaba “organizaciones electoreras que atentan contra la soberanía del pueblo”; la garantía de las libertades públicas sin restricciones; la abolición del trabajo como mercancía, la Reforma Agraria y la intervención de las organizaciones obreras en los consejos de administración de las empresas; una justicia enteramente civil, gratuita y arbitral, con magistrados de distrito y una rectificación urgente del sistema penitenciario; una enseñanza gratuita, laica y no burocrática en todos los niveles; la plena igualdad de derechos de las mujeres y la libre constitución y disolución del contrato matrimonial, con reconocimiento de todas las uniones de hecho; y el fin del “monopolio pseudorreligioso alcanzado por la acción política de la Iglesia de Roma”, mediante medidas que garantizaran el respeto absoluto para todas las
religiones y la preservación por parte del estado de los valores artísticos y culturales de los bienes de todas ellas.
Con un programa de esas características, unido a una crítica radical a quienes hacen de la política una profesión en beneficio de su bolsillo, de su vanidad o de ambas cosas, y a una fuerte defensa de la cultura de la paz y de la pedagogía como única arma para convencer, no es extraño, ni anómalo, que Blas Infante fuera considerado un revolucionario andalucista peligroso. Él se enfrentó no solo al régimen político -¡qué tristeza en sus palabras cuando hubo de denunciar que “el hambre es más amarga siendo republicana que monárquica, porque además de ser hambre de pan es hambre de esperanzas defraudadas por la República!- sino también, y sobre todo, osó cuestionar el “orden” económico-social imperante y poner al descubierto las causas de la alienación cultural que sufría Andalucía, resultado de su situación colonial, que impedía –como sigue hoy impidiendo- a la mayoría de los andaluces ver los mecanismos ocultos de la opresión.
Por esto, aunque puedan desenterrarse los restos materiales de don Blas –y esperemos que no tengan que transcurrir otros más de ochenta años para que ello se haga realidad, al igual que la exhumación de la totalidad de las decenas de miles de cuerpos de andaluces represaliados tanto en los días del golpe militar-fascista y los años de la mal llamada guerra civil como en los, más crueles aún, años del franquismo-, Blas Infante seguirá enterrado en tanto no desenterremos y difundamos su pensamiento y su acción cultural y política, entendiéndolos no solo como parte irrenunciable de nuestra historia como Pueblo –que lo es- sino, sobre todo, como instrumentos para orientar nuestra acción hoy.
Es por desconocimiento de Blas Infante, por no haberlo leído o ni siquiera conocer su existencia, por lo que aún resulta necesario en nuestros días seguir demostrando, como él hizo, que Andalucía no es Castilla, ni es Europa sin más. Que tenemos una cultura propia resultado de un proceso histórico peculiar al menos en los últimos 2.500 años. Que esa cultura es, a la vez, mestiza y original, como un río caudaloso con varias fuentes que lo hacen caudaloso: la fuente andalusí, que recogió las herencias tartéssica, de la Bética romana y de Bizancio, la castellano-europea, la judía, la negroafricana y la gitana.
¿Es que han sido superados los ocho “dolores” que señalaba, denunciándolos, Blas Infante? ¿Es que se han puesto en práctica en algún momento las soluciones políticas y jurídicas que él planteó como remedios para esos dolores? Rotundamente no, aunque quienes él llamaría “profesionales de la política” incluso se hayan atrevido, hace unos años, a poner en el preámbulo del vigente estatuto de autonomía, junto al reconocimiento formal a su figura –lo que está bien-, la mentira de que la Andalucía actual está muy cerca de aquella por la que él luchó y murió. ¡Qué barbaridad, cuando Andalucía continúa sumida hoy en la dependencia económica, la subordinación política y la alienación cultural y cuando todos los indicadores señalan que se acentúa la divergencia, que no la convergencia, respecto a otros países y comunidades del estado y respecto a la media europea! Parafraseando a Infante, podríamos decir que la situación de Andalucía hoy es más amarga de lo que era bajo la dictadura porque a los dolores que persisten, y que no han sido resueltos, se añade también el dolor de que ello ocurre en democracia y con autonomía (aunque con qué baja intensidad democrática y con qué insuficiente nivel de autonomía).
Hace exactamente cien años, en el Manifiesto Andalucista de Córdoba del 1 de enero y en la Asamblea de marzo, también en Córdoba, Blas infante lanzó un llamamiento para la lucha por una Andalucía Libre, una Andalucía con voluntad de ser y de vivir por sí. Él repetía que somos un Pueblo, una nacionalidad no solo porque tenemos identidad histórica, identidad cultural e identidad política nacional sino también, y sobre todo, porque “una común necesidad invita a todos sus hijos a luchar juntos por una común redención”. Es ineludible preguntarnos si está o no vigente esa necesidad hoy, un siglo después, aquí y ahora. Yo afirmo que sí y no me cabe duda de que, a pesar de las toneladas de anestesia que nos inyectan a diario, por múltiples y poderosos medios, somos muchos las andaluzas y andaluces que así lo creemos aunque ello no se traduzca en las urnas electorales, que es el referente que consideran algunos, erróneamente, como único válido para detectar los sentimientos y el nivel de conciencia.
Si viviera Blas Infante, estoy seguro que volvería a emplazarnos para que nos volquemos en la tarea de despertar a nuestro Pueblo, de desvelarle con firmeza y paciencia las trampas con las que pretenden seguirlo cloroformizando para restringirlo a una vida vegetativa de autoconformismo y de miedo a que todo pueda ir aún peor. Algunos quieren que creamos que el pensamiento político de Blas Infante es algo que pertenece al pasado, solo susceptible de estudios académicos o de recuerdos nostálgicos. Se equivocan o tienen como objetivo que nos equivoquemos. Dicen, por ejemplo, que él definía socialmente a Andalucía como un país y un Pueblo de jornaleros y eso es ya cosa del pasado porque hoy quedan pocos jornaleros agrícolas. Dicen que los planteamientos de Blas Infante quizá hubieran podido tener validez en un tiempo pasado pero no en el nuestro, porque todo ha cambiado. Es que no saben analizar más allá de las apariencias o es que pretenden engañarnos. Para seguir con el mismo ejemplo, es cierto que hoy el número de jornaleros agrícolas es pequeño respecto a cien años atrás, pero paradójicamente la gran mayoría de los andaluces han sido hoy jornalerizados: jornaleros de la construcción, jornaler@s de la hostelería, jornaler@s de la enseñanza… todos ellos precarios, con condiciones de trabajo y salarios, y soportando prácticas abusivas, que son muy equivalentes, estructuralmente, a las de los jornaleros del campo de aquellos tiempos. Lejos de desaparecer, la situación jornalera se ha generalizado, aunque esto no lo vean ni los propios sindicatos porque el relato que nos repiten desde los ámbitos de poder económico, social y político lo oculta.
Algunos dicen que se ha cumplido la aspiración central de Blas Infante porque Andalucía tiene ya autonomía. O no han leído jamás a Infante o mienten a sabiendas. La autonomía, como en su tiempo el cambio de régimen de monarquía a república o hace cuarenta años del franquismo a la restauración monárquica, tienen valor real cuando las nuevas situaciones, los nuevos regímenes, poseen capacidades y las utilizan para acometer las transformaciones necesarias con el objetivo de alcanzar los ideales (los objetivos políticos). Hoy, la concentración de la tierra y, en general, de los medios de producción económicos y financieros, es aún mayor que hace un siglo. Nuestra economía sigue siendo extractivista, al servicio de demandas e intereses exteriores a nosotros. La emigración continúa por más que antes quienes emigraban eran fueran en su mayor parte gente con poca formación escolar y ahora emigren jóvenes con master y carreras universitarias a los que ha cerrado la posibilidad de aplicar aquí sus conocimiento. Sí que hemos progresado…
Y en lo político, a pesar de que tenemos formalmente autonomía y de que hasta hace unos meses siempre los gobiernos fueron de un partido autocalificado como de izquierda, que incluso se ha envuelto en la verdiblanca siempre que ha habido convocatorias electorales, esta autonomía no ha servido siquiera para que el río Guadalquivir y sus aguas puedan ser gobernados desde Andalucía. No digamos para crear suficientes empleos, dejar atrás la necesidad de emigrar, avanzar en la neutralización de las desigualdades, potenciar nuestra cultura… Más allá de ser granero de votos para partidos estatales, trampolín para el acceso, o la pretensión de acceso, a ámbitos de poder estatal para los dirigentes de estos, y laboratorio de experimentos políticos y administrativos, el papel político de Andalucía ha sido durante estos casi 40 años, y sigue siendo, mínimo. Como lo demuestra, por ejemplo, que una vez más, hace pocas semanas, en el pleno del congreso de los diputados para la investidura, fallida, de presidente del gobierno, no se mencionara ni una sola vez el nombre de Andalucía ni tuvieran protagonismo alguno nuestros problemas. Como si no existiéramos. ¿Para qué nos sirve, pues, esta limitada, insuficiente y decepcionante autonomía? ¿Estaría satisfecho con ella Blas Infante?
Quienes nos declaramos andalucistas no deberíamos dejar pasar un día como el de hoy como si fuera un mero ritual, anualmente repetido, de escaso contenido y con más escasas aún consecuencias políticas. Los rituales, las rememoraciones, son, sin duda, imprescindibles. Tenemos que homenajear a Blas Infante, claro que sí, recordando por qué lo asesinaron, recordando que sus restos han tenido el mismo destino que decenas de miles de andaluces demócratas, de diversas ideologías –las cunetas, las fosas comunes o ni se sabe dónde, como ocurre con los de Federico-, y mostrando nuestra indignación porque todavía ni siquiera se ha anulado aquella sentencia que intentó legalizar el crimen y asfixiar económicamente a Angustias, su viuda, y a Luisa, María de los Ángeles, Blas y Alegría, sus hijos, huérfanos desde tan pequeños… Pero todo esto, que –repito- es obligado, imprescindible, y que hacemos acompañados de algunos compañer@s que sin ser andalucistas han querido estar aquí con nosotros, debería tener también otros desarrollos para quienes sí nos afirmamos como tales. Creo, en conciencia, que no podemos escapar al emplazamiento que hoy nos haría, si pudiera, Blas Infante. Creo que, por encima de diferencias de estrategia o tácticas, deberíamos todos los y las andalucistas convertirnos en un Blas Infante colectivo que zamarree a nuestro Pueblo andaluz y le infunda la fuerza del pensamiento blasinfantiano para que logre levantarse, como pide nuestro himno, y exija Tierra y Libertad, los dos ideales centrales por los que luchó y murió el padre de la patria (o mejor, matria) andaluza.
Tenemos la obligación ética y política de dirigirnos a cada andaluz con los duros pero necesarios versos con que lo hiciera otro gigante del andalucismo, nuestro inolvidable Carlos Cano:
“No sé por qué te lamentas en vez de enseñar los dientes, ni por qué llamas mi tierra a aquello que no defiendes. Si en vez de ser pajaritos fuéramos tigres bengala, a ver quién sería el guapito de meterno en una jaula”
…Si el próximo 4 de Diciembre, nuestro Día Nacional, consiguiéramos visibilizar el andalucismo ante nuestro Pueblo, de forma potente y, al menos en esa celebración, como una gran y unitaria marea blanquiverde, demostraríamos dos cosas. La primera, que se equivocan quienes anunciaron con regocijo la desaparición del andalucismo, algunos para tratar de apropiarse de forma oportunista de su espacio presuntamente vacío. La segunda, que habríamos sabido anteponer lo que nos une a lo que nos diferencia superando sectarismos, oportunismos y personalismos. Sería un gran paso.
Poseemos referentes simbólicos poderosos: la arbonaida, el 4-D, Blas Infante… Símbolos que queremos compartir con todos pero que no vamos a aceptar que nadie se apropie de ellos para desvirtuarlos. Referentes que constituyen un patrimonio inequívocamente andalucista. Y tenemos también, o deberíamos tener, los andalucistas dolores comunes, heridas sangrantes del pasado y del presente que es preciso encarar sin demora. Para ello contamos también con los remedios que nos ofreció en su tiempo –no tan diferente estructuralmente al nuestro, repito- nuestro principal ideólogo, aquel revolucionario y propagandista del andalucismo que fuera asesinado en este mismo lugar hace hoy 83 años. ¡Qué más queremos! Él murió con un grito, un grito de tres palabras en las que resumía todo su proyecto político. Repitámoslo ahora poniendo no solo nuestro corazón en esas tres palabras sino también la voluntad de traducirlas cada día en los hechos. Es urgente hacerlo así porque nuestro Pueblo Andaluz está débil, enajenado, y muy potentes intereses quieren hacerlo desaparecer como tal, manteniendo, si acaso, solo algunos elementos de su cultura para que, convenientemente desactivados de su significación profunda, puedan ser vendidos como exotismos en el mercado turístico. Unámonos para impedirlo. Unámonos todos las y los andalucistas en el esfuerzo, en el trabajo, en la lucha, en la ilusión, por despertar a nuestro Pueblo. Como aquí y ahora vamos a unirnos, sin reticencia alguna, en gritar lo que en aquella noche terrible gritó Blas Infante mientras le arrebataban la vida, que no la fuerza de la verdad: ¡¡¡VIVA ANDALUCÍA LIBRE!!!
ISIDORO MORENO, Catedrático Emérito de Antropología y Patrono de la Fundación.