La reciente Dana que ha golpeado con furia la Comunidad Valenciana ha dejado un paisaje desolador en numerosos municipios, y la historia de Javier González, marchenero residente en Alfafar, es una de las muchas que reflejan la gravedad de este fenómeno. La inundación, que él mismo describe como un “tsunami”, ha transformado las calles de su entorno en verdaderos ríos de lodo y escombros, creando una situación que recuerda a un escenario de guerra.
Javier González, vecino de Marchena y residente en Alfafar, Valencia, ha vivido en primera persona la devastadora DANA que ha golpeado la región valenciana. En una serie de mensajes enviados a sus amigos y familiares en Marchena, Javier ha descrito la situación como una lucha constante por mantener el orden y la seguridad en medio de un paisaje inundado y lleno de peligros. Con vehículos desaparecidos y acceso limitado, las labores de recuperación se vuelven aún más difíciles.
«Es un aluvión de productos ahora», comenta Javier. «Les digo a todos que, si los productos lo permiten, es mejor esperar un poco antes de enviar más ayuda. La necesidad será mayor en unos días, cuando todo se empiece a agotar». Consciente de la magnitud de la crisis, Javier ha estado coordinando la ayuda desde grupos de mensajería y organizando la entrega de materiales esenciales como productos de limpieza, botas de agua y otros suministros para que el apoyo llegue de forma continua y sostenida.
A pesar de los esfuerzos, Javier también enfrenta sus propios retos. Tras perder su coche en medio de la tormenta, ha tenido que limitar sus movimientos. «Recuperé la moto, pero no puedo circular porque cualquier corte podría infectarse. Las infecciones son casi inevitables en estas condiciones», relata.
En su relato, Javier expresa la incertidumbre del día de la DANA. A pesar de que se habían anunciado lluvias, el aguacero no se manifestó hasta bien entrada la tarde, cuando las calles comenzaron a llenarse de agua con una rapidez y fuerza inesperadas. «Pensábamos que sería una inundación pasajera», comenta, pero pronto la situación se tornó crítica, obligándole a ayudar a su mujer a cruzar la calle cubierta de agua. Al caer la noche, el nivel del agua seguía subiendo.
El panorama al amanecer era devastador. Montones de coches apilados, escombros y basura inundaban el vecindario. Para Javier y muchos otros, la recuperación se ha convertido en una ardua tarea comunitaria. Durante días, los vecinos se unieron para limpiar las calles, ayudando a quienes más lo necesitaban, desde rescatar enseres hasta repartir bocadillos y botellas de agua. Sin embargo, comenta que lo más necesario ahora son artículos de limpieza y botas de agua, imprescindibles para hacer frente a la amenaza de infecciones.
La solidaridad ha sido clave. Desde Marchena, amigos y familiares de Javier, incluyendo a sus hermanos, han llegado con material de apoyo, transformando su hogar en un improvisado centro de distribución. Al reflexionar sobre esta experiencia, destaca con emoción el papel de los jóvenes de la comunidad, quienes, con solo 13 y 14 años, no dudaron en salir a las calles para quitar barro o repartir comida a las familias.