Se ha escuchado el grito retumbar en el zaguán: ¡Fran! Solo una persona me llama Fran, y no me opongo; aunque me suena demasiado cursi para un periodista con ínfulas de justiciero. Fran Chirino serviría en todo caso para un cantante cubano fracasado. En realidad, tampoco es muy diferente a lo que hago.
Bajo las escaleras con el ansia de una edad sin escalones y, en la puerta, espera Jesús Lino con su ford azul. Todos los coches de nuestro pasado nos resultan tremendamente grandes y solemnes. La libertad era eso, un ford azul y quemar gasolina sin remordimientos. Viene Suárez, un jornalero de la tinta del que aprendí que el periodismo es el arte de lo posible. Y ahora recogeremos a Francis, que maneja el doble de adjetivos que nosotros. El periodismo con adjetivos es literatura.
Vamos donde diga Jesús, que es el que tiene la intuición y el olfato; la llave maestra que abre la coraza de los entrevistados. Jesús no es solo un fotógrafo, es nuestra conciencia, la vergüenza deshabitada, las excusas de la tercera persona, el carisma que nos falta, la discreción por la soberbia que nos sobra.
Entonces hace clic y ya no tienes escapatoria, ha atrapado el momento irrepetible y ese trocito de tu vida ya no te pertenece; porque ha dejado de ser tu vida para convertirse en una fotografía. Eran esos tiempos en los que las fotografías se guardaban impresas en una caja de cartón, porque es la única forma que tenemos de regresar sobre lo vivido.
El archivo de Jesús preserva los colores de otra época de Osuna y de Marchena; los domingos por la tarde, los sábados de feria, la iluminada luz oscura de un Miércoles Santo, la nostalgia abandonada de las torres de las iglesias, los días henchidos de juventud. Tienen el color pardo de las vivencias y el brillo de los amores que no nos echaron ni puñetera cuenta.
Nos subimos al ford azul y nos reímos, porque el periodismo era todavía divertido; porque nos reíamos de los juegos de palabras de Francis, de cualquier impertinencia que yo habría dejado en un artículo, de la charla que Jesús le dará a Suárez porque se habrá equivocado en una foto. Si todo saliera como corresponde no serían necesarios los periódicos.
Una cerveza en el Molinillo. Después, otra. Cuando bebíamos y después seguíamos recordando las noticias. Ahora solo soy capaz de cumplir con esta premisa reportera a medias.
Me despido: “Jesús, a ver si nos vemos”. Y no me percato de que los años son unos vulgares desagradecidos, que me faltan las fotografías de Jesús para comprobar que he vivido.
A ver si nos vemos pero no nos hemos visto.