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La compañía de Ana Vílchez triunfa con un espectáculo audaz y de calidad

Gonzalo Roldán Herencia

FICHA TÉCNICA: La vida es bella. Compañía de Ana Vílchez. Dirección y coreografía: Ana Vílchez.

Bailarines: Ana Vílchez (Dora), Miguel Ángel Talaverón Atoche (Guido), Ángeles del Pozo (Josue), Ignacio de la Rosa, Elena Plaza, Ana del Río, Paula Fortes, Triana Méndez y Ana Cristina Trujillo (cuerpo de baile).  Escenografía: Francisco José López Reyes.  Lugar y fecha: Auditorio “Pepe Marchena”, 19 de octubre de 2019. Clasificación: 5 estrellas.

La ciudad de Marchena vivió este fin de semana la magia de “La vida es bella”, un espectáculo que, con el flamenco y el baile español de fondo, revisita la genial producción cinematográfica de Roberto Benigni. La responsable de esta audaz adaptación es Ana Vílchez, que con su compañía ha dado una vuelta de tuerca a la hermosa historia de amor entre Guido y Dora, y su sacrificio por el bienestar de su hijo Josue en los convulsos tiempos de la II Guerra Mundial.

La compañía de Ana Vílchez está compuesta por profesionales del mundo de la danza con un amplio bagaje en diversos campos. De este modo, el elenco de artistas que la pasada noche se subió al escenario es una selección de los mejores bailarines de Andalucía, cuya versatilidad y destreza técnica se pusieron al servicio de la creatividad y la emoción.

El espectáculo “La vida es bella” parte de la emblemática banda sonora que Nicola Piovani compusiera para la película de Benigni. Sin embargo, esta producción va mucho más allá, pues bebe en múltiples fuentes musicales para construir un discurso coherente y sumamente expresivo. Desde la música New Age de Vim Mertens, Michael Nyman o Philip Glass al flamenco revolucionario de Enrique Morente, la dialéctica de esta historia contada a través de la danza es sumamente original. En este sentido, la adaptación de la soleá por bulerías al cajón flamenco como leitmotiv de los soldados nazis fue un gran acierto, y un ejemplo de cómo la transferencia entre culturas musicales puede ser idónea para contar historias sin importar la procedencia del argumento.

Otro punto fuerte de esta producción fue, sobre todo, la calidad de los bailarines, tanto de los principales como del cuerpo de baile. Sin duda, la presencia en el escenario de la coreógrafa es de por sí un valor añadido. Ana Vílchez, que interpretaba a Dora, esposa y madre de los protagonistas masculinos, desarrolla su amplio conocimiento del baile español y la danza en una coreografía novedosa y arriesgada. Desde la primera escena de seducción junto a Miguel Ángel Talaverón, con la banda sonora original de “La vida es bella” de fondo, los bailarines sorprendieron por su complicidad y perfecto empaste coreográfico. Particularmente emotivo es el lamento que Ana Vílchez interpreta con la canción “En un sueño viniste” de Enrique Morente, narrando con movimientos de danza contemporánea y expresión corporal el dolor por la pérdida de sus seres queridos que han sido confinados en un campo de concentración.

Por su parte Miguel Ángel Talaverón Atoche, el “Niño del Roete”, triunfó sobremanera en su Marchena natal. Este bailarín llena la escena con su sola presencia. En una emotiva representación de Guido, su arte se puso en todo momento al servicio de la historia, al que añadió una expresividad gestual y corporal muy apropiadas para completar el diseño psicológico del personaje. Con “A Gentleman’s Honor” perteneciente a The Photographer de Glass, Miguel Ángel Talaverón construía un número sublime por su intensa carga emocional, ya que muestra a un padre que se da cuenta de la gravedad de las circunstancias que le rodean (la persecución y exclusión por parte de los nazis por el hecho de ser judío) y, sin embargo, lucha por minimizar los daños que dicha situación puede producir a su hijo, interpretado por Ángela del Pozo.

Igualmente impresionante fue la dialéctica que mantiene con los soldados del campo de concentración en las escenas de persecución y represión, los momentos de juego y cariño hacia su hijo o su dramática muerte. En la retina de todos los asistentes queda grabado el desgarrador solo de baile español que realiza hacia el final de la obra, expresión contenida de rabia y dolor, en el que un foco cenital iluminaba el aura del bailarín en cada movimiento y realización. Juegos de imitación, zapateado, posturas coreográficas de gran belleza y complejidad y, sobre todo, la gracia natural del bailarín sevillano fueron las herramientas que Miguel Ángel Talaverón desplegó en una interpretación espectacular que hizo las delicias de todos los asistentes y le valió una prolongada ovación al finalizar la obra.

También merece una mención especial la bailarina Ángela del Pozo, que se transmutó en el hijo de Guido y Dora. Interpretar un papel infantil con danza resulta complejo, ya que requiere un dominio profundo de la gestualidad y un control del desarrollo coreográfico. En este sentido, la bailarina evidenció su buena escuela con una realización aparentemente carente de esfuerzo, con movimientos muy propios de un niño que convirtieron en creíble y oportuno su papel.

Este trío de ases que conforman los papeles principales se completa con el cuerpo de baile, formado por Ignacio de la Rosa, Elena Plaza, Ana del Río, Paula Fortes, Triana Méndez y Ana Cristina Trujillo, que interpretaron los soldados nazis y los prisioneros judíos con gran eficacia y carga argumental. A ello hay que unir un diseño de vestuario de la propia Ana Vílchez, fiel a las necesidades historicistas y argumentales de la trama, y una escenografía minimalista pero sumamente ingeniosa de Francisco José López Reyes. Por medio de bloques de madera se configuran los espacios emocionales de la escenografía, desde una calle de cualquier ciudad italiana a el muro de separación del campo de concentración, pasando por la carretera y caminos que conducen a los personajes o el famoso carro de combate que Josue gana al final del juego ideado por su padre.

En definitiva, podemos decir que asistimos a un espectáculo excepcional, de gran ingenio y originalidad y con un desarrollo artístico de alto nivel. Ana Vílchez se configura como una gran coreógrafa, además de bailarina, merecedora de reconocimiento por haber ideado una propuesta artística tan novedosa que hizo las delicias de todos los asistentes y le valió una prolongada y sincera ovación. Esperamos volver a verla pronto en escena con una nueva creación.