La orientación de las iglesias, en la tradición cristiana, es un aspecto lleno de simbolismo y significado que se ha mantenido a lo largo de los siglos. La orientación hacia el este es la más común y tiene múltiples explicaciones y significados.
En los primeros tiempos del cristianismo, los fieles se enfrentaban al este durante la oración. Una razón para esto es que, en la diáspora judía, se oraba en dirección a Jerusalén, que en la mayor parte del Imperio Romano estaría hacia el este. Además, la segunda venida de Cristo se asocia con el este, según lo descrito en el Evangelio de Mateo: «Porque así como el rayo sale del este y brilla hasta el oeste, así también será la venida del Hijo del hombre». Desde el siglo III, Cristo se ha identificado simbólicamente con el «Sol Naciente» o la «Luz del mundo», lo que refuerza la orientación hacia el este.
Históricamente, no todas las iglesias tempranas se construyeron con la cabecera o el ábside orientados hacia el este. Sin embargo, a partir de los siglos III y VII, se precisó que las iglesias deberían construirse orientadas hacia el este. Esta práctica, sin embargo, fue decayendo en algunos casos debido a las limitaciones urbanísticas y a una menor sensibilidad hacia esta orientación en tiempos modernos.
El este, en el simbolismo cristiano, representa el Paraíso, mientras que el oeste se asocia con el Anticristo, las tinieblas y la muerte. Por eso, el muro de la fachada occidental a menudo se reserva para representar el Juicio Final. Además, el norte y el sur tienen sus propias connotaciones: el norte se asocia con la oscuridad y Satanás, y el sur con la luz y Cristo Salvador.
Además del simbolismo religioso, la orientación de las iglesias hacia el este también tiene un componente práctico. Permite el aprovechamiento de la luz natural durante las ceremonias y los servicios religiosos, creando un efecto visual impresionante y una atmósfera espiritual y reverente.
En la liturgia, la orientación espacial afecta significativamente la experiencia religiosa. Por ejemplo, el altar suele estar situado en la parte más alta de la iglesia, simbolizando la presencia de Dios, y los bancos se disponen de manera que los fieles se enfrenten al altar, participando activamente en la liturgia.