Durante casi dos siglos, los duques de Arcos y sus esposas se enterraron en los conventos de Marchena, aunque el convento de San Agustín de Sevilla continuó siendo considerado como el panteón familiar principal de la Casa, el lugar al que debían ser trasladados sus restos en última instancia.
Esto implicaba que los enterramientos en Marchena eran vistos como depósitos temporales mientras se esperaba el traslado definitivo a Sevilla, traslado que, sin embargo, nunca se llegó a realizar para muchos de ellos. A principios del siglo XVIII, este patrón cambió y los enterramientos comenzaron a realizarse en Ávila y Madrid, reflejando el alejamiento de los señores de su villa natal y un profundo cambio en las devociones, introducido por el duque Don Joaquín, quien sustituyó a los agustinos y dominicos de Marchena por las carmelitas descalzas de Ávila. Desde entonces, y hasta la desaparición de la Casa de Arcos, ningún duque se enterró más en Marchena ni fue amortajado con el hábito agustino.
En el Colegio de Santa Isabel, se llegaron a enterrar dos duquesas consortes de la familia Ponce de León. Estas duquesas fueron doña María de Toledo, esposa del II Duque Don Luis Cristóbal, y doña Teresa de Zúñiga, esposa del III Duque Don Rodrigo.
La importancia de estos enterramientos radica en la manifestación de la relación entre la nobleza y las fundaciones religiosas, donde el patronazgo y los derechos de enterramiento exclusivos reflejaban no solo la devoción y el poder terrenal de la familia Ponce de León sino también su deseo de perpetuar su memoria y estatus social en el espacio religioso y comunitario de Marchena.
En una foto de la Fototeca de la Universidad de Sevilla podemos ver como las dos Duquesas de Arcos mencionadas estaban enterradas en unos arcones de madera en el altar mayor a la vista de todo el mundo. Cuando se ejecutó la obra de restauracion del templo se trasladaron a la cripta donde fueorn luego despositados bajo el altar mayor.
Curiosamente, los enterramientos estaban ubicados justo debajo de las pinturas de sus maridos, los Duques que representados como santos pintó el artista Juan de Roelas. Estos dos Duques están enterrados en la iglesia de Santo Domingo de Marchena, aunque inicialmente se dispuso que sus cuerpos fuersen llevados a Sevilla, aunque nunca se cumplió.
Los cuadros de San Luis Rey de Francia y San Rodrigo de Córdoba, que adornan el altar mayor del Colegio de Santa Isabel, representan una manifestación tangible de la influencia y el legado de la familia Ponce de León en la esfera religiosa y artística de Marchena. Don Luis Cristóbal Ponce de León, II Duque de Arcos, y su hijo, Don Rodrigo Ponce de León, están simbólicamente representados en estas figuras sagradas, lo que subraya la estrecha vinculación entre la devoción personal, la memoria familiar y el patronazgo artístico. Esta práctica de incorporar retratos o referencias a miembros de la familia en imágenes religiosas no era inusual en la nobleza de la época, sirviendo como un medio para perpetuar su legado y afirmar su piedad y estatus social.
Durante su vida, Luis Cristóbal Ponce de León se destacó no solo por su posición en la nobleza sino también por su participación en la corte del rey Felipe IV de España. Fue un importante mecenas de las artes y la cultura, siguiendo la tradición de su familia. La época en que vivió fue una de las más ricas en cuanto a la producción cultural y artística en España, conocida como el Siglo de Oro, y los nobles como él jugaron un papel fundamental en el patrocinio de artistas y escritores.
El Colegio de Santa Isabel de la Encarnación fue fundado en 1599, bajo la advocación de Santa Isabel de Hungría, por disposición testamentaria de Luis Cristóbal Ponce de León, IV duque de Arcos, quien murió en 1606. Este acto de fundación no solo demuestra la devoción religiosa y el interés por la promoción de la educación de Ponce de León sino que también subraya la importancia de la nobleza en el patrocinio de instituciones educativas y religiosas en ese periodo.
Los cuadros del segundo cuerpo del altar, obra de Roelas, junto con las representaciones de San José y San Juan Bautista por Alonso Vázquez en el primer cuerpo, complementan este entorno devocional y artístico, ofreciendo un testimonio de la riqueza cultural y espiritual que la familia ducal aportó a su entorno.
SAN AGUSTIN DE MARCHENA
La Iglesia de San Agustín en Marchena alberga una historia significativa en cuanto a enterramientos nobiliarios se refiere, destacando el traslado en 1696 de los restos mortales del duque Don Manuel. Este evento marcó un episodio importante en la historia local y en las prácticas funerarias de la nobleza de la época.
Don Manuel fue originalmente enterrado en la capilla de Nuestra Señora de los Remedios en la parroquia de San Ginés de Madrid, lugar de donde era feligrés. Sus restos fueron trasladados a una iglesia provisional en el convento de los Agustinos de Marchena, donde permanecerían hasta 1776. Este traslado permitió reconstruir la ceremonia barroca de los funerales de un duque, destacando el papel de los frailes agustinos como custodios y testigos privilegiados de estos eventos.
El cadáver llegó a Marchena el 20 de septiembre en una caja forrada en felpa verde con detalles dorados, y al día siguiente comenzaron las exequias, que duraron 9 días. Para la ceremonia se preparó un túmulo cubierto de terciopelo negro, con las armas de la casa ducal esculpidas en lo alto de la tumba. La cara de la tumba donde reposaba el cuerpo estaba forrada en terciopelo verde con clavos sobredorados, destacando la opulencia y el detalle en la organización de estos funerales. Encima de la tumba se colocó una almohada de brocado, un espadín dorado y sobre éste, una corona de plata, rodeada de 12 blandones con pabilos encendidos, simbolizando el estatus y el poder del duque incluso después de su muerte.
A principios del siglo XVIII, este patrón cambió y los enterramientos comenzaron a realizarse en Ávila y Madrid, reflejando el alejamiento de los señores de su villa natal y un profundo cambio en las devociones, introducido por el duque Don Joaquín, quien sustituyó a los agustinos y dominicos de Marchena por las carmelitas descalzas de Ávila. Desde entonces, y hasta la desaparición de la Casa de Arcos, ningún duque se enterró más en Marchena ni fue amortajado con el hábito agustino