Historia
Los libelos de sangre y cómo desencadenaron la expulsión de los judíos de 1492
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Los libelos de sangre eran acusaciones falsas de que los judíos secuestraban y asesinaban niños cristianos para rituales y surgieron en Europa durante la Edad Media y cobraron fuerza entre los siglos XII y XV. El primer caso registrado ocurrió en Norwich (Inglaterra) en 1144, con la muerte del niño Guillermo de Norwich, atribuida sin pruebas a la comunidad judía local. A partir de entonces, leyendas similares se propagaron por Francia, Alemania e Italia, alimentando un imaginario antijudío que caló hondo en la mentalidad popular.
En estos relatos se repetía un mismo patrón: la supuesta crucifixión o asesinato ritual de un niño inocente en emulación de la Pasión de Cristo, a menudo cerca de la Pascua, seguida de la veneración del menor como mártir.
La Península Ibérica no fue inmune a estas calumnias importadas de Europa. Ya a mediados del siglo XIII, el rey castellano Alfonso X el Sabio recogía por escrito ese prejuicio: “Hemos oído decir que algunos judíos muy crueles roban algún niño cristiano y lo crucifican coincidiendo con la celebración de Viernes Santo”

Documentos de la Sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional
Esta mención en el Código de las Siete Partidas evidencia que, desde época temprana, la creencia en el crimen ritual judío había echado raíces también en Castilla. En la Corona de Aragón, hacia 1250 se popularizó la leyenda de Dominguito del Val en Zaragoza –un niño de coro cuya muerte se atribuyó a judíos–, mito que persistió durante siglos en el folclore local e incluso en cultos aprobados por la Iglesia (llegó a colocarse una placa conmemorativa afirmando que “fue martirizado por los judíos en el año 1250” en una iglesia de Sevilla)

Acusaciones de libelo de sangre en Castilla: de Sepúlveda a La Guardia
En la Castilla del siglo XV, convulsionada por crisis sociales y religiosas, los libelos de sangre tuvieron manifestaciones violentas. Un caso documentado ocurrió en Sepúlveda (Segovia) en 1468. Según relata el cronista segoviano Diego de Colmenares, en Navidad de ese año corrió la “irritante nueva” de que los judíos de la aljama local, “aconsejados por su rabino, Salomón Picho, habíanse apoderado de un niño cristiano… Al fin, poniéndole en una cruz, habíanle dado muerte, a semejanza de la que al Salvador impusieron sus antepasados”.
La sola acusación –difundida en plena guerra civil castellana– desató una feroz represalia: dieciséis judíos fueron juzgados y quemados en la hoguera por orden del obispo Juan Arias Dávila, y no contentos con ello los vecinos de Sepúlveda asaltaron la judería, masacrando a la mayoría de sus habitantes.
Este incidente, conocido como el Santo Niño de Sepúlveda, evidencia cómo la calumnia del crimen ritual servía de chispa para explosiones de violencia antijudía popular, respaldadas después por autoridades eclesiásticas.
Otro ejemplo infame es el llamado Caso del Santo Niño de La Guardia, ocurrido a finales de la década de 1480 en la localidad de La Guardia (Toledo). En este episodio —el más célebre libelo de sangre en España— confluyeron la superstición popular y la intervención directa de la Inquisición. Un grupo de conversos (judíos bautizados) y judíos fue acusado de secuestrar a un niño cristiano y perpetrar un supuesto ritual blasfemo que combinaba una hostia consagrada con la sangre o el corazón del menor, en una parodia sacrílega de la misa. Aunque nunca se halló el cadáver de ninguna víctima ni hubo denuncia de un niño desaparecido, los tribunales dieron total crédito a la acusación.
Tras un proceso inquisitorial celebrado en Ávila en 1491, seis conversos y dos judíos (entre ellos el rabino Yuce [Yusuf] Franco) fueron condenados a muerte. Fueron “quemados vivos” en la hoguera el 16 de noviembre de 1491
Como señalan Teresa Marta y Fernando Suárez, “este proceso dio lugar a una importante exacerbación de los ánimos antijudíos, que pudo influir en alguna medida en la promulgación del edicto de expulsión general del 31 de marzo de 1492”.
El caso de Marchena: Inquisición y judeoconversos
El siglo se inició en Marchena con hechos que monstraban la conexión del antijudaísmo local, con la Guerra de Sucesión que dejó a los portugeses en suelo español, -muchos de ellos conversos, que vivian en sevilla y provincia desde 1600- como potenciales enemigos.
Una carta de la Inquisición de Sevilla a la suprema, (AHN Inq. 3.027) recogida por Domínguez Ortiz da cuenta de las pesquisas hechas a finales de 1714 sobre la supuesta muerte en Marchena de un niño llamado Diego Bohórquez, hijo de Juan Bohórquez Villalón, familia de hidalgos con origen en Morón.
Según dicho documento el cuerpo apareció el 26 de diciembre, en la puerta del convento de San Francisco de Marchena, y la posterior sospecha recayó en un grupo de conversos sospechosos de judaizar, como Francisco Morales, abogado del Duque, Pedro de Toledo comisario de la Inquisición y Manuel Herrera.
Juan y D. Antonio de Bohórquez fueron soldados enviados por el Ayuntamiento de Marchena para retomar Gibraltar, en septiembre de 1706 con domicilio junto a la Iglesia de San Juan. La supuesta aparición de niños de cuya muerte se culpaba a los judíos fue un recurso habitual en España desde el Santo Niño de la Guardia Toledo en el XVI, hasta el el niño muerto en Cádiz en 1708 siempre en contextos de guerra y repunte del antijudaísmo.
La Testificación General de Corte de 1718, tras la Guerra de Sucesión supuso el apresamiento de numerosos judaizantes y dio pie a escritos antijudíos en tomo a 1730.
Entre 1635-1697 encontramos en la campiña sevilana 15 procesos inquisitoriales por judaísmo en Marchena, 40 en Morón y 97 en Osuna según la obra «¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio» escrito por Victoria González de Caldas y la mayoria eran contra conversos portugueses.
En este periodo encontramos en Marchena un juicio de Antonio Fernández Martos portugués vecino de Marchena que en 1709 visitador de la Aduana de Sevilla procesado por judaizar por la Inquisición de Sevilla.
Paralelamente a los grandes montajes de libelo de sangre, la Inquisición española desplegó en aquellos años una persecución implacable contra los conversos acusados de “judaizar” (practicar secretamente el judaísmo).
Un ejemplo revelador ocurrió en Marchena (Sevilla), donde un fraile de origen converso fue objeto de acusaciones que, si bien no implicaban asesinato ritual, muestran la atmósfera de sospecha y odio alentada por el Santo Oficio.
Se trata de Fray Diego de Marchena, monje jerónimo del monasterio de Guadalupe, quien en 1485 fue arrestado y juzgado bajo cargos de herejía. Según el expediente inquisitorial recientemente hallado, este clérigo marchenero fue acusado de “seguir la ley de Moisés”, es decir, de continuar practicando ritos judaicos a pesar de su investidura religiosa.
El proceso contra Fray Diego pone de manifiesto los tenues límites entre realidad y paranoia en la caza de brujas antijudía. Los testimonios recopilados por el tribunal eran endebles y de oídas: compañeros frailes aseguraron que “no consagraba las misas” ni creía en la hostia consagrada, e incluso que “cuando alzaba el Corpus Christi siempre lo adoraba con cautela”. Finalmente, Fray Diego de Marchena fue condenado como hereje apóstata y quemado en la hoguera en 1485.
Por toda Castilla, en los años 1480, docenas de conversos fueron procesados bajo acusaciones similares. La presencia de una numerosa comunidad judeoconversa en Andalucía occidental (Sevilla, Córdoba, Jaén, etc.) había suscitado recelos en los Reyes Católicos y en el primer inquisidor general, Fray Tomás de Torquemada. De hecho, en 1480 se sospechó que conversos sevillanos conspiraban para frenar a la recién llegada Inquisición, lo que motivó una dura represión preventiva. En ese marco, acusaciones sensacionalistas –desde profanación de la hostia hasta asesinatos rituales– se convirtieron en armas para infundir terror y justificar la intervención inquisitorial en diversas ciudades de Castilla.
Torquemada, la Inquisición y la instrumentalización del odio
La figura de Tomás de Torquemada, inquisidor general desde 1483, es clave para entender cómo se instrumentalizaron los libelos de sangre en la política antisemitista de los Reyes Católicos. Torquemada, un dominico castellano de fervor fanático (él mismo de ascendencia conversa lejana, irónicamente), vio en la agitación antijudía una oportunidad para reforzar su misión de “pureza de fe”. Fuentes de la época sugieren que él respaldó activamente la veracidad del caso del Niño de La Guardia. De hecho, estuvo directamente involucrado en aquel proceso: la causa de La Guardia “dio lugar a una causa judicial en la que terció personalmente […] Tomás de Torquemada, el Gran Inquisidor”, quien impulsó los arrestos de los implicados.
Según diversos testimonios, cuando en 1491 algunos judíos influyentes ofrecieron al rey Fernando una fuerte suma de dinero a cambio de anular el inminente decreto de expulsión, Torquemada irrumpió en la corte blandiendo un crucifijo. Se dice que exclamó: “Judas vendió por treinta monedas a Cristo; ¿y vosotros queréis venderlo por más?”, comparando a los monarcas con el traidor bíblico.
Bajo su influencia, la Inquisición y sectores eclesiásticos fomentaron la idea de que los judíos no solo corrompían espiritualmente a los conversos, sino que literalmente amenazaban la cristiandad con sus supuestos crímenes. La propaganda integró así los libelos de sangre a un discurso más amplio: el judío era presentado como agente del Mal, capaz de sacrilegios atroces (profanar la Eucaristía, envenenar pozos, asesinar niños) y, sobre todo, de pervertir la fe de los cristianos nuevos.
Los Reyes recuerdan que ya en las Cortes de Toledo de 1480 habían intentado aislar a los judíos en juderías separadas, pero aun así “consta y parece ser tanto el daño que se sigue a los cristianos de la participación… con los judíos, los cuales […] procuran siempre… de subvertir y sustraer de nuestra Santa Fe Católica a los fieles cristianos… e instruyéndoles en las ceremonias y observancia de su ley”.
La promulgación del Edicto de Granada fue presentada como un acto de defensa de la fe y del orden público. Los libelos de sangre desempeñaron aquí un papel propagandístico fundamental: habían preparado a la opinión pública para ver a todos los judíos como una amenaza real y tangible.
Así, tras la ejecución de los supuestos asesinos del Niño de La Guardia, la expulsión de todo el colectivo judío pudo anunciarse no solo como medida religiosa, sino casi como medida de seguridad frente a un enemigo interno despiadado. En palabras de la historiografía contemporánea, “las autoridades seculares y religiosas de la época fabricaron el relato [del Santo Niño] para apuntalar el Decreto de la Alhambra y justificar la expulsión de los judíos”.
Antisemitismo institucional y justificación de la expulsión
Las acusaciones de libelo de sangre, amplificadas por la Inquisición y aceptadas por buena parte de la sociedad, alimentaron un antisemitismo de Estado que alcanzó su clímax con la expulsión de 1492. La expulsión fue presentada por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, casi como un mal menor necesario para impedir males mayores. En el propio Edicto de Expulsión se afirma que, después de deliberar con sus consejeros y prelados, “acordamos mandar que salgan todos los dichos judíos… de nuestros reinos… porque es notorio el mucho daño que a los cristianos se ha seguido de conversar con ellos”. La única alternativa ofrecida a los judíos era la conversión sincera, pero incluso los conversos quedaron manchados por la sospecha permanente (surgiendo poco después los estatutos de limpieza de sangre que les cerraron acceso a muchos cargos)
Paradójicamente, el legado de aquel antisemitismo perduró mucho después de que los judíos hubieran sido expulsados o forzados al bautismo. La imagen del “judío malvado” se arraigó en la literatura, el arte religioso y las celebraciones populares de España durante siglos. Varios niños mártires nunca existentes pasaron a engrosar el santoral local: el Santo Niño de La Guardia siguió teniendo culto (su fiesta se conmemora el 25 de septiembre y aún en el siglo XVIII se difundían grabados con su leyenda).
Fuentes y bibliografía consultada
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Decretos y documentación histórica: Edicto de Granada o Edicto de Expulsión de los judíos (31 de marzo de 1492), reproducido en el Archivo Histórico Nacional de España; Procesos inquisitoriales del Santo Niño de La Guardia (Ávila, 1491) y de Fray Diego de Marchena (Sevilla/Guadalupe, 1485), conservados en el Archivo Histórico Nacional (sección Inquisición, legajos correspondientes)
; crónicas de la época como la Historia de los Reyes Católicos de Andrés Bernáldez (Cura de Los Palacios) y la Historia de Segovia de Diego de Colmenares (1637) que recogen estos sucesos
-
Archivos y repositorios digitales: Portal de Archivos de Andalucía (Junta de Andalucía) y archivos históricos municipales para información local sobre las juderías andaluzas (ej. documentos de Marchena)
; Archivo General de Simancas y Archivo de la Corona de Aragón para registros relacionados con la pragmática de expulsión y correspondencia real; Archivo Histórico Nacional (Madrid), que custodia los fondos de la Inquisición española y donde se han consultado los expedientes originales de procesos por judaizar y casos de libelo de sangre. Muchos de estos documentos han sido digitalizados o estudiados en boletines académicos (por ejemplo, la transcripción del proceso del Niño de La Guardia publicada en el Boletín de la Real Academia de la Historia, t. 11, 1887)
-
Bibliografía especializada: Cecil Roth – Historia de los judíos en España (y Los Marranos, ed. rev. 1947); Yitzhak Baer – Historia de los judíos en la España cristiana (vol. I–II, 1945, ed. en español 1981); Benzion Netanyahu – Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV (ed. Crítica, 1999)
. Estas obras clásicas ofrecen un análisis profundo del antisemitismo medieval español, la cuestión converso y la instrumentalización de mitos como el libelo de sangre. En estudios más recientes, destaca Henry Kamen – La Inquisición Española (1988) y Joseph Pérez – Los judíos en España (1992), que reevalúan el papel de la Inquisición y confirman que casos como el del Santo Niño de La Guardia fueron utilizados como pretexto propagandístico para la expulsión
. Asimismo, investigaciones locales como las de Enrique Llopis y Elisa Enríquez (UCM) sobre el archivo de Marchena han sacado a la luz documentación inédita de procesos inquisitoriales en Andalucía, complementando la visión global con detalles concretos de cómo el odio antijudío se vivió en cada rincón de España
-
Publicaciones y ediciones críticas: Artículos académicos en Sefarad, Hispania, Revista de Historia Medieval y Materiales de Historia (por ej. José M. Perceval, “Un crimen sin cadáver: el Santo Niño de La Guardia” en Historia 16, Nº202)
; estudios de caso como Noticias y tradiciones en torno al “crimen ritual” de Sepúlveda de M. Merlo (1991) sobre el Santo Niño de Sepúlveda; y obras de referencia general sobre antisemitismo ibérico, como Julio Caro Baroja – Los judíos en la España Moderna y Contemporánea (1978) o Bernard Lazare – El antisemitismo, su historia y sus causas (1903, cap. “Los mitos de sangre”). Todos estos materiales han contribuido a brindar un enfoque académico e histórico a este reportaje, respaldando cada afirmación con evidencia documental y análisis reconocido en la comunidad historiográfica.
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Las ferias de finales del siglo XIX eran muy distintas a las de hoy. Al amanecer las ganaderías tomaban el real, los turistas buscaban a las Cigarreras y a las gitanas como algo exótico y las modas francesas desplazaban a los trajes andaluces.
La moda de Francia había invadido la moda y hasta el habla andaluza: «Oiga usted, señorita, ¿me hace usted el favor de cantar una petenera?. «Avec beaucoup de plaisir», dice la niña que habla muy mal francés y canta peor flamenco. «Donne moi un cigarrete».
Suena a veces la guitarra pero va dominando el piano y aunque no están vedadas las malagueñas ni las sevillanas, suelen oírse cuplets franceses en la feria de Sevilla según el relato de Más y Pratt.
Al alba del primer día de feria de Sevilla, el Prado de San Sebastián es tomado por los ganaderos de Marchena, Écija, Lora, Carmona, Mairena, Morón, Estepa.
Los feriantes andaluces suelen llevar a remolque sus familias, principalmente el tratante gitano. Las filas de carretas entran en El Prado produciendo un sonido original que procede de los crujidos de las llantas.
Los que llevan ganado boyar suelen ir al paso de sus carretas preparadas para la excursión con todos los aditamentos necesarios con toldos o tejidos de palma y bajo el tablón el cántaro de agua fresca.
Las caballerias llegan al Prado levantando nubes de polvo, la sangre del corcel andaluz se enciende con la fatiga y sus elásticas piernas se fortifican.
Se levantan tiendas provisionales, se amontona el ato de que forma parte la manta y la alforja, que han de servir de colchón y de almohada y se coloca en el lugar más seguro la bota de vino.
Los gitanos comienzam la tarea de los tratos, que para ellos es siempre fructuoso, corriendo como chispas eléctricas por todas partes con la faja mal compuesta, la chaquetilla arremangada, el pantalón a media pierna y el sombrero bailando sobre la coronilla.
Oiga usted excelencia, dicen a un señorito del pueblo con chaqueta de terciopelo. Tengo un tronco alazano que es el mismo que llevó al cielo el coche de San Elías. El feriante le responde, que más bien parece propio de coche fúnebre de tercera clase, y se despide con un «que usted se alivie».
Después de que se ha valido de todos los subterfugios imaginables para engañar al feriante, metiendo a los caballos agujas en la oreja para que se avispe, saca de su petaca un cigarro y le dice con exquisita finura: por estas cruces de Dios se lleva usted el bicho mejor de la feria.
Los ingleses y franceses que vienen a Sevilla por feria quieren ver la Fábrica de Tabacos y la calle San Fernando cuando salen a bandadas como las golondrinas las cigarreras que dejan la faena muy temprano y se dirigen al Real luciendo sus mantones de manila y sus peines altos y enroscados sobre la coronilla. La Cigarrera no es gitana ni flamenca sino un compuesto de ambas.
Las tiendas aristocráticas aparecen cercadas de macetas de porcelana con musgos y begonias, con colgaduras de Damasco, cubiertas de alfombras, llenas de jardineras y espejos, y a la puerta de su sencilla balaustrada, butacas escaños y elegantes mecedoras donde dormitan los señores de clase media.
La alta sociedad sevillana estos días se permite usar la falda corta de raso y la calada peineta de concha, la mantilla de encaje y el corpiño ajustado de la flamenca, comen jamón dulce y pavo trufado, emparedados y pastas de vainilla y beben Jerez y manzanilla.
Mas alla hay tascas de feria con carteles de vino y caracoles, menudo, taberna, buñuelos y aguardiente. Alli se ven las hermosas gitanas de pura sangre. La flamenca, suele aparecer allí cantando por todo lo alto y ostentando todas las gracias de sus especies.
La gitana no se pone el pañuelo terciado con los flecos en la tierra sino que se envuelven el mantón y golpea las tablas haciéndoles crujir bajo sus plantas.
En las buñolerías, estos gitanos apuran todo el caudal de su ingenio para formar adornos y pabellones, puede decirse que en el recinto se pone las bordadas enaguas de las gitanas y sus sábanas de novia al entrar.
Texto: Mas y Pratt en La Ilustración española y americana. 22/4/1888. Fotos: Salvador Azpiazu. 1890.
Actualidad
La Compañia, de Loyola a Roma, pasando por Marchena: el legado del «Duque santo»
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2 días agoon
6 mayo, 2025
Un hito importante para la llegada a Marchena y Andalucía de la Compañía fue la conversión del duque de Gandía Francisco e Borja pintada por José Moreno Carbonero, en 1884, hoy en el Museo del Prado), que representa el momento en que Francisco de Borja contempla el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal a quien le unía una fuerte lealtad.
Impresionado por la fugacidad de la belleza y el poder, el noble exclamó: «Nunca más serviré a señor que pueda morir», e ingresó pocos años después en la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola.
Hijo de duques, bisnieto del papa Alejandro VI y emparentado con el emperador Carlos V, Francisco de Borja y Aragón, IV duque de Gandía (1510-1572) lo tenía todo en la corte imperial del siglo XVI. Sin embargo, una experiencia espiritual estremecedora marcó un giro radical en su vida. En 1539, Borja fue encargado de custodiar el féretro de la emperatriz Isabel de Portugal (esposa de Carlos V) hasta su sepultura en Granada. Al abrir el ataúd su vida cambió.
En sus dominios de Gandía, el duque acogió a jesuitas de la primera hora y financió el recién fundado Colegio Romano de Roma y estableció en sus estados la Universidad de Gandía. Tras la muerte de su esposa, Leonor de Castro, en 1546, Francisco de Borja confirmó su vocación definitiva. Renunció a sus títulos y riquezas –cediendo el ducado a su primogénito– e ingresó secretamente en la Compañía de Jesús.
En 1554 fue nombrado Comisario (superior) de los jesuitas en España, y luego tercer Padre General de la Compañía consolidando la expansión de los jesuitas por Europa y América, llevando las misiones a lugares tan distantes como Brasil. Este “duque santo”, canonizado en 1671, encarnó la fructífera alianza entre la Compañía de Jesús y la alta nobleza española.
Su prestigio social facilitó la fundación de colegios, la obtención de patronazgos y la entrada de los jesuitas en las esferas de poder. Uno de los ejemplos más significativos de esa simbiosis entre fe e influencia aristocrática fue el establecimiento de un colegio jesuita en la localidad sevillana de Marchena, bajo el mecenazgo de los duques de Arcos, parientes cercanos de Borja.
Los Duques de Arcos, adoptaron la peculiar costumbre de nombrar confesores y preceptores de sus hijos únicamente de entre los rectores jesuitas del colegio, seleccionados por la Orden entre sus miembros más ilustres tanto intelectual como espiritualmente. A lo largo del siglo XVII, los sucesivos rectores de la Encarnación llegaron a ser consejeros de confianza de los duques de Arcos, ejerciendo un poder e influencia considerables en la región.
El colegio marchenero se reflejó en su actividad educativa y en su arquitectura. En las aulas de la Encarnación se aplicaba la Ratio Studiorum jesuita, un plan pedagógico moderno que combinaba el estudio de los clásicos del Renacimiento con las ciencias, los idiomas y la formación integral del alumno. Las crónicas elogian la eficacia de este método, que incluía incluso ejercicio físico al aire libre y preparación en música y danza para pulir modales de sociedad, algo innovador en la época. Muchos jóvenes de familias nobles y acomodadas acudieron a Marchena atraídos por la calidad de la enseñanza jesuítica.
Lideraron la renovación pedagógica de la Iglesia y llevaron el cristianismo a América, Asia y África.
Pocos rincones de Marchena encierran tanta historia como la calle Compañía, cuyo nombre no es casual ni anecdótico. Esta vía del centro histórico debe su nombre a la Compañía de Jesús, la orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola en 1540 y que, durante más de dos siglos, dejó una profunda huella espiritual, educativa y artística en la villa ducal.
En Marchena, los jesuitas fueron mucho más que predicadores. Su presencia se tradujo en templos, colegios, formación académica y un patrimonio artístico que aún hoy palpita entre piedras, altares y lienzos, aunque buena parte de ese legado se haya fragmentado o dispersado tras su expulsión.
La iniciativa de fundar un colegio jesuita en Marchena partió de Doña María de Toledo, hija de la marquesa de Priego y esposa de Luis Cristóbal Ponce de León, II duque de Arcos –además de prima de San Francisco de Borja–, quien decidió dotar a su señorío de un colegio de la Compañía.
Hacia 1567, mientras Borja recorría Andalucía fundando colegios como el de Montilla, Córdoba, por invitación de la marquesa de Priego. Desde sus comienzos, el Colegio de la Encarnación de Marchena destacó como uno de los más prominentes de la Provincia Bética de la orden. No en vano, Marchena era la capital de los estados señoriales de los duques de Arcos y residencia habitual de esta poderosa casa nobiliaria. Los duques, fervientes patronos, eligieron la iglesia del colegio como nuevo panteón.
30 años antes, el 15 de agosto de 1534, Ignacio de Loyola –un ex militar vasco camino a convertirse en santo– se reunió con sus primeros siete compañeros en la colina de Montmartre (París) y juntos juraron «servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo».
Impulsados por este voto de pobreza, castidad y servicio religioso, y frustrada su intención inicial de peregrinar a Jerusalén, el grupo viajó a Roma. Allí, tras largas deliberaciones, fundaron la Compañía de Jesús, que fue aprobada por el papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540.
Personajes como San Francisco Javier se convirtieron en leyendas vivas –el navarro murió en 1552 tras predicar en India y Japón–, simbolizando el celo misionero global de los jesuitas.
Nacía así una nueva orden religiosa católica con marcado carácter misionero e intelectual, destinada a jugar un papel fundamental en la Contrarreforma y en la evangelización fuera de Europa.
Muchos monarcas europeos vieran a los jesuitas con recelo durante la Ilustración, al sospechar que anteponían la lealtad a Roma sobre la obediencia al poder temporal. Irónicamente, en los siglos XVI y XVII reyes y papas consideraron a la Compañía aliada indispensable: sus miembros contribuyeron al éxito del Concilio de Trento,
Además de los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia monástica, la Compañía adoptó un cuarto voto especial de obediencia al Papa,
Su ubicación, junto a la Puerta de Osuna de la muralla marchenera, propició que en 1609 se fundase anexo un segundo colegio, San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres de filosofía y moral, ampliando así la labor docente y asistencial de los jesuitas en la comarca.
En 1609, el clérigo Gonzalo Fernández fundó el Colegio de San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres que aspiraban al sacerdocio. Este colegio, ubicado en la Plaza de San Andrés, fue construido por el maestro albañil Mateo Orellana y el cantero de Cabra en 1629. Los jesuitas lo usaban para alojar a los colegiales que venian de todos los pueblos del Estado de Arcos. Tras la expulsión de la Compañía en 1767, el edificio se transformó en hospital, tal como había previsto su fundador .
A partir de 1673 comenzó su declive: aquel año los duques de Arcos trasladaron definitivamente su residencia a Madrid, privando a la institución de su principal sostén social y económico.
Aunque los jesuitas mantuvieron su presencia en Marchena varias décadas más, la influencia y el “peso específico” del colegio en Andalucía occidental disminuyeron notablemente tras la ausencia de sus protectores directos. La Encarnación siguió activa hasta que un terremoto político de alcance nacional cambió su destino: la expulsión de los jesuitas de España en 1767. En esa fecha, el floreciente colegio marchenero –al igual que todos los de la Compañía– fue abruptamente clausurado por orden del rey Carlos III.
A las cinco de la madrugada del 3 de abril de 1767, un escuadrón de caballería, acompañado por el asistente de la villa (figura equivalente al alcalde) José Monseur y el alguacil mayor, se presentó en la puerta principal del colegio –entonces conocido también como “de San Jerónimo”, por su cercanía a la plaza de San Andrés.
Los soldados entraron y comunicaron a la pequeña comunidad jesuita la orden real de destierro inmediato. Los sacerdotes y hermanos fueron detenidos e incomunicados en sus celdas mientras se organizaba su traslado.
Pocas horas después, eran conducidos bajo escolta hacia Jerez de la Frontera, y de allí al puerto de Santa María, donde se reunieron con unos 700 religiosos expulsos de diversos puntos de Andalucía para embarcarlos rumbo al exilio en Italia. Todos los bienes del colegio de Marchena fueron incautados en nombre de la Corona. Inventarios de la época revelan la prosperidad material de la misión jesuita marchenera.
Poseían tres casas, dos solares urbanos, un molino de aceite frente al colegio y otro en la hacienda de Jarda, cuatro huertas (una junto al colegio, llamadas de Atoche, Azofaifos y Benjumea) y veinte olivares, además de varias tierras de labor y viñas en el contorno del pueblo.
Este modesto “imperio” agrícola y urbano, fruto de legados y compras acumulados en dos siglos, pasó a engrosar el erario real. Para colmo, en Madrid el ministro de Hacienda, Pedro Rodríguez de Campomanes, había justificado la expulsión argumentando que las riquezas jesuitas debían expropiarse para aliviar la crisis financiera de la nación.
La expulsión de 1767: causas y contexto
La drástica expulsión de los jesuitas de todos los dominios de Carlos III en 1767 no fue un rayo caído de un cielo sereno, sino el clímax español de una oleada antijesuítica europea que venía gestándose durante el siglo XVIII.
Carlos III había crecido bajo la tutela de su madre, la reina Isabel de Farnesio, “que siempre les tuvo animadversión”. Además, durante su reinado en Nápoles había respirado el aire anticlerical dominante en aquellas cortes italianas.
En Madrid, en marzo de 1766, estalló el célebre Motín de Esquilache, un tumulto popular contra las medidas reformistas (especialmente un edicto sobre vestimenta) del ministro Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache. Aunque las causas reales del motín fueron el descontento por la carestía y el choque cultural con las modas impuestas, pronto corrió el rumor de que los jesuitas habrían instigado la revuelta en la sombra
La Corona aspiraba a controlar la educación y la moral sin interferencias de Roma, mientras la Compañía encarnaba la lealtad absoluta a la Santa Sede
La Ilustración cuestionaba el poder excesivo de la Iglesia en la educación y la política. El propio Carlos III, influido por las ideas reformistas y por consejeros regalistas, desconfiaba de la Compañía. Seis años después, la presión diplomática de las cortes borbónicas logró incluso lo impensable: la supresión universal de la Compañía de Jesús por el Papa.
En 1814, tras la caída de Napoleón, el papa Pío VII restituyó globalmente a los jesuitas, declarando nulo el decreto de supresión anteriores. Consecuentemente, el rey Fernando VII –hijo de Carlos III y ferviente absolutista– permitió el regreso de la Orden a España en 1815. Desde 1875), los jesuitas retornaron definitivamente y reanudaron sus obras educativas y pastorales en España.
Desde entonces, la Iglesia del Sagrado Corazón (situada en la calle Jesús del Gran Poder) se convirtió en un centro espiritual jesuita en la ciudad. Hasta tiempos recientes, la Iglesia del Sagrado Corazón fue la casa central de los jesuitas en Sevilla, albergando oficinas de la Fundación Loyola (red educativa) y de la Fundación SAFA. La Universidad Loyola Andalucía, fundada en 2013, es la primera universidad privada de inspiración jesuita en la región, con campus en Dos Hermanas (Sevilla) y Córdoba. El colegio Portaceli, inaugurado en 1950 en la Huerta del Rey de Sevilla, se ha convertido en uno de los centros escolares más prestigiosos de la ciudad.
Por último, la Comunidad de Jesuitas de Portaceli –residencia de los miembros de la orden en Sevilla– sigue siendo centro neurálgico de todas estas obras, asegurando la coordinación y el espíritu común.
Fuentes: Archivos y estudios históricos sobre la expulsión de 1767; obras de historiadores (Domínguez Ortiz, E. Giménez, César Cervera) sobre las causas políticas e ideológicas del destierro jesuitas; documentos eclesiásticos y crónicas de la orden (Autobiografía de S. Ignacio;
Diario de S. Francisco de Borja) para anécdotas fundacionales
investigaciones universitarias sobre el Colegio de Marchenawww2.ual.eswww2.ual.es; y fuentes contemporáneas de la Compañía de Jesús en Andalucía (Web Jesuitas España, Universidad Loyola) para la situación actual.
Actualidad
Puerta de Osuna y otras puertas y murallas medievales destruidas
Published
1 semana agoon
30 abril, 2025
La puerta de Osuna se ubicaba al final de la calle Carrera de los Caballos (Carreras). De esta puerta solo queda el torreón de la Inmaculada, la otra estaba justo enfrente y ambas estaban unidas por un arco.
Arco de la Puerta de Osuna reconstrucción digital.
La Inmaculada de Puerta Osuna esta allí «desde la conquista de Marchena por el rey San Fernando» según explica un escrito del Ayuntamiento con fecha de 1880 en respuesta a un grupo de vecinos que pedían autorización para trasladarla. En concreto Juan Ortiz y otros vecinos de la calle piden autorización al Ayuntamiento para colocar el lienzo que estaba sobre el arco de la desaparecida Puerta de Osuna en calle Carreras, dentro de la torre.
La licencia fue prorrogada por Fray Pedro de Tapia en 1654 y luego por el visitador Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán el 25 de agosto 1675.
Estos datos aparecen en el Estudio de los Oratorios domésticos y Capillas privadas en los siglos XVII y XVIII del Arzobispado de Sevilla, de Rosalía María Vinuesa Herrera.
En 1880 se inicia el derribo de la Puerta de Osuna, o Puerta de la Concepción, que estaba al final de la calle Carreras por orden del Ayuntamiento. Se componía de una doble torre y un arco central de herradura sobre el que se ubicaba un lienzo de la Inmaculada.
En 1873 varios vecinos piden al Ayuntamiento la cesión de varios torreones de la muralla en la calle Las Torres, entonces San Pedro para instalar habitaciones auxiliares. En diciembre de 1880 el Ayuntamiento confirma el derribo de la Puerta de Osuna o Arco de la Concepción” acordada en la sesión del dos de mayo según aparece en la obra “De la Revolución a la Restauración”. Crónica de los hechos políticos, económicos y sociales en Marchena durante los años 1868 a 1885”. de Fernando Alcaide Aguilar.
El Gobernador Civil envía un escrito de protesta al Ayuntamiento el 28 de octubre de 1880 pidiendo explicaciones por la demolición de los arcos “de la Carrera y San Francisco más algunos torreones de la muralla” de espaldas a la Comisión Provincial de Monumentos.
Otros vecinos se habían apropiado de los torreones construyendo terrazas y azoteas “sin derecho ni título alguno”. En 1860 se destruyó el arco de la Tomiza o del Berral.
El Alcalde Arcenegui explica que el arco de San Francisco se derribó por la corporación anterior. Justifica el derribo de Puerta Osuna en la mejora del tránsito, ruina y facilitar el paso “de procesiones en Semana Santa”.
Un arco de herradura de época almohade y procedente de la muralla de Marchena se encuentra en la Hacienda Ibarburu de Dos Hermanas, propiedad privada según nos informa Fernando Begines, historiador del arte.
Dicho arco fue comprado por la familia Pickman e instalado en la Hacienda en la reforma hecha en los años 20 según informa Begines. El arco procede de Marchena según Hernández Díaz que lo publicó en el catálogo histórico-artístico de Sevilla y provincia en los años 30 en cuatro tomos.
Hace apenas 50 años se conservaba la trama urbana original de Marchena. En esta foto vemos el colegio y huerta de Santa Isabel como era originalmente. Además se observan un conjunto de edificaciones conocidas como casas de las beatas. En la llamada huerta de los padres se edificó el actual Parque de la Cigueña al final de la calle La Mina. La calle Compañía recibió los nombres de calle Real, o calle del nombre de Jesús, que iba desde la puerta de Osuna hasta la Puerta Real, y la Alameda una zona verde del XVIII.
El nombre original de la calle Carreras era «Carrera de los Caballos» tal y como aparece mencionado en un documento de compraventa de casas de la Plaza Ducal a favor del Duque de Arcos en 1702 Joaquín Ponce de León Lancáster.Además la Plaza Ducal era conocida como Plaza Palacio, Plaza Arriba o Plaza del Cabildo.
La calle Carreras o Carreras de Caballos daba salida a la puerta de Osuna y Alameda desde el Palacio Ducal.
Actualidad
El azulejo de la Inmaculada del convento de Santa María de Marchena que muestra el puerto de Sevilla
Published
1 semana agoon
29 abril, 2025
Sobre la puerta de entrada del convento de Santa Maria hay un histórico azulejo de Hernando de Valladares, escuela trianera de 1623, ubicado a la entrada del convento de Santa María de Marchena que es único por dibujar el puerto de Sevilla de su época y estar inspirado en una pintura de Pacheco, el suegro de Velázquez.
Se trata de una joya de la azulejería sevillana que se encuentra en mal estado de conservación, debido a los sucesivos traslados agravado por permanente exposición a la intemperie y a la luz solar, que «está reclamando a voces una urgente restauración dado el valor artístico, histórico y cultural que tiene» indica Ravé en el número de Diciembre de la revista de la Asociación de Amigos de la Cerámica Niculoso Pisano y que además es un nexo de unión entre Triana, Marchena y Rota.
Según Rave, se trata de «un excepcional documento histórico del debate inmaculista sevillano y una expresiva imagen de la vinculación entre el régimen señorial, la mentalidad y la religiosidad barroca» al tiempo que refuerza la declaración de voluntad ducal de defensa del dogma de la Inmaculada, que se juró en Marchena en 1616 y dio pie a celebrar la Magna Mariana en 2016 y la relación de la Casa Ducal con la orden franciscana cuyo escudo aparece en la pieza.
Este convento de religiosas recoletas clarisas de Marchena fue fundado en 1623 por Catalina de Góngora y Rodrigo Ponce de León Álvarez de Toledo, y su esposa, Ana Fernández de Córdoba y Aragón, a cambio de la entrega del cuerpo de Sor María de la Antigua en cuyo templo está enterrado y fue traído desde Sevilla en carro. Es uno de los cinco conventos de la orden franciscana que tuvo la localidad y el último que queda y en el tenían reservada plaza las mujeres de la familia Ponce de León.
GALERIA: Exposición de las joyas del Palacio Ducal en el convento de Santa María
Conserva además la sortija con la que se casaban las duquesas en el XVIII, donada por Guadalupe Láncaster procedente de la Virgen de Guadalupe extremeña, así como una importante colección de arte y grabados procedentes del Palacio y la Casa Ducal, como unos grabados de Durero.
El panel de azulejos es una transcripción casi exacta del lienzo de Pacheco que se conserva en el Palacio Arzobispal de Sevilla, fechada por diversos autores entre 1617 y 1620 realizado por el ceramista Hernando de Valladares, trianero que tuvo una relación prolongada con los Ponce de León dibujando los paneles de azulejos de Santo Domingo de Marchena, San Agustín de Sevilla, claustro del santuario de Regla en Chipiona, y probablemente los azulejos del Palacio Ducal de Marchena.
Escudo de los Ponce en Santo Domingo de Marchena, probable obra de Hernando de Valladares.
Un documento inédito de 1630, pide «dar a Fernando de Valladares, vezino de Triana, dozientos reales que valen seis mill y ochocientos mrs. los quales son por 300 azulejos, setenta y cinco alizares y ciento y cinquenta adeseras (A.H.N. Sec. Osuna. Cartas. L. 550‑76) por un lote de 300 azulejos, más una serie de aliceres, adeseras o guardillas, que confirman la continua presencia de los Valladares como proveedores de la casa ducal.
Los azulejos gemelos de Chipiona y Marchena, unidos por los Ponce de León
El taller de Hernando de Valladares era a comienzos del XVII el ceramista de referencia, de Sevilla trabajando para los principales conventos como San Pablo el Real, Regina, Santa Paula, San Agustín, capillas privadas, el Alcázar, las casas nobles, etc. Igualmente logró exportar sus obras a Córdoba, Lisboa, México o Perú.
Así era el sabat, el pasadizo elevado de origen islámico, que unía Santa María con el Palacio
Los duques de Arcos y los Valladares están relacionados con las decoraciones cerámicas de otras instituciones de patronato ducal como el claustro y convento de san Agustín de Sevilla, panteón de los Ponces de León en Sevilla, parte de cuyos azulejos se conservan hoy en el palacio de la condesa de Lebrija mostrando el escudo ducal y fechados en 1610.
Escalera del Palacio Ducal de Marchena conservada en el Palacio de Lebrija de Sevilla.
Tras el fallecimiento de Hernando, sus hijos seguirán trabajando para Don Rodrigo en otras obras como los conventos de Santo Domingo de Marchena en 1638 y el de Regla en Chipiona de 1640.
Cuando la Reina agilizó la construcción del convento de Santo Domingo de Marchena
Ravé cree de que este retablo estuvo montado antes en cualquiera de los dos emplazamientos previos del convento: en la ermita de San Lorenzo en torno a 1623 o en la casa del Ave María entre 1628 y 1630, lo que centra su cronología entre 1623 y 1628.
El juego de pelota que estuvo en el Palacio Ducal desde 1541
Azulejos de Chipiona, convento de Regla, de Hernando de Valladares.
Hermandades
La fotografía más antigua de Marchena es una imagen de la Soledad de 1861
Published
2 semanas agoon
27 abril, 2025
La fotografía se inventó en Francia en 1839 y pocos años después un nutrido grupo de viajeros fotógrafos franceses e ingleses recorren España impartiendo clases de fotografía a los españoles.
Uno de los primeros fotógrafos de los que se tiene noticia que visitó Marchena fue Ludvik Tarzensky, “Conde de Lipa” (1793-1871) que fotografió a la Soledad en 1861.
Capitán polaco, se levantó contra el zar ruso en 1830 y tuvo que huir a Francia y luego a España, donde fue fotógrafo de las reinas de España y Portugal.
En el 31 fue el responsable de reunir información sobre los refugiados polacos en Francia y tuvo que hacer frente a acusaciones públicas contra su honor militar y otros dicen que fue espía. Del 31 al 39 fotografía el Museo del Louvre.
Además del primer maestro que tuvieron los fotógrafos de Andalucía vendía cámaras y utensilios fotográficos que importaba de Francia y destaca como retratista.
En 1843 defendió la ciudad de Sevilla del ataque de Van Halen en las guerras carlistas por lo que la reina lo nombra caballero de la Orden de Isabel II. En 1844 se casa en la parroquia hispalense de San Vicente. En El Puerto de Santa María (1845-47) era profesor de esgrima y nace su hija Mayor. En el 47 instala en Málaga el primer estudio de daguerrotipo.
En 1861 instaló una escuela de fotografía en la calle Mármoles 9 de Sevilla según el diario El Porvenir del 21 de junio de 1861, año en que participa en tertulias literarias de la ciudad recitando una Oda a Polonia.
Realizó una exposición fotográfica en 1862 en Sevilla con motivo de la visita de Isabel I y luego abre un estudio fotográfico en Córdoba para trasladarse hasta el 64 en Jaén donde llega acompañando a la Reina y luego da clases en Jaén a Amalia López, la primera mujer fotógrafa.
Realizó una serie de fotos de las vírgenes más conocidas de la provincia: Consolación (Utrera) Valme, (Dos Hermanas) Virgen conservada en San Eutropio Paradas y la Soledad de Marchena.
En 1866 se convierte en fotógrafo oficial de la reina, se instala en la calle Atocha de Madrid y fotografía la primera piedra de la Biblioteca Nacional de España. Al año siguiente se instala en Zafra donde muere con 77 años no sin antes patentar en Cáceres las tarjetas con vistas de monumentos.
Arahal
El libro que reetrató la Andalucía de hace 200 años y fomentó el turismo más que ninguno
Published
2 semanas agoon
24 abril, 2025
El autor del libro más publicado y traducido del mundo después de la Biblia y el Quijote y Hamlet pasó por nuestra comarca camino de Granada hace casi 200 años, fue publicado en EEUU en 1832.
En la primavera del año 1829, el escritor norteamericano Washington Irving viajó de Sevilla a Granada por la campiña y la serranía andaluza, cuajada de bandoleros. En Granada se alojó en la Alhambra. Sus excursiones documentadas fuera de la ciudad de Sevilla se dirigieron principalmente a los «Lugares Colombinos» en Huelva y a las ciudades de tránsito necesarias dentro de la provincia de Sevilla. Irving y su compañero se hospedaron en una posada en Gandul, una antigua aldea de Alcalá de Guadaíra, durante su viaje de Sevilla a Granada en mayo de 1829.
A pesar de su lugar destacado en la ruta, no hay ninguna mención directa de que Washington Irving visitara Marchena durante sus viajes documentados en 1828-1829. Su diario Visita a los Lugares Colombinos y otros relatos de sus movimientos dentro de la provincia de Sevilla no incluyen a Marchena entre las localidades en las que se detuvo.
SABER MAS: Washington Irving en España publicado por la Universidad Internacional de Andalucía en 2015.
Colón, la Alhambra y el Quijote enamoraron a Irving desde su infancia en Nueva York. Su historia había quedado impregnada en Andalucía. La oportunidad de hacer realidad su sueño de venir a Andalucía llegó cuando trabajaba como diplomático de EEUU en Madrid.
En la cultura americana la aventura española de Irving muestra cómo el viaje de dos amigos a España hace casi dos siglos inició el redescubrimiento de una herencia antigua y de siglos perdidos en la historia de Europa.
Irving se acompañó del Príncipe ruso Dimitri Ivanovich Dolgorukov, que luego sería enviado como embajador a Persia. Irving tenía fama de escritor de cuentos e historias populares americanas como la de Rip van Winkle, o la leyenda de Slipy Hollow.
El Frontiers Magazine, revista de viajes dee EEUU explica lo que vió Irving y la sociedad americana en ese libro que se convirtió en un superventas: «la historia de una civilización perdida, de reyes y reinas en su palacio de la Alhambra, de princesas vestidas de terciopelo carmesí y oro y perlas, de guerreros con lanzas y cimitarras y armaduras pulidas que brillaban a la luz».
El libro transformó las actitudes hacia el pasado de España. El gobierno español comenzó a preservar los edificios históricos que hasta entonces habían caído en la ruina, y de hecho este fue el comienzo del turismo español moderno (S. XIX).
Para Frontiers Magazine «la historia de los moros de España no es solo una historia de aventura y romance. Es una clave esencial para entender el crecimiento de la ciencia y la erudición en la Europa medieval».
IRVING EN SEVILLA
En 1828 Irving llegó a Sevilla en el primer vapor de la ciudad, denominado Betis, y permaneció. un año buscando datos en el Archivo de Indias para su biografía de Colón, necesitada de una edición resumida y corregida.
En la capital andaluza se relacionó con la influyente colonia británica, que le facilitó el acceso a los rincones más inaccesibles de la ciudad, estuvo buscando cuadros de Murillo, fué a los toros y a la ópera y se interersó por las tradiciones locales en Dos Hermanas, Alcalá y Gelves para abandonar la ciudad rumbo a Granada el uno de mayo de 1829.
Cuentos de la Alhambra, uno de los libros más difundidos de la historia, se inicia con la descripción de los paisajes del Sur de España y se recrea en las costumbres y tradiciones españolas de origen musulmán.
A Irving le enamoró el carácter español, el hecho de que todo el mundo desde el más al menos culto, sabía mantener las formas y la educación, su espontaneidad, su nobleza y su fortaleza de espíritu, y no tuvo reparos en adaptarse a nuestras costumbres y a dormir a las camás más duras y soportar incómodos y peligrosos viajes con tal de conocer a fondo el alma y la cultura española.
Al pasar por la campiña sevillana pasó por Alcalá, durmió en posadas de Arahal y Osuna describiendo el viaje y las personas que se encontraba al detalle, participó en improvisadas fiestas flamencas en una posada de Antequera, y descubrió las tradiciones musulmanas en Loja.
Al llegar a Granada se alojó en la misma Alhambra, entonces casi abandonada, y se impregnó del espíritu del monumento, hasta el punto que escribió más libros sobre el tema, como Historia de la Conquista de Granada donde destaca el papel del Señor de Marchena Rodrigo Ponce de León, Mahoma y sus Sucesoras, La Alhambra, Leyendas de la Conquista de España, Papeles de España.
El éxito de su libro Cuentos de la Alhambra influyó en la llegada de más viajeros de todo el mundo a Andalucía, hasta el punto de que dicha obra es una de las principales fuentes de conocimiento sobre el Sur de España en el resto del mundo y ya en nuestros días se creó la Ruta de Washintong Irving que incluye a Marchena.
La narrativa de Irving es amena, ágil y divertida sin dejar de ser erudita, y nos transporta a la Andalucía de hace 200 años. A pesar de ello, la obra de Irving es poco y mal conocida en España, pero en Sevilla y Granada se conservan monumentos y placas en recuerdo de su paso.
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