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Marchena: Capital Mundial del Slow Life

OPINION.- Marchena es ese rincón de la campiña sevillana donde el tiempo parece haberse detenido no por encanto ni tradición sino por una habilidad casi artística de no hacer nada y extenderlo a todos los niveles posibles.

Aquí no solo se vive el turismo con calma sino que se ha elevado a dogma la filosofía de la pereza institucionalizada Desde los permisos de obra hasta los proyectos más innovadores todo encuentra un muro invisible pero infranqueable que paraliza cualquier intento de progreso.

En las oficina públicas está el epicentro de esta peculiar resistencia al cambio. Un lugar donde pedir un permiso para una obra o una licencia para un negocio se convierte en una prueba de resistencia mental y emocional. Si logras que acepten tu solicitud te espera una espera digna de una novela de Kafka.

Primero te pedirán un papel que nadie sabe si existe. Después te dirán que el técnico encargado está de baja o se encuentra misteriosamente desaparecido y finalmente cuando todo parece estar en orden descubrirás que ha cambiado la normativa y hay que empezar de nuevo. Muchos emprendedores terminan rindiéndose ante la burocracia marchenera sus ideas enterradas en un cajón polvoriento junto con el optimismo que trajeron consigo. La filosofia de este movimiento es: como el perro del hortelano que ni come ni deja comer. 

La pereza es un virus que se ha extendido a todos los rincones del pueblo Emprender aquí es casi una misión suicida Quienes tienen proyectos brillantes descubren que los obstáculos no están solo en los despachos sino también en las calles donde el desinterés y la apatía parecen haberse institucionalizado La espera eterna por licencias la falta de información y el “vuelva mañana” como respuesta automática son el pan de cada día.

En el ámbito turístico esta filosofía alcanza su máximo esplendor no hay mapas no hay rutas no hay merchandising ni campañas promocionales porque la estrategia es clara si el pueblo es bonito que la gente lo descubra sola y si no que no venga. Aquí no se abren iglesias, no se organizan visitas guiadas y la única señal de vida turística es algún turista despistado que se aventura a preguntar en inglés y obtiene como respuesta un encogimiento de hombros.

El resultado de todo esto es que Marchena se ha convertido sin quererlo en un destino único en un mundo saturado de turismo masivo donde todo está organizado y empaquetado para el consumo rápido.

Marchena ofrece la experiencia de la aventura auténtica de perderse entre sus calles y descubrir un lugar que parece resistirse al paso del tiempo pero no por romanticismo sino por pura dejadez.

En este contexto el reciente intento de don Fulanete de presentar un cartel creado por inteligencia artificial como una obra original parece el epítome de esta filosofía no solo se evita el esfuerzo humano sino que además se celebra como un logro. Esta invasión silenciosa de pereza que lo invade todo parece ser el legado más consistente del pueblo y aunque pueda parecer una broma de mal gusto está atrayendo la atención de curiosos que buscan algo diferente en un mundo hiperacelerado.

Así es Marchena una villa que ha convertido la dejadez en su mejor carta de presentación un lugar donde no pasa nada y todo permanece igual no por tradición sino por pura inercia un rincón del mundo que podría ser una revolución del slow life si no fuera porque para revolucionar algo primero hay que moverse y aquí nadie tiene ganas de eso.