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Opinión: Allí donde fueres, haz lo que vieres

Mi abuelo, viejo periodista que había sufrido prisiones y con amplia experiencia en destierros, parafraseando un dicho romano, me dio un consejo en el aeropuerto: “allí donde fueres, haz lo que vieres”. Y eso fue lo que hice.

Por Raúl Dávila Andrade. Twitter: @rauldeandra. Peruano viviendo en Sevilla y sevillista. Escritor y comunicador peruano-brasileño-español, autor del ensayo «Los Peruanos», la biografía «Diario de un Saltimbanqui» y la novela «No encontrarás a nadie mejor que yo». Creador del más importante buscador peruano (Adonde.com), ganó un festival internacional de vídeo en Marsella. Guionista de documentales y editor de vídeos.

A mí me hicieron en Brasil pero nací en Perú. En casa sólo se hablaba portugués, nací bilingüe y con dos nacionalidades, la peruana y la brasileña, pero además, con una aceptación natural hacia lo diferente. A los 17 años yo vivía en Lima cuando gané una beca y me fui a estudiar a la Universidad Federal de Río Janeiro. Me mudé a 4.800 km de distancia de mi ciudad natal, esto es como ir de Sevilla a Moscú. Mi abuelo, viejo periodista que había sufrido prisiones y con amplia experiencia en destierros, parafraseando un dicho romano, me dio un consejo en el aeropuerto: “allí donde fueres, haz lo que vieres”. Y eso fue lo que hice.

En tres meses viviendo en Río de Janeiro ya me sentía un carioca más. Gracias a ese consejo me adapté fácilmente, pero también lo hice en París o incluso en un lugar tan diferente como los Países Bajos. Sin embargo, en ningún lugar me he sentido más en casa que en Sevilla. Es probable que ello se deba a que me crié en una familia de tradición criolla con costumbres muy similares a las de  España. Solíamos acompañar la procesión del Señor de los Milagros, mis padres iban a los toros, en nuestras fiestas cantábamos valses, bailábamos pasodobles, recitábamos poemas y tocábamos la guitarra, el cajón y las castañuelas. Además, en la pared de casa, al lado de San Martín de Porres, colgaba una bota de vino, siempre vacía. El vino es muy caro en Perú.

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Mi abuelo, viejo periodista que había sufrido prisiones y con amplia experiencia en destierros, parafraseando un dicho romano, me dio un consejo en el aeropuerto: “allí donde fueres, haz lo que vieres”. Y eso fue lo que hice.

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Al llegar aquí sentí que Sevilla era mi casa, incluso me sentí mejor que en casa, viviendo en una sociedad y una ciudad ‘mejoradas’ y por ello siempre me sido muy feliz aquí. Es una verdadera fortuna el haber sacado el billete premiado que me dio el posibilidad de cruzar el puente de Triana, ver a la Giralda dibujada en el horizonte y el plácido Guadalquivir, apresado como en una pintura de Manuel Barrón y Carrillo.

Lima Perú.

Es un privilegio vivir aquí y por eso me indigna sobremanera ver a mis paisanos de continente portándose como brutos catetos o incluso cometiendo delitos en este hermoso país que nos acoge. Y siempre llego a la conclusión de que algo tenemos qué hacer para cambiar eso. El problema es de origen pero tenemos que resolverlo en destino.

La comunidad latinoamericana es una de las más numerosas en España, encabezadas por colombianos, ecuatorianos y venezolanos. Sucede que la inmensa mayoría de latinoamericanos que vive en la provincia de Sevilla proviene de barrios marginales donde la violencia y la falta de respeto son lo habitual, o son de aldeas alejadas donde la carencia de educación es la norma. Como diría Carlos Vives, “qué cultura va a tener si nació en Los Cardonales”. Nadie debe ser discriminado por su procedencia pero sí por su falta de educación y respeto.

Yo crecí en un barrio de clase media en Lima, un barrio común como Triana o Pino Montano, a pesar de ello, en los 15 años que llevo viviendo en Sevilla no he conocido a ningún peruano de mi barrio o de mi distrito, es más, no he conocido a ninguno de Lima. El motivo es simple, los latinos de clase media no suelen emigrar. Los latinos que viven en Sevilla vienen de zonas conflictivas, de barrios marginales ubicados en el extrarradio de las ciudades o de zonas alejadas con gran carencia de educación y de respeto a las normas sociales.

Es verdad que son personas con las que es difícil hablar sobre temas trascendentes, no se me ocurriría preguntarles su opinión sobre la situación política en Rusia o sobre la Guerra Civil Española o sobre las consecuencias de la guerra franco-prusiana. No se les puede hablar de temas que vayan más allá de la salsa, el reguetón, el merengue, la bachata y un poco de fútbol, pero no por ello son malas personas, todo lo contrario, tienen una experiencia de vida muy rica, aunque llevan consigo un proceso de desarraigo, falta de aceptación por parte de los mismos españoles y enfado interior, ocultos muchas veces detrás una sonrisa.

Lima antigua. Grabado.

Ello sucede simplemente porque no han sabido adaptarse a la sociedad en la que viven, no han seguido el principio de “allí donde fueres, haz lo que vieres” y han optado, sin darse cuenta, en agruparse en guetos donde pueden replicar la forma de vida que tenían en sus lugares de origen y se pierden la riqueza cultural que otorga relacionarse con los ciudadanos españoles.

Así, hacen fiestas con música desagradable y estridente, beben en la calle hasta caer desfallecidos, o incluso peor, forman pandillas, arman peleas y realizan amenazas contra otros ciudadanos. A pesar de eso, no están en la cima de aquellos que cometen graves delitos. La mayoría son fechorías de poca monta. Aunque igualmente repudiables.

La buena noticia es que estamos lejos de tener a grupos de desadaptados e incorregibles como en Francia, donde los hijos de los inmigrantes musulmanes estallan, con frecuencia, en conflictos sociales.  Aquí tenemos la ventaja de que los latinos proceden de una tradición cristiana por tanto, muy parecida a la española, su único problema es que tienen malas costumbres. Y es en ello en lo que debemos incidir.

Educar a los que viven aquí y educar a los que llegan, educación en respeto, en tolerancia y en la idiosincrasia sevillana. Información sobre lo que es permitido y lo que no. Decirles dónde echar la basura, hasta qué hora se puede poner la música y a qué volumen, hacerles conocer las normas básicas de circulación y sobre todo, que aprendan que aquí son representantes de su pueblo y que cada delito será una mancha para todos sus paisanos, además de un castigo para él.

La verdad es que me siento mal cuando voy a visitar a un amigo sevillano que tiene vecinos latinos y me veo obligado a escuchar salsa, reguetón o bachata a todo volumen. Huí de Sudamérica para no tener que escuchar esa música y para mala fortuna, aquí también la he encontrado. Es entonces cuando me pregunto: “Dios mío, ¿por qué a mí? ¿Qué estaré pagando?. Y es que no me enfado, pero me da coraje.