Desde el fin de la pandemia vivimos una época marcada por una profunda transición, cambio desde lo local a lo global, donde cada aspecto de nuestras vidas está siendo reformulado y cuestionado. Aunque aún no podemos delinear claramente el rostro de lo que está por venir, la sensación de estar al borde de algo nuevo es innegable, donde lo flexible queda y lo inflexible se rompe. Los líderes e ideales caen y se levantan otros nuevos con pasmosa y desconocida rapidez.
La inteligencia artificial, la automatización y digitalización están transformando industrias enteras y redefiniendo el mundo laboral.
Las obras públicas se han convertido en una imagen común en nuestras calles, incluso lo más sagrado, las iglesias se preparan para renovar cubiertas, lo que obligará a cerrar algunas durante meses y trasladar imágenes, lo que acentúa la sensación generaliazda de cambio.
Se acercan eventos extraordinarios al mundo cofarde con procesiones y eventos pocas veces vistos. Mires donde mires hay cambio menos en uno: en el Paraíso de piscina, de los intocables de chalé y sueldo oficial, que siguen en el poder y fuera de las obras, cada vez se mueven menos y hacen menos, precisamente porque tanto cambio aparente se hace para que efectivamente nada cambie. La inercia del discurso oficial se echa a la calle para justificar lo injustificable. Que sea creido, no es ningun cambio, es inmovilismo y aferrarse con uñas y dientes al pasado, gracias a la teta de lo público.
A pesar de estos cambios nuestra sociedad a menudo parece perdida y sin rumbo ni reacdción. La desinformación y el caos, promovidos por aquellos que se benefician de la confusión y la ignorancia, dificultan la claridad sobre si estamos avanzando o retrocediendo. Este entorno de incertidumbre es explotado por los mismos de siempre, quienes se nutren de la incultura y del desconocimiento, perpetuando un ciclo de ocultación de la verdad gracias a un relato triunfalista y vacío. Mientras los privilegiados del sistema siguen a la sombra del poder, y el resto soporta calor e inclemencia. El verdadero cambio es que solo en nuestro dias, los de abajo creen y repiten los discursos del poder que busca perpetuarse.
Tanta obra pública ¿servirá para que haya más empresas, más y mejor turismo?, ¿para que nuestros jóvenes teengan mas y mejores viviendas?, ¿más cultura?, ¿ o se verán obligados a irse fuera a trabajar, a buscar conciertos, ocio, cultura u oportunidades, o a estudiar?. Tanta obra, ¿no será una forma de ocultar que entre tanto cambio nada cambia?. ¿Entonce en qué, porqué y para qué se gastan tanto dinero público. En construir el futuro o en destruirlo reforzando las estructuras de un viejo poder caduco y sin valores?. Mandar por encima de todo, y de todos, a costa incluso del futuro.