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Opinion: De memorias, placeres y libros

Entre la Casa Fábrica y La Milagrosa, entre los pliegues de las páginas de los libros que leímos, y los legajos que atestiguan la memoria de los hechos y los ancestros que tuvimos, se guarda la identidad misma de lo que fuimos y lo que seremos: memoria. 

Podría describirse el alma de los pueblos según el trato que han dado a los libros, archivos y bibliotecas.  En su ensayo «La biblioteca de Babel», Borges plantea que el universo es una vasta biblioteca donde cada combinación de letras genera significado, reflejando la idea cabalística de que todo lo existente proviene de combinaciones de letras que por voluntad divina y a través de las emanaciones de las sefirots recrean el mundo. Y de alguna forma sabemos que los libros tienen el poder de crear el futuro: un futuro mejor. 

De la misma forma que  mi ficción «El Libro de oro» planteo la existencia de un libro omnsiciente, capaz de crear la realidad, cuya posesión desencadena batallas del pasado que se reflejan en el presente. Si algo se aprende en los legajos del Archivo Municipal y en los libros que nacieron al calor de las malogradas, (por la desidia) Jorndas de Historia, es que control, poder, conocimiento, mitos y libros siempre fueron de la mano y que las batallas del pasado siempre vuelven. 

El poder dura lo que dura el mito (relato), que si no es verdad se disuelve tan rápido como la utilitaria necesidad de crearlo. Lo entendí con catorce años cuando cayó en mis manos un libro del Régimen, que supe contenía más propaganda y mentiras que certezas, que adoctrinaba mas que educaba, que confundía opiniones con hechos y verdades con dogmas.  De hecho hay una foto de la inaguración de esa bibiloteca con una bendición sacerdotal, el Alcalde de aquel tiempo y la foto de Franco. La falta de libertad era como un plato único que te obligaban a comer todos los días con mas fuerza que maña. Luego aprendimos que la libertad era como un restaurante, donde te ofrecían diferentes platps y tu elegías. 

Tengo memoria de la Bilbioteca en la calle Las Torres, cuando se gestionaba a través de voluntarios que empleaban su tiempo libre en el bien común de dedicarse a este templo del saber. Aquel voluntariado era quizá la última utopía de la democracia cuyo rescoldo se mantuvo por una década, sustituídos por funcionarios, que llegaron en torno al orgullo de la memoria local rescatada en las Jornadas de Historia, espejismo de sabiduría que murió tan pronto como la cultura, se amancebó con el poder,  se hizo funcionaria e impuso sus normas. 

Tengo memoria de los silencios de la Casa Fábrica, recién extinguidas las voces de la radio, -unas voces que buscaban poder y lo encontraron- que allí estuvo fugazmente, y de complicidades entre artesonados y legajos, de amistad entre susurros, buscando un futuro mejor, entre temarios de oposiciones, y lógicas racionales de un mundo adolescente explicado por ideas antes de salir a un mundo laboral mucho más voraz. Refugio platónico, isla, remanso de  paz, la razón y las ideas. Fuente, oráculo, donde los estudiosos íbamos a beber, de documentos escritos antaño y de la sapiencia de manos y voces expertas que atesoraban con amor aquel conocimiento rescatado del olvido. 

Tengo memoria, -de hecho nací enfrente de La Milagrosa, no en un hospital de Sevilla-, del teléfono de las monjas, que servía a los vecinos de la calle cuando sólo había un teléfono en el barrio, de las comidas y las clases que daban cuando la necesidad era extrema. De recorrer el edificio en obras y vivir su primera inauguración, del placer de pintar y exponer cuadros entre sus grandes naves, del placer del barro entre mis dedos, entre talleres de alfarería, del orgullo de un proyecto de futuro como la Escuela de las Artes, luego aniquilado por la mezquindad institucionalizada y la falta de visión de futuro. 

Pese a la mudanza y remodelación del nuevo edificio que la alberga, la Biblioteca de Marchena sigue anquilosada en determinados aspectos. 

 La Biblioteca y Archivo en La Milagrosa, tiene mucho más espacio, y ha sido modernizada, pero siguen nuestros gestores ciegos y ajenos al significado real de esta institución que es ser y guardar nuestra memoria colectiva, y hoy nuestra memoria es audiovisual y digital, no en formato papel.

Que los legajos se desgastan y se estropean del uso diario, por eso urge digitalizarlos y ponerlos a disposición de los investigadores online y que aunque compraron escáner, no se está usando por falta de medios humanos. 

BIBLIOTECAS MÁS MODERNAS

Hoy las bibliotecas modernas demandan una sala de audiovisuales, donde poder ver películas de interés o documentales educativos,  donde poder ver lo más significativo del archivo audiovisual de la Marchena reciente, que como sabemos existe, y está en otra instituyción dependiente del Ayuntamiento, bastaría con pedir una copia de lo ya digitalizado para mostrarlo. Ya que dicha institución pública tiene un importante coste qué menos que exponer sus fondos.

Una Hemeroteca, que no existe, donde los investigadores puedan investigar los diarios locales o regionales, históricos y recientes, algo básico para poder entender nuestro tiempo. Una fototeca donde podamos bucear en los fondos de fotografías históricas o recientes, más importantes de la localidad, y que sirva como base para realizar exposiciones de interés divulgativo, educativo y cultural. Una sala de exposiciones, que no existe en Marchena, algo tan básico.  

Un programa de actividades culturales, charlas, conferencias, presentaciones y talleres, aprovechando los amplios espacios y patios para acercar a las nuevas generaciones, el amor por los libros y el conocimiento y que muestren que la cultura es algo vivo y dinámico capaz de generar oportunidades de futuro. 

Todo indica que aquí hemos vuelto al plato único que te obligan a comer todos los días. Una pena que gente tan joven haya heredado esos tics autoritarios de infausto recuerdo.  Por tanto lo más importante que le falta a esta institución es una mente abierta e inclusiva a todas las sensibilidades, a la participación ciudadana, a las opiniones de los ciudadanos y a la cultura democrática y participativa, ya que la cultura que se impone oficialmente y se hace contra los deseos de una gran mayoría, -como sucedió con la Escuela de las Artes- no solo no es cultura, sino que es adoctrinamiento y está condenado al fracaso.