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Opinión: El Fin y los Medios: Cuando el futuro se pierde en el camino

Siempre se ha dicho que el fin justifica los medios. Pero nunca como hoy nos hemos encontrado con que la tortilla se ha dado la vuelta y ahora son los medios los que justifican el fin. El problema surge cuando ese fin, ese objetivo común, no existe. La finalidad se desvanece en un entramado de estrategias vacías y promesas huecas, dejando en el aire una sensación de estancamiento y confusión. El poder, antaño vehículo para alcanzar un proyecto compartido, se ha convertido en un simple coche sin dirección, donde nadie sabe muy bien a dónde se supone que deberían ir.

Tan conscientes son de que no van a llegar muy lejos que ni siquiera han arrancado el coche. Entre todos, les hemos entregado las llaves de un Ferrari, el Ferrari del poder, a unos críos que ni siquiera saben conducir, que no saben que pueden ir a algún lado con él. Y ahí se quedan, sentados en el asiento del conductor, maravillados con la oportunidad de tener entre manos un vehículo que jamás soñaron con manejar. Pero la realidad es que no tienen ni idea de cómo ponerlo en marcha.

En algunos casos, estas figuras llevan gobernando ocho, doce, quince años… y el motor sigue apagado. Porque no tienen un fin. O al menos, no uno claro, no uno compartido, no uno que se traduzca en un proyecto de futuro. Se aferran a la apariencia de control y a la ostentación del poder en sí mismo, sin darse cuenta de que el verdadero objetivo debería ser moverse hacia un destino. Pero como no tienen un destino claro, tampoco se mueven. El coche sigue estacionado, y ellos se han conformado con encender la radio y jugar con los botones del salpicadero.

Se dice siempre que se gobierna como se gestiona la comunicación. Pues hagan la prueba: observen cómo los distintos gobiernos gestionan los medios de comunicación. En lugar de crear un mensaje sólido y contundente que atraviese las distintas plataformas y medios, lo que hacen es cerrarse en un solo canal, prefereiblemente donde trabaja algún familiar o amigo, y vetar y coartar cualquier otra forma de expresión. ¿Por qué? Porque no entienden que el medio no es el mensaje. El mensaje está por encima de los medios. Con un mensaje potente y un proyecto de futuro sólido, los medios acudirían por sí solos. Pero nuestros gobernantes, estos eternos postadolescentes, no lo saben, porque nadie les ha formado y juegan con las teles públicas como ya vieron hacer a sus predecesores, como si fuera un juguete propio, para lanzar cortinas de humo que les impidan ver la realidad.

Mientras tanto, dentro del edificio del poder, se dedican a una interminable botellona. Se escuchan risotadas desde fuera, como si nada de lo que ocurre en la calle les concerniera. Están tan absortos en su propia fiesta, apagada por todos, que les da igual lo que suceda fuera. La vida se encarece, las familias no llegan a fin de mes, el empleo escasea, la vivienda se convierte en un lujo y, el transporte público y la sanidad tambalea. Alguna obra faraónica para maquillar y mitigar la crítica interna, y cuadrar las cuentas y ellos siguen con su fiesta, dentro de ese coche que no va a ninguna parte, dentro de ese edificio del poder que entre todos les hemos entregado.

El colmo de la metáfora lo tenemos en nuestro propia tierra, donde el edificio del poder está clausurado por obras. ¿Cabe mayor simbolismo de lo que está ocurriendo? Y mientras, el “nuevo” edificio del poder, perdido en un polígono industrial, donde los sistemas productivos serán paulatinamente sustituidos por sistemas clientelares lo cual se traduce en fábrica de adeptos, y exhilio de jóvenes y adultos en busca de oportunidades, pérdida de población e irrelevancia. Donde se priorizan favores, prebendas y servicios a medida, provocando mayor pobreza y menos libertad.

Así, en lugar de avanzar, vamos en retroceso, atrapados en un bucle de decadencia y mediocridad, donde el poder ha dejado de ser un medio para convertirse en el fin en sí mismo. Un fin vacío, sin contenido, sin dirección, sin futuro. Nos gobiernan quienes no tienen la mínima intención de arrancar el coche. Y mientras tanto, el resto, los que sí querríamos llegar a algún lugar, no podemos hacer otra cosa que ver cómo el tiempo y las oportunidades se nos escapan, como la arena entre los dedos oo huir cuanto antes buscando un nuevo horizonte.