El otro día me vacunaron en el Estadio Olímpico. No os voy a contar la que lie para encontrar mi Vespa a la salida; casi lloro. Entré por una puerta, y no me preguntéis cómo, pero salí por otra. Soy de naturaleza intrépida, pero las jeringuillas son para hombres, y yo aún no he cumplido los cincuenta. Así que entre el miedo que hacía a la entrada, y la flama que hacía a la salida, desemboqué en el parking del Olímpico más desorientado que Junqueras a su salida de Lledoners.
Ahí estaba. Juan Espadas: “Apoyo al gobierno en la concesión de los indultos, igual que lo apoyaría si no los concediera”.Esta fue la respuesta que le dio el flamante candidato del PSOE-A a Carlos Alsina en su matinal de Onda Cero.
A diferencia de Oriol, no me llegué a plantear si debía mostrarme victorioso o compungido, pues mi único anhelo era encontrar la Vespa, que no debía estar allende los dos kilómetros del coliseo. En un arrebato de gallardía, y muy afectado ya, apunté hacia un agente, y aunque solicitar ayuda es lo normal en estos casos, me pudo el bochorno y reculé haciendo lo que mejor se me da; ponerme a llorar. Está feo que, a mi edad, no sepa gestionar mis emociones y como recuperar la dignidad me suele llevar tiempo, eché mano del móvil.
Mente distraída Fernando, y ahí estaba. Juan Espadas: “Apoyo al gobierno en la concesión de los indultos, igual que lo apoyaría si no los concediera”.Esta fue la respuesta que le dio el flamante candidato del PSOE-A a Carlos Alsina en su matinal de Onda Cero. ¿Cachondo no?, pues a mí me representa. Las malas lenguas dirán que se trata de un posicionamiento ambiguo o servil, pero la verdad es que ese desconcierto tiene un nombre; ambivalencia.
La ambivalencia es un estado mental en el que convergen sentimientos contrapuestos respecto a un mismo hecho y, a diario, sin caer en la cuenta, somos ambivalentes.
La ambivalencia es un estado mental en el que convergen sentimientos contrapuestos respecto a un mismo hecho y, a diario, sin caer en la cuenta, somos ambivalentes. Cuando pasamos por la esquina del Tremendo y de entre las hordas asoma la gaita del Bryan, que ya nos ha visto, y que se acerca a paso de mudá con una cerveza en la mano, somos ambivalentes.
Nuestra primera reacción es decir que es temprano, pues desconocemos que hay palabras como temprano, que desde la Puerta Osario hasta la Encarnación y a partir de ciertas horas, actúan como resortes del mal. Inmediatamente después, y no me refiero al rato, sino al momento que nace en los albores de un nuevo segundo, caemos en nuestro error y tras una leve reflexión sobre lo efímera que es la vida, aceptamos el obsequio. Es en ese preciso instante, y aunque nuestra voz, sumisa, denote estar siendo arrastrada por algún ente diabólico hacia el abismo del descontrol, cuando se materializa en nuestro ser el milagro de la ambivalencia.
Espero que nuestro alcalde, buen tipo, aderece su ambivalencia antes de hipotecar, con la guasa, el futuro de nuestros hijos.
Inconscientemente, pasamos de una cosa a su contraria sin despeinarnos. El problema que presenta la ambivalencia de Juan Espadas es que presidir el gobierno de la Junta nada tiene que ver con nuestro proceder cotidiano. Y no lo digo porque Andalucía, que ha sido cuna de maestros, merezca otra cosa, sino porque nuestra tasa de paro está diez puntos porcentuales por encima de la catalana y nuestro PIB per cápita, que es buen indicador de la calidad de vida, once mil cuatrocientos ochenta y seis euros por debajo. Sí, habéis leído bien, más de once mil eurazos por debajo. Espero que nuestro alcalde, buen tipo, aderece su ambivalencia antes de hipotecar, con la guasa, el futuro de nuestros hijos.
Por cierto, y bromas aparte, la organización del punto de vacunación en el Estadio Olímpico de Sevilla está siendo de diez.