Cuentan las malas lenguas—y algún marchenero con acceso a documentos ultra secretos—que allá por los años 70, un hombre de Marchena, con su americana de tergal y su bigote bien recortado, asistió a una reunión clandestina en un rascacielos de Nueva York.
La cosa era seria: en aquella sala de altos vuelos se iba a decidir el futuro del mundo. Banqueros, políticos, magnates del turismo… todos reunidos, cigarros en mano, discutiendo sobre cómo vender hasta el último rincón del planeta a las masas ansiosas de experiencias exóticas.
Pero entonces, se levantó el marchenero. Miró a los presentes, carraspeó con autoridad y soltó la frase que cambiaría el curso de la historia:
“The best promotion is no promotion”.
Se hizo un silencio sepulcral. Alguien dejó caer su habano. Otro se quitó las gafas con manos temblorosas. Un ejecutivo japonés murmuró “sugoi”.
El marchenero, sabio y visionario, sabía lo que estaba por venir. Intuía que un día la gente pagaría 5 euros por un café en Sevilla, que en Osuna se pediría cita para tomarse un simple montaito y que en la Giralda habría más turistas que en la cabalgata de los Reyes Magos. Y él, que había probado el café de pucherete de su abuela a 10 pesetas, se estremeció ante semejante distopía.
Así que decidió salvar a su pueblo de semejante destino. Y lo logró.
El legado del marchenero iluminado
Desde aquel día, el dogma sagrado de “no hacer nada por el turismo” se convirtió en la estrategia oficial de Marchena. No se abren las iglesias. Si el turista quiere ver arte, que se busque la vida. Si vienes un fin de semana cualquiera no hay rutas turísticas organizadas. Que cada cual se pierda por el barrio de San Juan como buenamente pueda. No se invierte en promoción. Si el pueblo es bonito, que la gente lo descubra sola.
No hay merchandising cutre. Ni imanes, ni camisetas de “I
¿Por qué esta estrategia es un éxito?
Porque en un mundo saturado de turismo masivo, donde hay que pedir cita previa hasta para tomar un café en Osuna, Marchena ofrece lo que nadie más puede ofrecer: la sensación de estar en un lugar que aún no ha sido descubierto por el turismo.
Es la última frontera de la autenticidad. La bella durmiente de Andalucía. La única villa en la que el turista puede sentirse un aventurero, en lugar de un simple consumidor de experiencias organizadas.
El futuro está escrito… en un cajón olvidado
Los más conspiranoicos dicen que aquel documento con la frase “The best promotion is no promotion” todavía existe, guardado en un polvoriento cajón de alguna multinacional neoyorquina. Y que un día, cuando el turismo masivo colapse el planeta, los altos mandos lo desempolvarán y dirán:
—“Maldita sea, ¡los marcheneros ya lo sabían!”. Y por eso acuñaron aquella frase promocional. Marchena la Bella Desconocida.
Y mientras en Venecia los turistas se ahogan en góndolas de plástico y en Sevilla se paga 8 euros por una tapa de ensaladilla, Marchena seguirá igual: tranquila, desconocida y sin hordas de turistas molestos. En un sorprendente giro del destino, Marchena ha sido catalogada como el pueblo perfecto para una escapada de fin de semana por el diario El Español. Y no es de extrañar. Porque aquí, en el corazón de la campiña sevillana, hemos sido testigos de la estrategia de marketing más revolucionaria de todos los tiempos: la anti-promoción turística.
Mientras otras localidades se deshacen en campañas publicitarias, estrategias de posicionamiento SEO, rutas organizadas y eventos multitudinarios, en Marchena se ha optado por una táctica magistral: no hacer absolutamente nada. ¿El resultado? Un lugar tan auténtico y puro que hasta el más avezado turista se siente un descubridor del Nuevo Mundo al poner un pie en sus calles.
Porque aquí, querido lector, se juega al turismo en otra liga.