ANGUITA, IN MEMORIAM
Murió Julio Anguita. Algunas horas después de su fallecimiento todo se ha dicho de él. Para mí, fue mi padre político ya que fue quien me impulsó definitivamente a afiliarme al PCE, tras escucharlo en un mitin en Málaga y comprobar su verbo cautivador; me comprometió para siempre, mis designios acabaron trastocándose y perturbó mi placentera vida de profesor de pueblo. Fue también mi maestro porque siempre que lo escuchaba, aprendía algo nuevo: podía ser una palabra inusual, una reflexión heterodoxa o una alusión a algún prohombre apenas conocido, un poeta, un pintor o un mariscal soviético, tal era su sabiduría.
No era un político al uso; más bien era un intelectual en la política. Por eso, repetía por doquier que ser de izquierdas no sólo significaba ponerse en el lado opuesto a la derecha sino emprender el duro y fatigoso camino de la formación personal, no sólo académica.. Sólo desde la sabiduría, se puede aspirar a la necesaria rebeldía para cambiar el mundo que no consiste en gritar, romper cajeros de bancos ni hacer pintadas sino que es la consecuencia del grito de la inteligencia humana que nace de los más profundo cuando se toma conciencia de las injusticias sociales y desigualdades económicas.
Por eso, rehuía del circo mediático en el que a los políticos actuales de nuestro país tanto les gusta removerse, lo que le granjeaba el aprecio de muchos españoles más allá de sus credos ideológicos, pero también el pavor de los poderosos que manejan los hilos del poder en la sombra y el odio de sus adversarios políticos. Decía Lenin, uno de sus referentes al que aludía sin reservas: «Este es mi destino: una campaña de lucha tras otra contra las estupideces, las vulgaridades políticas y el oportunismo. Y esta es la razón por la que combato a los filisteos». Unas palabras que bien podría haber pronunciado Julio Anguita: el hilo rojo de la historia que une al ruso y al cordobés está repleto de estas similitudes. Y es que los graznidos estólidos y los gritos altisonantes les molestan a los hombres y mujeres con principios firmes.
Para muchos estos se pueden edulcorar hasta el infinito apelando al realismo, pero no así para las personas con fuertes convicciones, como Julio Anguita. No por ello se le podía imputar rigidez en sus planteamientos y menos aún sectarismo, el virus letal de la izquierda. La creación de Izquierda Unida lo demuestra ampliamente: supo aunar a muchas sensibilidades y encaminarlas en una misma dirección, no sin antes provocar un debate abierto y transparente en la sociedad española del que saldría su famoso programa, programa, programa.
Quiso con él convertir la utopía en una acción concreta. Por eso, luchó por gobernar forzando por llevar las propuestas al límite de lo posible, rozando lo imposible, pero sin utilizar los ideales como excusa para eludir la realidad concreta del momento histórico. Era un equilibrio dialéctico y variable que sabía explicar como nadie, recurriendo a su proverbial fuerza expresiva .
Convencía, porque tras su discurso había una profunda base de verdad basada en la ética. Vivió como pregonó: por eso me ayudó a hallar que la riqueza vital no tenía nada que ver con los derroches de la sociedad capitalista y la acumulación de bienes materiales sino con la prospección interior del ser humano, descubriendo sus maravillas y surgiendo de ahí la necesidad imperiosa de liberarlo de su alienación para iniciar la conquista de su emancipación. Por eso, volvió a enseñar a su instituto de Córdoba; por eso renunció a su jubilación dorada de diputado: su afán no era el dinero, sino vivir en paz consigo mismo. Ese fue su tesoro. ¡Todo un ejemplo a seguir!
Nos marcó el camino; emprendamos la marcha sacudiendo las tentaciones de la comodidad material e intelectual que nos acecha día a día porque «ese mundo que va a cambiar de base» como dice La Internacional que tantas veces cantó a lo largo de su vida, necesita de muchos Julio Anguita. Honor y gloria.
Miguel Ángel Márquez González. Alcalde de Arahal.