En la vida pública, todos podemos tener un mal día. Un desliz emocional ocasional puede ser perdonado y olvidado como un simple desvarío. Sin embargo, cuando hacerse la víctima se convierte en una estrategia recurrente y fundamental en la gestión pública, uno empieza a preguntarse qué está fallando. Y la respuesta, lamentablemente, suele ser la misma: la falta de formación.
Hay un fenómeno que se está convirtiendo en el pasatiempo favorito de muchos gestores públicos: el victimismo, o echarle la culpa al adversario, amplificado por el síndrome del despacho: el aislamiento de la realidad, amplificado por los aduladores del poder que buscan medrar, la falta de imaginación y de experiencia y el hecho de que cada vez más se ven con poder personas que por su carencia formativa y vital, jamás osaron imaginar ocupar ciertos cargos.
Esta tendencia, que se presenta cada vez que alguien osa discrepar o mostrar otra vesrtiente de la realidad pública, -como si los ciudadnaos no tuviéramos derecho alguno ni de expresar la más mínima discrepancia- ha alcanzado niveles de maestría dignos de un Oscar, recientemente.
Imaginemos la situación: nuestro querido/a gestor público se sienta finalmente tras un día agitado. Quizás se tomó un respiro, se sirvió una infusión relajante y decidió que era el momento perfecto para aclarar algunas dudas sobre la gestión cuando se encuntra en un periódico con una noticia que no le gusta o alguien le dice por wathsapp que la decisión que ha tomado es una soberana estupidez carente de sentido y fundamento. La indignación la embarga y, como en una novela de tragedia griega, siente que el mundo lo juzga sin piedad. Y una de dos o se propone destruir a semejante insecto quer osa cuesiotnarle, o se propone hacerse la víctima.
Y entonces manda una respuesta ultrajado, lamentando cómo se aleja de la realidad, según su versión lo manifestado y se siente cuestionado o juzgado públicamente.
¡Qué drama! Uno casi puede imaginar la música de violines de fondo mientras leemos sus palabras. Pero, dejemos a un lado el melodrama y hablemos de lo que realmente importa: la gestión pública.
El Victimismo y la Gestión Pública: Un Binomio Peligroso
Queridos gestores públicos, permitidme una reflexión: ¿Qué tal si dejamos de mezclar nuestras emociones personales con nuestras obligaciones públicas?. La gestión pública es un campo en el que se requiere objetividad, profesionalidad y, sobre todo, análisis, conocer el problema a fondo y las soluciones efectivas para las necesidades del ciudadano.
Sentirse juzgado es una experiencia que, sin duda, todos hemos vivido en nuestra vida personal. Pero, en el ámbito público, debemos mantener una actitud fría y desapasionada y una actitud más centrada emocionalmente. ¿Nadie se lo dijo?. Se ve que nadie le dijo tampoco que estar en lo público es estar sometido a escrutinio y que eso va con el cargo.
La tendencia a hacerse la víctima es contraproducente, y pone de manifiesto una falta de preparación y conocimientos. En lugar de buscar la lástima y desviar la atención de los problemas reales, sería más útil abordar las críticas con datos, transparencia y propuestas constructivas.
La Solución: Profesionalidad y Desapego Emocional
Para mejorar la calidad de la gestión pública y el bienestar de todos, incluyendo el propio, es esencial que nuestros gestores desarrollen la habilidad de separar sus emociones personales de sus responsabilidades profesionales.
La falta de preparación a menudo deriva en inseguridad y, como consecuencia, en victimismo. No se les h apasado por la cabeza que los ciudadanos ya tienen bastante con llegar a fin de mes, como para encima tener en cuenta las carencias emocionales de unos gestores públicos que se muestran despiadados con las necesidades ajenas.
Ser transparente en las decisiones y procesos ayuda a minimizar malentendidos y genera confianza. Si los ciudadanos entienden el porqué de una medida, es menos probable que la critiquen sin fundamento. Mantener una comunicación abierta y constante con los medios y la ciudadanía puede evitar sorpresas desagradables.
Aprender a manejar las críticas de manera constructiva y no personal es vital. La resiliencia permite enfrentar los desafíos con una actitud positiva y proactiva.
En conclusión, dejar de lado el victimismo y adoptar una postura profesional no solo mejorará la gestión pública, sino que también contribuirá a la salud mental de nuestros gestores. Por el bien del ciudadano y de la calidad en la gestión pública, dejemos las emociones personales fuera del despacho y enfrentemos los desafíos con la competencia y profesionalidad que el cargo demanda. ¡El futuro de la gestión pública nos lo agradecerá!.
Porque al final lo cierto es que las víctimas son los pobres ciudadanos que cuando acuden a una oficina u organismo público a que le solucionen un problema no solo no encuentran soluciones, sino que los toman el pelo en base a estrategias de victimismo para enmascarar malas decisiones, como subida injustificada de precios por servicios y espacios públicos, nula gestión y peor trato, derivado de culpabilizar al ciudadano de todo cuanto pasa, incapaces de reconocer la propia incapacidad, que los haría irse a casa automáticamente, gravar los servicios y atividades publicas, para que así se usen menos y causen menos molestias al gestor victimista, etc.