OPINIÓN: Vaya lío tenemos, señores, con el cartel de la Semana Santa de Sevilla! Y es que, según cuentan los pajaritos que vuelan bajo por la Giralda, el afiche de este año genera mas miedo que un arqueólogo en Marchena. Hay quien no le gusta que en la tradición se pasen de modernos y creen que así no hay quien encuentre la devoción entre tanta revolución pictórica. Pero ¡ojo!, que la cosa no queda ahí, que esto es Sevilla y aquí la pasión no solo va en los pasos.
Y hablando de pasos, aunque de otra índole, Yolanda Díaz, ministra del Gobierno de España, se fue a Roma a ver al Papa. Dicen que fue a pedirle la receta del pan milagroso que reparte en el Vaticano, para ver si resuelve la crisis que, entre la polarización y la deuda del Estado, nos tiene el bolsillo con más agujeros que la A-92 y el futuro laboral de los jóvenes mas negro que el de la sanidad andaluza. ¿Y qué le diría Su Santidad?. «Mira, hija, en cuestiones de economía, mejor reza dos avemarías y no te metas en más honduras».
En los pasillos de palacio, el runrún es que hay más tensión entre Letizia y Felipe que en el puente de la Constitución de Cádiz o el de Triana con levante fuerte o en los despachos del poder de la villa entoldada cuando alguien lleva la contraria. En cambio se dice, que la relación entre la Reina y el Presidente del Gobierno es más fresca que una noche de febrero en La Caleta, mientras que con su propio marido, el Rey, ya ni se saludan cuando se cruzan en los pasillos de Zarzuela para ir de madrugada al baño. Y si la cosa sigue así, la única procesión que veremos será la de mudanzas saliendo del Palacio Real.
En una villa entoldada donde el secreto es ley y la intriga el himno, una reina de misterio tiene a los súbditos en vilo, mientras en la plaza de la cárcel, se cierne una polémica de proporciones museísticas.
El edificio, un coloso de luz y tradición y las obras, están por arrancar, pero la pregunta surge: ¿Qué tesoros albergará? ¿Molletes, tortas de manteca y bizcochos? ¿Los mosaicos que llevan décadas esperando bajo los olivares que llegue un arqueólogo los rescate, o las reliquias del pasado que hemos destruído, enterreado o dejado de investigar, por un atávico miedo al arqueólogo, mas otros intereses inconfresables, como si de una maldición de Indiana Jones se tratase?
En la muestra arqueológica, como en la Marchena de los últimos treinta años, los arqueólogos estarán bien lejos, quizás por temor a despertar alguna leyenda escondida en las entrañas de la tierra, donde más de un esqueleto del pasado (o del presente, quién sabe) podría reaparecer. Eso si, a los arquitectos, que es donde se mueven los billetes, seguro les ponen un monumento,
Hay quien dice que se ha puesto el carro delante del caballo: el museo se erige, pero su alma aún está por definirse. ¿Será un santuario de la historia local o un escaparate al ego, la nada y el vacío, una metáfora del pueblo?. ¿Un homenaje a la arqueología o un monumento a la improvisación?. ¿Un esqueleto con un cartel que diga aqui murió Marchena esperando una mejor cultura?.
Dicen que alguien, sugirió en un despacho o sería en la barra de un bar: tenemos que hacer un museo que no exista ya, que atraiga a la gente de aquí de allá y que represente nuestra verdadera identidad, como eran las dos de la tarde y no se les ocurrirá ná, alguien dijo: y por qué no hacemos el Museo de la papa aliñá.
Los habitantes de la villa se preguntan si el museo terminará siendo un espejo, -no de la villa-, sino de sus propia protagonista. Sea como fuere, en la villa entoldada, la certeza es un lujo y la sorpresa, el pan de cada día. Y así, con un guiño y una sonrisa, la chirigota sigue su camino, cantando las verdades que muchos prefiereb ocultar.
Pero ahora, amigos, es Carnaval y en Carnaval todo se canta y nada se llora. Aquí, la sátira es la reina y la risa, la mejor embajadora. Así que cojamos la noticia, le demos vuelta, la adobemos con sal de Cádiz y la sirvamos en un plato de papelón con mucho arte y poca vergüenza, que al fin y al cabo, si no podemos reírnos de nosotros mismos, ¿de qué vamos a reírnos? ¡Viva la chirigota, viva Cádiz y que vivan las ganas de no tomarse nada, pero nada en serio!.