Hoy 7 de junio de 2025, la Sala Carreras de Marchena acogió la entrega oficial del título de Hijo Adoptivo a Jesús García Solano. Un reconocimiento unánime por parte del pleno del Ayuntamiento.
La alcaldesa María del Mar Romero abrió la ceremonia leyendo los artículos del Reglamento de Honores y Distinciones, recordando que el título de Hijo Adoptivo es la mayor distinción que puede conceder el Consistorio. Se trata de una designación excepcional, que exige un expediente motivado. En el caso de Jesús García Solano, no faltaban los méritos ni las adhesiones: más de 550 firmas individuales y una treintena de instituciones respaldaron la propuesta.
El informe del instructor del expediente, Ramón Ramos Alfonso, jefe de los servicios de biblioteca, repasó con detalle la extensa trayectoria del homenajeado: poeta, musicólogo, conferenciante, autor de más de veinte libros y miembro de diversas academias y asociaciones literarias. Nacido en Aguilar de la Frontera en 1942 y afincado en Marchena desde los cinco años, Jesús ha dedicado su vida a difundir la cultura.
Sus creaciones van desde la poesía lírica a la copla flamenca, pasando por la musicoterapia con personas mayores, la invención del cencerrófono y la conservación de más de 250 instrumentos musicales. Su último gesto: la donación al pueblo de su valiosísima colección de castañuelas, una de las más completa de España.
En el acto, intervinieron emocionados amigos como Ana Castillo, Pedro Rojas y José Antonio Sánchez Alcázar, este último, Marchenero del Año, quien subrayó la generosidad sin límites del homenajeado.
También tomaron la palabra los portavoces de todos los grupos políticos, quienes coincidieron en destacar su figura como referente ético y cultural.
Tras la lectura del pergamino y la imposición de la medalla, Jesús Solano tomó la palabra con un discurso que fue puro arte: un poema vivo lleno de memoria, ternura, humor y sabiduría. Habló de Marchena como quien habla de una madre, de su infancia en la calle La Cilla, de sus años de posguerra, de sus luchas interiores, de su amor por lo pequeño y lo eterno.
Hay discursos que se olvidan al salir del teatro y otros que se quedan para siempre en el corazón del pueblo. El que pronunció Jesús García Solano el pasado viernes, al ser nombrado Hijo Adoptivo de Marchena, pertenece a esa segunda estirpe: la de la palabra que brota del alma, la que no necesita alzar la voz para hacerse inolvidable.
No fue un discurso, fue una confesión. Jesús Solano subió al atril con paso lento pero firme, se acomodó frente al micrófono, y ante una sala abarrotada dejó que hablara el poeta, el niño de posguerra, el joven autodidacta, el creador incansable, el amigo leal y el marchenero por amor y por destino.
Desde el primer verso, supimos que no iba a ofrecer un recuento de méritos ni un repaso de premios. Su relato era otra cosa: era la historia de una vida contada en clave de gratitud. Agradeció a su esposa, a sus hijos, a sus hermanas, a sus compañeros de música, a las entidades culturales, al pueblo entero. Y, sobre todo, agradeció a Marchena, esa tierra que lo acogió de niño y que hoy lo reconoce como uno de los suyos.
“Toda una vida, Marchena… estaré contigo”, comenzó diciendo, para luego hilvanar un canto íntimo a sus calles, a sus campos, a sus campanarios, a su gente. Mencionó con ternura La Silla, los Cuatro Cantillos, la Fuente de las Cadenas, el Tiro de Santa María… y recordó su llegada con apenas cinco años, su infancia entre casas humildes, sus estudios en San Agustín y su despertar a la poesía “como quien abre una puerta sin saber adónde lleva”.
A lo largo de su intervención, no dejó de repetir —como un estribillo sagrado— su célebre poema «Si yo pudiera pintar Marchena», pero esta vez lo recitó en voz propia, con la emoción de quien le habla a su primer amor. Pintó la Marchena de los labradores, la de los herreros y los hornos, la de los patios blancos y los geranios colgados, la de los cantos flamencos en las tabernas. La Marchena profunda, humana, trabajada y soñada.
También hubo espacio para el pensamiento: “¿Cuándo llegará el día en que el mundo entienda el valor de las cosas pequeñas?”, se preguntó. Y añadió: “La vida no se mide en logros, sino en los abrazos que hemos dado y en los besos que aún nos quedan por ofrecer”.
A sus 83 años, Solano no alardea de títulos ni de galardones. Se define, simplemente, como alguien que ha buscado la belleza “en la flor que no se queja, en el agua de la fuente de la Alcazaba, en las siestas sin sueño y en los silencios que también hablan”.
Tuvo palabras para sus compañeros ausentes, para su querido José Zapico, y un recuerdo emocionante para quienes “han subido conmigo esta cuesta llamada vida”. Terminó con una declaración luminosa:
“No me importa que me llamen abuelo. Los años que viví, quedaron bien gastados. Y si me queda tiempo, lo dedicaré a seguir amando”.