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Seriedad, ritmo y compás, las claves del éxito de Lidia Rodríguez

Juan M. Reyes Campos. Peña Flamenca de Marchena

La Peña Flamenca de Marchena, una vez mas a pesar de los pesares, como es de justicia en flamenco , sigue cumpliendo su misión, compatibilizando de manera ejemplar el cante de máximo nivel de una joven cantaora sin par, con el exquisito saber escuchar y entender de un público entregado a la magia que mana de esta cueva flamenca del barrio gitano de San Juan.

Lidia Rodríguez, “La Paradeña”, rebautizada artísticamente en Marchena, (hace algunos años), donde debutó como artista, y años después, conquistó con absoluta e incuestionable solvencia, los cantes de ida y vuelta, con premio especial a la Colombiana, deleitó con mucha clase y elegancia al público asistente, felizmente congregado, en la Cueva Flamenca de la Casa Fábrica de Marchena.

Toda ella, entera…. definida en un algoritmo humano-flamenco, viaja en progresión geométrica  hacia los más grandes escenarios del mundo del flamenco. La Universidad y el Flamenco, se unen en una  cantaora que tiende, en el muy corto plazo, a dominar el infinito colorido  multidimensional de las formas, y la profundísima razón del fondo de lo jondo.  

Con cientos de aristas personales que recuerdan, entre mecido y mecido de su cante, a la esencia  del Mellizo, la Trini,  Chacó  n, Vallejo, Morente……y un largo etcétera…, la pasada noche, Lidia, pintó en mil colores, una actuación con una mezcla de ingredientes que conformaron un plato de lujo imposible de rechazar.

Comenzó su actuación por Malagueñas grandísimamente cantadas, mecidas y gustosamente balanceadas.  Dos tercios, uno con fuente de Chacón y el otro del Mellizo, rematado por un abandolao muy bien ejecutado y acompasado.  ¡Que dulzura y fuerza!,  inteligentísimamente ensambladas. Melodía perfecta y gran dominio de la voz, en plena libertad, sin caer en la anarquía, reina de los medios y bajos tonos, con unos matices musicales, entre suspiro y suspiro, llevados al límite, conocimiento exacto del cante y de la justa medida en equilibrio muy elegante.

Siguió la ronda por cantiñas, donde hizo un recorrido amplio de muy diversos estilos demostrando conocimiento y solvencia en la ejecución de todos ellos. 

Después apareció en el escenario la Soleá, pureza y mucho sentido, la Serneta y Torres muy presente en todos sus tercios, de  Jerez a Utrera y viceversa pudo llamarse este episodio de la serie.

Reanudó después de un breve descanso por tangos, donde demostró que no es solo  una cantaora que domina la seriedad, sino también el ritmo y el compás de máximo nivel, algo muy difícil de encontrar en una sola interprete. En este palo se rompió haciendo vibrar  a todo el mundo recordando con mucha maestría y conocimiento a Don Enrique Morente, cuando paseaba por los tangos de Graná y Extremadura.

El culmen de su actuación fue por seguiriyas, verdaderamente increíble,  ¡como cantó el clásico de: ¡a canelita y clavo me hueles tu a mí! de Tomás Pavón.  Si la malagueña del principio me sorprendió rompiéndome todos los esquemas, la seguiriya, literalmente me mató con el veneno de  la mezcla de Vallejo y Pavón,  especialísimamente interpretado por esta señora que no se achica en el cante grande,  sacó oro molío en sus incontables y afinadísimos giros. Si grande fue el primer tercio, el remate de Paco la Luz, francamente memorable.

Terminó su actuación por bulerías haciendo un amplio recorrido por muchos estilos metiéndose al público en el bolsillo.

Los flamencos exigentes como yo…-ya veteranos con mil y un cantes vividos y  escuchados, muy rara vez nos sorprenden-, pero de vez en cuando, este gran arte indomable,  renace en las viejas conciencias y vuelve a rememorar sus indescriptibles  sensaciones como si se vivieran por primera vez.