Sufismo: La conexión perdida entre el flamenco, Pakistán y la India
José Antonio Suárez López
Que Aziz Baluch fue un pakistaní enamorado del flamenco que se unió a la compañía de Pepe Marchena como cantaor, -con el apodo de Marchenilla- en los años 30 y 40, y que publicó un libro sobre la relación del flamenco con el folclore de su país, es algo bien conocido. Pero para entender mejor lo que vino buscando y el porqué de su certeza hay que encajar en este puzle la pieza del sufismo, para que cobre nuevo sentido. Aziz era Sufí.
El sufismo, -igual que el Islam- es una autopista que comunicó Al Andalus con Pakistán durante 1000 años. Se olvidó, -o se ocultó- -como Ibn Masarra en las ermitas de Córdoba- por criticar ala sunna, el poder, -político y religioso- ser perseguido, estar al margen, mientras en Pakistán se hacía popular. En esas autopistas viajaron los gitanos del Rajastán -India- que nunca perdieron contacto con los romaníes de Al-Andalus trayendo y llevando músicas.
El Pueblo Gitano salió del subcontinente indio durante el siglo XI, recorriendo toda Europa durante siglos, hasta llegar al entonces reino de España aproximadamente en el siglo XV aunque otros creen que ya había entonces gitanos en la península ibérica. A partir del 1499 bajo el reinado de los Reyes Católicos empieza la historia de discriminación del Pueblo Gitano en la península ibérica. Más de 250 pragmáticas antigitanas que promovían la expulsión, el castigo, la prisión, la mutilación, la tortura, la esclavitud e incluso el exterminio se promulgaron desde 1499 hasta 1749.
Hasta el siglo XVII, las conexiones y préstamos linguístico-musicales entre los gitanos y los moriscos, están probadas y documentadas como se comprueba en el estudio «Gitanos y Moriscos» que está disponible online.
Aziz hizo el mismo viaje que Ziryab casi 1200 años después. Pepe Marchena escribió que podría ser «ser una segunda encarnación» de Ziryab» al que siendo un profundo conocedor de las dos músicas, –el flamenco que aprendió con Pepe Marchena y el qawwalí paquistaní- era una «autoridad en la materia». Aziz preservó su conocimiento en el tiempo y publicó un libro y su colección de grabaciones acaba de reeditarse en Londres, donde murió, con el misterioso nombre sufí de «La muerte no es el final». Los sufíes creen en la reencarnación y aceptan que la muerte es un paso más hacia una nueva vida.
Las ermitas de Córdoba fue el lugar por donde el sufismo entró en España gracias a Ibn Masarra.
El sufismo, que ya existía como gnosis desde el inicio del cristianismo, y aún antes, era una práctica minoritaria para iniciados, que tenía en la música -ritual sufí andalusí que aún se conserva hoy en Marruecos – una herramienta fundamental para elevar el estado de conciencia. Ziryab supuso una revolución para la música andalusí que se conserva en el Magreb.
El sufismo entró por Córdoba en Andalucía, en el S X. gracias a Ibn Masarra, que trajo su conocimiento gnóstico, de oriente medio tras contactar con maestros de Egipto y Siria.
Masarra vivió en las emitas de Córdoba y se preocupó de transmitir su conocimiento de forma secreta a una élite, encargada de esparcirla por Andalucía cuando, como él mismo sabía, Abderramán III se encargó de quemar sus libros y perseguir a sus adeptos reunificados en Pechina y otros puntos de Almería.
Una generación después había sufíes en muchos pueblos de Andalucía como Shams de Marchena, maestra de Ibn Arabí o Abdul Majid Ben Shelmah que enseñaba sufismo en la mezquita de Marchena, iglesia de Santa María. Ibn Arabi a menudo entraba a Marchena por el Arco de la Rosa o Puerta de Sevilla. Al Maraurí, el moronero, con quien Shams se comunicaba solo con su pensamiento venía a Marchena por el camino y puerta de Morón tal y como cuentan los libros de Ibn Arabí aún hoy famoso en series de TV por todo el mundo islámico.
Viviendo en Algeciras, un día Aziz Baluch cruzó la frontera para ver una actuación flamenca donde cantaba Pepe Marchena en el teatro de La Linea. Aziz quedó tan entusiasmado que Aziz entró a conocer a los artistas y al día siguiente los invitó a su casa de Gibraltar en Main Street donde les cantó a los flamencos varias piezas flamencas y canciones Sindhi, acompañándose a sí mismo con un armonio que había traído desde Sindh.
Sorprendido Pepe Marchena le invitó a actuar con él en el Teatro de La Línea donde Balouch hizo una versión de La Rosa de Pepe Marchena que resultó tan popular que tuvieron que bajar el telón siete veces. Marchena le acogió como discípulo, con el nombre artístico de Marchenita y, en Madrid, le abrió las puertas de numerosos artistas relevantes de la época. Los carteles le anuncian como “El hindú que canta flamenco.
La casa Parlophone Records, de Barcelona, le ofreció grabar sus canciones que cristalizaron en Sufí Hispano Pakistaní, con una seguiriya basada en los versos de un poeta persa del siglo XI, Sanaito. Aziz buscó otras aproximaciones entre la música pakistaní con las saetas y villancicos que hoy está probado su origen islámico y por eso fue prohibido cantarlos dentro de las iglesias.