La feria de Sevilla contada por Gustavo Adolfo Bécquer
José Antonio Suárez López
La mayor sucesión de guerras y epidemias, más la independencia americana acabó en el XIX con todo rastro de riqueza económica y de orgullo y poderío español, mientras los franceses e ingleses dominaban el mundo, forjaban nuevos imperios, imponían su cultura, modas y costumbres también en España.
Vencido y empobrecido económica y culturalmente y sin esperanzas, el pueblo cayó en la fascinación de lo extranjero y poco a poco abandonó sus propias costumbres, trajes y cultura. «Hasta las hijas de los ricos labradores que viven en los pueblos de la provincia encargan a Honorina, o hacen traer de París, los trajes que han de llevar en Sevilla durante las ferias» escribió el poeta sevillano Bécquer en 1867, veinte años después de nacer la feria sevillana.
El mismo Traje de de galana o de galana, reliquia festiva de algunos municipios españoles y popular entre el XVI y el XVIII, se usó en la mayor parte del país hasta que nos invadió la moda francesa. Contenía elementos de diversa influencia, joyería de filigrana islámica, bordados,judíos, o relicarios cristianos.
Opuesto a la opulencia del traje de galana, también existió otro traje de luto, el traje de manto y saya que se conservó en Vejer y en Marchena, tradicional para ir a misa, popularizado cuando Felipe II pone de moda el negro en todas las cortes de Europa.
Bécquer vió proliferar el flamenco en la Alameda cerca de donde vivía y llegar la primera oleada de viajeros extranjeros, mientras nacían la feria, la fotografía, el ferrocarril e inaugurarse el puente de Triana, antes de mudarse a Madrid donde triunfa como periodista y escritor.
La moda de Francia había invadido las costumbres y hasta el habla andaluza: «Oiga usted, señorita, ¿me hace usted el favor de cantar una petenera?. «Avec beaucoup de plaisir». «Donne moi un cigarrete», describe Benito Mas y Pratt en La Ilustración española y americana en Abril de 1888, cambio que se observa en la serie de fotos de Salvador Azpiazu en 1890.
«Suena aveces la guitarra pero va dominando el piano y aunque no están vedadas las malagueñas ni las sevillanas, suelen oírse cuplets franceses en la feria de Sevilla» denuncia Más y Pratt.
Poco a poco la música francesa fue arrinconando al flamenco en la feria. «Coplas tristes o las seguidillas del Fillo. Es un grupo de gente flamenca y de pura raza cañí que cantan lo jondo sin acompañamiento de guitarra, graves y extasiadas como sacerdotes de un culto abolido, que se reúnen en el silencio de la noche a recordar las glorias de otros días y a cantar llorando, como los judíos» explica Bécquer.
«El piano, con su diluvio de notas secas y vibrantes, atropella y ahoga los suaves y melancólicos tonos de la guitarra, los últimos y quejumbrosos ecos del polo de Tobalo se confunden con el estridente grito final de una cavatina de Verdi’ según Bécquer.
A mitad del XIX la alta sociedad sevillana encandilada con la corte de los Montpensier muta su carácter externo para parecerse a los recién llegados de Francia, algo que no consiguió Napoleón con la invasión miliar de España en 1808 que no consiguió más que provocar la rebelión de los locales.
Mientras Sevilla dejaba ir parte de su esencia, el primer turismo masivo, «ingleses y franceses», que llegan a Sevilla por feria buscan lo más auténtico y van «a la Fábrica de Tabacos y la calle San Fernando cuando salen a bandadas como las golondrinas las cigarreras» cuando «se dirigen al Real luciendo sus mantones de manila y sus peines altos y enroscados sobre la coronilla. La Cigarrera no es gitana ni flamenca sino un compuesto de ambas» escribe Benito Mas y Pratt.
Junto a los puestos de comida tradicional andaluza «se levanta el lujoso café-restaurante, donde se encuentran paté de foie gras, trufas dulces y helados exquisitos» explica Bécquer.
Mientras que en las buñolerías reina el universo gitano, en las casetas se «Come jamón dulce y pavo trufado, emparedados y pastas de vainilla» y se bebe eso sí «Jerez y manzanilla» cuyo comercio internacional estaba en manos inglesas desde un siglo antes dice Pratt.
«Mas alla hay tascas de feria con carteles de vino y caracoles, menudo, taberna, buñuelos y aguardiente. Alli se ven las hermosas gitanas de pura sangre. La flamenca, suele aparecer allí cantando por todo lo alto y ostentando todas las gracias de sus especies».
«No busquéis ya sino como rara excepción -escribe Bécquer- el caballo enjaezado a estilo de contrabandista, la chaqueta jerezana, el marsellés y los botines blancos pespunteados de verde ; no busquéis la graciosa mantilla de tiras, el vestido de faralaes y el incitante zapatito con galpas ; el miriñaque y el hongo han desfigurado el traje de la gente del pueblo» se queja Bécquer.