Iluminados, alumbrados y otros «herejes» que fueron pasto de las llamas
José Antonio Suárez López
Durante siglos la Iglesia persiguió a las personas que decían que se comunicaban directamente con Dios sin intermediarios porque al no haber intermediarios la Iglesia Católica dejaba de tener sentido y utilidad. Se les llamaba «recogidos», que buscaban el diálogo interior «dejados» o «alumbrados» porque se dejaban pasivamente en manos de Dios.
Según Joseph Pérez, Miembro de Real Academia de la Historia los alumbrados o iluministas, «preconizan un abandono sin control a la inspiración divina y una interpretación libre de los textos evangélicos».
En 1559 tras los acuerdos de paz entre España, Inglaterra y Francia y aún reciente el concilio de Trento, -1563- se recrudece la “caza al luterano” encontrando una fuerte presencia luterana en Sevilla, entre las familias nobles como los Ponce de León o los clérigos Agustín de Cazalla y Constantino de la Fuente (canónigo de la catedral de Sevilla y confesor y capellán de Carlos V), frailes de San Jerónimo y monjas de Santa Paula que acabaron quemados como Juan Ponce de León.
PERSECUCION CONTRA LOS ILUMINADOS
Desde 1511 las persecuciones contra los «iluminados» se extiende por Castilla, Extremadura, -Llerena- y a en Andalucía Córdoba, Jaén, Úbeda, Baeza y Sevilla, el último foco que da paso a la lucha contra los molinosistas o quietistas.
En una carta de 1558 dirigida a Paulo IV, el Arzobispo de Sevilla e Inquisidor General Fernando de Valdés cree que la herejía luterana, se relaciona con los círculos alumbrados. «Los herrores que vinieron los quales llamavan alumbrados o dexados naturales de Guadalaxara y de otros lugares de Toledo y de otras partes heran la simiente destas herexías lutheranas».
EL GRUPO DE LOS ILUMINADOS DE SEVILLA
Hasta 1622, se busca en Sevilla y una treintena de pueblos alrededor a los alumbrados con grupos secretos, amparados por la aristocracia con dos líderes, la Madre Catalina de Jesús, y el cura Juan del Villalpando. En la casa de todos los alumbrados de Sevilla se hallaban las obras de San Juan de la Cruz. Los acusan de fingimientos místicos: visiones, revelaciones, instintos divinos.
PERSECUCION A LOS MOLINOSISTAS
Miguel de Molinos fue el “chivo expiatorio” de un conflicto entre el poder eclesiástico y el civil —que puso en peligro la supervivencia de la unidad católica italiana.
El molinosismo-quietismo daba cabida a una libre expresión de la religiosidad, por lo que cualquiera podía convertirse en intermediario entre Dios y el mundo de los fieles, y por ello resultó una herejía subversiva que, hasta la condena oficial, se propagó en la Iglesia romana.
Seguidor de los iluminados y quietistas, Miguel de Molinos fue condenado a la abjuración y a la cárcel, y fué prohibido la Guía de Meditación “por contener doctrinas peligrosas, proposiciones malsonantes, ofensivas y alguna errónea». Sin embargo después de encarcelado no consiguieron probar estas acusaciones y murió en la cárcel.
EL MOLINISMO EN SEVILLA
El Obispo que fuera de Palermo y luego de Sevilla Jaime Palafox fue el principal defensor de Molinos, publicando en Sevilla y Palermo su obra y predicando en el púlpito de la catedral de Sevilla, con la Guía de Molinos en la mano. Poco después fue obligado por la Inquisición a retractarse condenando las tesis del hereje Molinos. Escribió entonces que era «un pérfido que, con infernal malicia, supo esconder sus execrables errores y abominables obscenidades» y que no había dudado en ocultarse detrás de los enunciados teológicos de Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
En Sevilla y provincia hubo numerosas condenas por molinismo durante cien años como la beata Dolores López, última persona quemada por la Inquisición o el clérigo de San Sebastián de Marchena Juan de los Ríos. Aunque fuesen casos de índole carnal, también se les acusaba de molinistas ya que la Inquisición tenía potestad sobre la ortodoxia católica.
La primera condenada por molinismo en Sevilla fue Ana Ragusa, italiana vecina de Sevilla en 1692 condenada por hereje y secuaz de la secta de Miguel de Molinos y de los alumbrados, en auto de fe en la iglesia de Santa Ana en Triana que dijo no aceptar la obligatoriedad de las prácticas religiosas diarias, los sacramentos, ni la oración vocal. Prefería la forma de oración interior, dirigiendo sus palabras directamente al Señor sin la intermediación del sacerdote.