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Las danzas de la muerte y el arte de bien morir

De la misma época que las “Cantigas de Santa María”, escritas por el rey Alfonso X , el “Llibre Vermell de Montserrat”  tiene carácter popular y contiene una curiosa danza alegre a la muerte, testimonio único de danza religiosa de la Europa de finales del siglo XIV.

Incluye Ad mortem festinamus, la versión musicada más antigua que se conoce de la Danza de la muerte  danzada a corro en torno a un cadáver por hombres y mujeres que aluden a las distintas clases sociales el Papa, el Obispo, el Emperador, el Sacristán, el Labrador, escrita a raiz de las muchas epidemias que sufrieron los hombres de su tiempo, siglo XIII.  Las danzas de la muerte se representaban en Semana Santa.

Escrito en 1399 para avisar a los peregrinos que debían evitar “las canciones vanas y los bailes poco honestos durante su viaje y estancia en Montserrat“. especialmente en las horas nocturnas cuando se solía cantar y bailar en la iglesia, una costumbre medieval.

La danza tiene la finalidad de advertir sobre el fin de las glorias mundanas, reprende sobre el cultivo de lo material y lo efímero de la vida terrena. Se cree que las danzas macabras eran de hecho bailadas y representadas teatralmente en el siglo XIV.

La Danza de la Muerte del Llibre Vermell aparece pintada en los muros del convento de San Francisco de Morella (Castellón).

EL ARTE DE MORIR

A diferencia de las danzas macabras, que mostraban la muerte como un fenómeno colectivo, los ars moriendi representaban una muerte más íntima e individualizada. Las guías de bien morir fomentaban una actitud más serena para evitar los miedos y angustias que ocasionaba que el demonio acechara en la última batalla del ser humano,

A causa de las epidemias, lo que mas preocupaba a los hombres de la edad media era la posibilidad de morir de forma repentina sin haber podido recibir consuelo espiritual. Para evitarlo, surgieron unos manuales llamados Ars Moriendi, o el arte de bien morir. guías con consejos y ejercicios prácticos para salvar el alma. El libro se convirtió en un superventas y dio lugar a más de cien ediciones.

El moribundo debía centrarse con todas sus fuerzas en oraciones, como recoge el capítulo XI del Ars moriendi, al aconsejar “clavar los ojos en el crucifijo, rezando sin cesar las debidas oraciones y apretar los dientes para no dejar escapar ningún suspiro o murmullo de dolor”, agarrando tan fuerte como le fuera posible el cirio encendido que le ponían entre las manos.

Savonarola, Erasmo de Rotterdam, y fray Antonio de Guevara argumentaron que la mejor preparación para la muerte era una vida buena y honesta. A diferencia de las danzas macabras, que mostraban la muerte como un fenómeno colectivo, los ars moriendi representaban una muerte más íntima e individualizada, en gracia con Dios.