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Cuando los placeres de la carne se practicaban junto a los cementerios de Al-Andalus, a las puertas de la muralla

La espiritualidad y las pasiones desbocadas se daban cita a las puertas de la muralla en los cementerios de Al Andalus. Aquí la carne se rozaba con las calaveras, hasta extremos insospechados. 

       El viajero alemán Münzer relata que en 1494, la vida y la muerta se daban la mano en la ciudad de los muertos. Terminado de enterrar un cadáver, se sentaron junto a su tumba un imâm, que cantaba mientras siete mujeres vestidas de blanco, -color del luto árabe- esparcían ramos de oloroso arrayán sobre una reciente sepultura.

En Osuna ha aparecido un enterramiento musulmán, “maqbara” de la zona norte, datadas entre periodo Taifa y Almohade (S. XI-XII)  compuesta por 21 tumbas -aunque el enterramiento era mayor- en el arrabal extramuros de Santo Domingo durante unas obras públicas en la zona.

 Los cementerios andalusíes estaban a las afuerras de las puertas de la muralla sin vallado alguno, junto a los caminos principales que iban a las puertas de la ciudad y el que lo fundaba gozaba de beneficios en la otra vida, lo mismo que si hubiera edificado una mezquita, excavado un pozo o reparado un puente. Eran controlados por un cadí (qâdî) y un almotacén (almuhtasib), creaban nuevos nichos en caso de acrecentamiento de población o epidemia; etc. Todo alcázar regio solía tener también su rawda (jardín), es decir, su panteón, casi siempre en un jardín. 

 Existían varios cementerios fuera de muros, en que recibían sepultura los vecinos de los barrios inmediatos a cada una de las puertas de la muralla en cuya proximidad estaban. Esa situación de los cementerios era un obstáculo para el desarrollo de la ciudad y la formación de arrabales.

Al conquistar los cristianos las ciudades musulmanas de la Península, las Makbaras quedaron sin uso y sus piedras y ladrillos sirvieron para la construcción de iglesias y obras públicas,  y dio lugar a topónimos como almocáber» o «almocóbar.

En las ciudades medievales cristianas, en cambio, muertos y vivos se amontonában dentro del recinto murado, al estar los cementerios, primero, en torno a las parroquias; y hasta el siglo XIX, se enterró a las gentes en el interior de los templos.

EL HALLAZGO DE OSUNA

Según informe del Servicio Arqueología y Patrimonio del Ayuntamiento el espacio funerario es mucho más amplio, y presenta indicios de la misma cronología cerca de la Cilla del Cabildo donde se localizó un enterramiento infantil con la misma tipología.

Se trata del final del arrabal de Santo Domingo, que ocuparía gran parte de la superficie actual del barrio que se supone que debía ser una de las zonas más pobladas e importantes a extramuros de la villa antigua.  Es el tercer arrabal andalusí hallado en Osuna.

Los restos aparecen en fosas simples entre los 40 y 60 cms y anchos de 30-50cms, siguiendo la tipologia “malikí” en posición de cúbito supino lateral, con las piernas ligeramente flexionadas y con la cabeza orientada hacia la Meca.  Según la norma islámica, son muy simples, realizados a poca profundidad en tierra y simplemente incorporando un sudario o la misma parihuela donde portaban al fallecido.

No existen ajuares ni elementos de valor, salvo en el caso de algún enterramiento femenino que, en ocasiones, se obviaba la normativa funeraria y si incluían piezas pequeñas como pendientes o un collar.

Se detectan un gran número de fosas infantiles y al menos tres femeninos, y en uno de estos casos sólo se ha recuperado un pequeño pendiente metálico de aro doble y algún fragmento cerámico de la época.

QUE HACÍAN LOS ANDALUSÍES EN LOS CEMENTERIOS A LA HORA DE MAS CALOR EN VERANO

 Los viernes, sobre todo después del salat al-yümu’a en la mezquita mayor, los caminos que conducían a los cementerios estaban concurridos por una muchedumbre de ambos sexos. Jóvenes elegantes entablaban conversación con las mujeres que iban solas.

Entre las tumbas se levantaban tiendas, en las que las mujeres permanecían largo rato para huir de las miradas indiscretas, excusa para que los hombres  fueran a las necrópolis para seducir a las mujeres que las frecuentaban, sobre todo en verano, cuando a la hora de la siesta estaban desiertos los caminos. 

Además, acudían vendedores de todo tipode productos relatores de cuentos e historias, decidores de la buenaventura y músicos y se daba el abuso de beber vino cerca de las tumbas.

        Lo mismo en el interior de las ciudades que en sus alrededores y en pleno campo, abundaban las qubbas, tumbas cuadradas, abiertas por uno o por sus cuatro lados, a las que cubría una cúpula o una armadura de madera con el sepulcro de algún sufi asceta, que servía de enterramiento comunal, atraídos por la baraka (beneficios espirituales) del lugar.

La qubba daba origen con frecuencia a una zawiya, edificio o grupo de edificios levantados casi siempre en torno a un sepulcro venerado, destinados, a albergar a los miembros de una escuela sufí, o como escuela coránica y hospedería gratuita, en los que solía haber un cementerio destinado a las personas que deseaban reposar definitivamente a la sombra de los restos del morabito.

SABER MAS

Abad Castro, Concepción, González Cavero, Ignacio, “Los enterramientos reales de Córdoba y el particularismo religioso andalusí en el contexto de la arquitectura funeraria islámica hasta el siglo X”, Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, 20 (2008), pp. 7-18.
Casal, Mª Teresa, “Los cementerios islámicos de Qurtuba”, Anales de Arqueología Cordobesa, 12 (2001), pp. 283-313.
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