Porqué un cajón de canela valía más que la vida de un hombre
José Antonio Suárez López
En 1642 un cajón de canela valía más que la vida de un hombre. Ese año Antonio Fernández Martos vecino de la villa de Marchena reclama a la Inquisición de México seis cajas de canela consignada a Simón Báez Sevilla, comerciante criptojudío recién encarcelado por la Inquisición y uno de los líderes de la comunidad judía sefardí sevillana en México. Por este motivo sus seis cajones de canela quedaron en paradero desconocido.
Tartas, chocolates, gachas, bechamel, licores, incluso platos de pollo y cerdo. La canela se usa en todas las cocinas del mundo. Las culturas antiguas la usaron en perfumería y ritos fúnebres y de embalsamamiento, asociada a la vida eterna. Se dice que la propia Cleopatra se lavaba el pelo con canela de Ceilán. Para esconder su verdadero origen los libros se llenaron de historias fantásticas sobre la canela para despistar sobre su origen.
Los indios salagamas, establecidos en la isla de Sri Lanka desde Kerala, -India- tenían entre sus tradiciones y costumbres el cultivos y recolección de la canela, que se obtiene de la corteza interior de del árbol del canelo, atribuyéndosele propiedades estimulantes del sistema nervioso, circulatorio, respiratorio y gastrointestinal. Toda persona que cortase un árbol de canela en Sri Lanka sin ser de los salagama incurría en pena de muerte.
Cuando el portugués Lorenzo de Almeida tomó la isla de la canela (Sri Lanka) en 1505 y su compatriota Suarez de Albegaria obtuvo el permiso para establecer una colonia en Kotte, su capital, ya se usaba la canela como moneda de pago. Desde entonces el rey de Kotte pagó un tributo anual de 300 bahars de canela, 12 anillos de rubí y seis elefantes según El Libro de las Especias,
Usada como moneda y para pagar impuestos, solo los muy ricos la usaban, y con el auge del comercio de América bajó de precio y aún así sigue siendo cara.
Báez Sevilla era descendiente de una de las principales familias de comerciantes sefarditas portugueses, que tras más de un siglo de maltrato de la justicia lisboeta habían vuelto a la Sevilla de sus ancestros gracias a una autorización especial del Conde Duque de Olivares para los ricos comerciantes sefarditas portugueses a cambio de elevadísimas tasas e impuestos. Establecidos en la calle Sierpes como comerciantes, conocida como calle de los Portugueses, se hicieron de nuevo ricos participaron en la fundación de la cofradía de mareantes de la ciudad y se establecieron en México desde donde enviaban productos de Filipinas a España y comerciaban por toda América.
Los negocios iban viento en popa para la familia Báez y sus colaboradores hasta que una adolescente de la familia presa de una crisis de identidad religiosa, -vivía en una familia judía en un país católico- fue a confesarse a un fraile y fueron juzgados y condenados 200 personas de su propia familia.
Ajeno al drama familiar el comerciante marchenero Antonio Fernández Martos lo que quería era recuperar sus seis cajones de canela que durante el juicio y posterior encarcelamiento habían quedado embargados por la Inquisición de México depositados en en el receptor general de la Vera Cruz de este Santo Oficio.
El 12 de diciembre de 1644 los Inquisidores Francisco de Estrada y Juan Sáez de la Higuera mandaron llamar a Simón Báez Sevilla «por Dios nuestro señor y con la señal de la Cruz» dijo que este declarante no recibió los seis cajones de canela porque cuando llegó la carga hay muchos días que este declarante estaba preso en este Santo Oficio.
Escuela de medicina de la ciudad de México primera sede de la Inquisición en la ciudad
Por lo que al marchenero no le quedó más remedio que mandar a México a Baltasar de Ureña y Martín de Arbide como apoderados a averiguar qué había pasado con los seis cajones de canela según el Pleito fiscal de Antonio Fernández Martos con el Real Fisco del Tribunal de la Inquisición de México.