En 1833 una terrible epidemia de cólera se extendía por toda Andalucía dejando miles de muertos a su paso. Se trataba de una enfermedad desconocida cuyo origen podría estar en el delta del río Ganges.
El desarrollo de los medios de comunicación y el comercio y la migración provocaron la llegada a España de esta pandemia por diversos puntos. Por el norte, desde Oporto contaminó a Vigo y, por el sur, desde el Algarbe infectó las ciudades de Huelva y Sevilla.
El 9 agosto de 1833 la Junta de sanidad de Huelva declara el estado de contagio en esta ciudad. El 12 de septiembre el Capitán General y Presidente de la Junta Suprema de Sanidad de Sevilla establece un cordón sanitario para las villas de Palma del Río, Luisiana, Marchena, Morón, Coronil, Lebrija, Ventas del Cuervo, Almonte, La Palma, El Pozuelo, El Berrocal, Castillo de las Guardas, El Ronquillo, Almadén de la Plata, El Pedroso y Puebla de los Infantes. Andalucía fue la región española más castigada por esta epidemia de cólera.
Las primeras noticias de la presencia de la enfermedad en Andalucía se remontan al 9 agosto de 1833 cuando la Junta de sanidad de Huelva declara el estado de contagio en esta ciudad. Al conocerse las novedades de la ciudad vecina, en Sevilla se tomaron medidas preservativas como la prohibición de funciones religiosas y cívicas, el cierre del teatro, la suspensión de corridas de toros y de procesiones.
Según Porrúa y Velázquez, joven médico que asistió a los enfermos, la invasión en Sevilla se habría producido por el contacto con un buque inglés que vino a cargar lanas y que trajo algunos coléricos entre su tripulación. Los estibadores del puerto de Sevilla se habrían contagiado de éstos y habrían introducido la enfermedad en la ciudad, de ahí que el primer barrio afectado fuera el arrabal de Triana. Ante la aparición de varios casos de cólera, la Junta de sanidad sevillana declaró el contagio de Triana el 4 de septiembre de 1833, disponiendo la incomunicación de la capital con el resto de la provincia.
El día 9 de septiembre se estableció un cordón sanitario cortando el puente de barcas y se hizo trasladar a la orilla de Sevilla los barcos que estaban atracados en la calle Betis. Se instaló un hospital provisional para coléricos en el Convento de San Jacinto, trasladando a la comunidad religiosa al Convento de San Pablo
Los médicos habían constatado que el hacinamiento y la mala alimentación provocaban la aparición de focos que posteriormente era muy complicado erradicar, de modo que la Secretaría del Real Acuerdo y Gobierno de las Salas del Crimen de la Chancillería de Granada dirigió una orden a “los corregidores, alcaldes mayores y justicias” de diversas poblaciones de Andalucía para que cuidasen el estado de sus cárceles y evitasen la acumulación de presos en condiciones insalubres, liberándolos si es preciso.
«Que los corregidores, alcaldes mayores y justicias de los pueblos de su distrito, sustancien y determinen con la prontitud y celeridad que permita la observancia de las Leyes, las causas de los reos presos, abreviando para ello los términos, cortando las dilaciones, y omitiendo cuantas y diligencias no sean precisas para cumplir legalidad de los procedimientos».
«Que con este objeto redoblen sus esfuerzos y trabajen sin descanso en la sustanciación de las mismas. Que cuando de ellos aparezca no poder imponerse a los presuntos reos pena corporal, procedan desde luego a su excarcelación bajo las seguridades de derecho».
Que sin la menor dilación, y valiéndose de cuantos medios estén dentro de sus atribuciones procuren la salida de las cárceles de los reos ya sentenciados, dando cuenta en su caso de los obstáculos que se presenten para ello.
El temor al cólera sacó lo mejor y lo peor de muchos sevillanos, así mientras algunos médicos de renombre se negaban a cruzar el puente para socorrer a los trianeros y eran impelidos a cumplir su misión a punta de bayoneta, otros ya jubilados o recién salidos de las aulas universitarias se presentaban como voluntarios. Análogo comportamiento tuvo el clero, si el arzobispo salía de la ciudad a las primeras de cambio, los monjes de los conventos del Santo Ángel y de San Pablo cruzaban el puente voluntariamente para asistir a los enfermos.
Al concluir la epidemia, de los 96000 habitantes de la ciudad, habían padecido la enfermedad 24000 sevillanos, de los que habían fallecido 6262. el mal volvió a segar la vida de cientos de sevillanos en las epidemias de 1854, de 1865 y de 1885.