En 1852, un cura llamado Martín Merino intentó matar a la reina Isabel II clavándole un estilete en el abdomen, aunque las ballenas del corsé pararon el golpe y la reina pudo salvar la vida celebrándose con grandes fiestas en Santa Maria de Marchena.
Martín Merino y Gómez nació en Arnedo (La Rioja), en 1789. En 1808 ingresó en los franciscanos, aunque su formación sacerdotal tuvo un paréntesis con la Guerra de la Independencia, en la que participó como guerrillero. Sus ideas liberales le llevaron a exiliarse en Francia, de donde volvió en 1821, cuando también se salió de la orden. Al poco, escribió el periodista Diego San José, Merino “firme siempre en su credo liberal, tomó parte en la revolución del 7 de julio de 1822, intentando ese día librar a España de la tiranía de Fernando VII abalanzándose a su paso y gritando: ”¡Mueran los perjuros!“; consiguió huir, pero fue preso en 1823”
El cura Merino se unió a una partida de rebeldes que operaba en la provincia de Sevilla durante la invasión francesa y se ordenó sacerdote en 1813 en Cádiz y en 1819 se exilió a Francia debido a sus ideas liberales. Ya en 1822 fue arrestado por insultar al rey Fernando VII y estuvo preso por su activismo liberal y volvió a Francia donde se impregnó de las ideas liberales .
El 2 de febrero de 1852 poco después de haber dado a luz la reina, Merino pudo entrar en el palacio Real de Madrid por su condición de cura y cuando se encontró con la reina sacó un estilete de la sotana y le dio dos puñaladas a la Reina provocándole una herida de 15 centímetros, un golpe amortiguado por los bordados de oro del traje y las ballenas del corsé. Fue juzgado y condenado a muerte, y su cuerpo quemado después de morir.
El cura Merino, valiéndose de su hábito, se había colado en la basílica de Atocha, adonde Isabel II había llevado a misa a su hija, nacida poco antes, y había asestado una cuchillada a la monarca, que se libró de la muerte gracias a que el corsé amortiguó el golpe del cura, quien fue detenido en el acto.
Galdós da cuenta en sus ‘Episodios Nacionales‘ de la ejecución del cura: “El verdugo volvió a colocarle la argolla; acomodó Merino su pescuezo… Sus últimas palabras fueron: ”Ea, cuando usted quiera“”.