En el punto más elevado del conjunto el torreón de la muralla que ha sido restaurado se ha bautizado como «El Mirador de la Duquesa» por Maria Alvarez de Toledo y Figueroa, (1490-1546) madre de Rodrigo, el Virrey de Nápoles y Valencia, célebre por su papel en la revuelta de Massaniello, y esposa de Luis Cristóbal Ponce de León, para cuya boda se reformó el Alcázar medieval para convertirlo en un lujoso palacio renacentista.
Uno de los paneles explicativos indica el torreón donde pudo estar el mirador de la Duquesa, y aparece un dibujo con una reconstruccción hipotética de cómo sería ese mirador si se conservase hoy día, a partir de elementos coetáneos de otros edificios del siglo XVI. Tal y como se indica en el panel, varios elementos indican que este mirador de la Duquesa estuvo en este torreón definido por los restauradores como torreón uno.
La misma existencia de unos jardines entre el Palacio, la Muralla y Santa María, y las vistas que tiene sobre la campiña lo convierten en un elemento muy interesante para el futuro por su potencial para el turismo y la cultura, especialmente como escenario de eventos culturales, música antigua, turismo teatralizado o eventos culturales. Actualmente un panel recuerda el sitio donde estuvieron los jardines de Palacio.
María de Toledo unía en su sangre el linaje de los Alvarez de Toledo, que hoy tienen los Duques de Medina Sidonia y los Duques de Alba, los Pacheco, -Marqueses de Villena- familia política de Rodrigo Ponce de León Marqués de Cádiz a través de su esposa Beatriz Paheco, hija del Marqués de Villena y los Portocarrero, señores de Palma del Río.
En esta reforma del Alcázar que costó varios millones de maravedíes se construyeron lujosos salones, con artesonados y yeserías, paneles de azulejos y se abrió un jardín mirador hacia la muralla Barbacana, que en la restauración de la muralla es el espacio conocido como «Jardines de Palacio» que existió hasta principios del siglo XX tal y como lo evidencian una fotografía de Salvador Azpiazu.
También se construyó un juego de pelota, el patio de las mujeres, el cuarto de la duquesa, las casa del Duque y del primogénito, habitaciones para invitados ilustres y gastaron un millón de maravedíes solo para construir una escalera monumental, con sus azulejos y yeserías.
La recuperación de los Jardines del Palacio es el siguiente paso necesario en la puesta en valor de la muralla para hacer la zona más atractiva a los visitantes y una vez que se han recuperado los accesos originales al solar donde estuvieron los jardines desde la muralla Barbacana.
Tal y como muestra la foto de Azpiazu de finales del XIX los Jardines de Palacio tenían unos medallones enmarcados en columnas y arcos y rematados por almenas que iban desde la iglesia de Santa María hasta el Palacio propiamente dicho. Además los jardines tenían palmeras, cipreses y fuentes que en opinión de los expertos deben estar en su ubicación original y que pueden aparecer si se excava a varios metros por debajo de la cota actual.
La boda de Luis Cristóbal Ponce de León, que pretendía ser un prototipo de Duque humanista y culto y María de Toledo en 1542 reforzó la posición de los Ponce de León en la estructura de poder de su tiempo. Luis Cristóbal fue General de la Armada de Flandes y pagó de su bolsillo la estancia de toda la corte de Felipe II en tierras flamencas según recoge Juan Luis Ravé en su obra El Alcazar y la Muralla de Marchena. Además fue embajador en Francia y el Rey Carlos IX de Francia le regaló en su despedida un anillo de diamantes valorado en 8000 ducados.
Como mecenas y protector de las artes, acogió en el Palacio Ducal de Marchena a Cristóbal de Morales, uno de los más importantes compositores españoles de todos los tiempos y al influyente jesuíta San Francisco de Borja que fue el impulsor de la fundación en Marchena del colegio jesuíta de la Encarnación (Santa Isabel). Luis Cristóbal también fue coleccionista de libros y mandó traer un molino de viento de Holanda.
Pedro Jausel, flamenco y vecino de Sanlúcar trajo el Molino de Viento desde Holanda que se instaló en el barrio de San Miguel de Marchena en septiembre de 1550. Marchena era uno de los pocos pueblos que por entonces disponía de un molino holandés. El Duque pagó ciento cincuenta mil maravedíes para ir a Flandes y traer un molino de viento.