Zurbarán, famoso pintor extremeño conoció un fabuloso éxito en Sevilla a partir de 1627, sin ser sevillano y ejerciendo su oficio como ”maestro pintor de la ciudad” sin satisfacer el examen del gremio de pintores de la capital hispalense.
Asombrosa es la invitación para ejercer su oficio en la ciudad por el Ayuntamiento de Sevilla en 1629 y del mismo modo muy singular la llamada a la Corte en 1634: su reputación y su amistad con Velázquez le brindaron la oportunidad.
«Por mandato de la visita pasada del dicho señor visitador hizo el mayordomo nueve cuadros pintura sobre lienzo un crucifijo una concepción y un san juan bautista y seis apóstoles que todo se hizo en la ciudad de Sevilla y cuando se concertaron la hechura de ellos de diez ducados y por todos pagados a Francisco de Suberán (sic) vecino de Sevilla maestro que los pintó noventa ducados de que mostró recibo suelto» según se refleja en el tomo IX de Cuentas de Fábricas de San Juan de Marchena.
Zurbarán fue bautizado en su parroquia de Nuestra Señora de la Granada de Fuente de Cantos, el 7 de noviembre de 1598.
Luis de Zurbarán, su padre, de origen vasco, era un negociante acomodado, era probablemente el tendero más rico de la localidad. El apellido Zurbarán aparece varias veces a mediados del siglo XVI en el Archivo de Indias: seis miembros de dicha
familia piden pasaje para el Perú.
El 15 de enero de 1614, Luis de Zurbarán firma el contrato de aprendizaje de su hijo con un tal Pedro Díaz de Villanueva, “pintor de imaginería” del cual se sabe poco, para un periodo de tres años. En 1617 se estableció en Llerena, donde estuvo diez años y nacieron sus tres hijos y establece un obrador sin someterse al examen gremial que permitía ejercer el oficio de pintor e instalar su obrador en Sevilla.
En 1626 firmó un nuevo contrato para pintar ventiún cuadros para los dominicos de San Pablo el Real, en Sevilla y en 1628 tras firmas contrato con el convento de la Merced Calzada, se instaló, con su familia y los miembros de su taller, en Sevilla. Le llovían los encargos de las familias nobles y para los grandes conventos ante el enfado de otros artistas por no pasar el examen del gremio de pintores.
Su hijo Juan de Zurbarán es conocido por sus bodegones. En 1638 empezó a producir pinturas religiosas para el mercado americano.
En 1634 marcha a Madrid, solicitado por Felipe IV y siendo nombrado pintor del Rey, probablemente gracias a Velázquez para que, en unión de otros pintores —entre ellos Velázquez—, decorara el Salón de Reinos del nuevo palacio real del Buen Retiro.
En 1658 los cuatro grandes pintores —Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano y Murillo— se encontraban en Madrid. Zurbarán testificó durante la investigación llevada a cabo sobre Velázquez, lo que le permitió ingresar en la Orden de Santiago.
En Madrid Zurbarán se inspiró en el Apostol Santiago que hizo Rubens para el Duque de Lerma que recuerda al que luego pintó para Marchena, considerada la mejor obra de los apóstoles.
El viejo pintor tuvo al parecer una buena clientela privada madrileña pero
su salud decayó pronto (su última obra firmada es de 1662), y falleció en 1664
después de una larga enfermedad que empobreció a su familia.
En su enorme producción conservada en España y América le ayudó su taller, compuesto por su hijo Juan de Zurbarán, exquisito pintor de bodegones, Ignacio de Ries y los hermanos Miguel y Francisco Polanco así como Bernabé de Ayala, de quienes ya en el siglo XVIII, se decía que sus obras se confundían con las de su maestro y Juan Luís Zambrano que intervino seguramente con intensidad en la serie de la Merced Calzada.
Estos imitadores, después de pasar por el obrador del maestro, se hicieron pintores independientes y siguieron recreando su estilo en el ambiente pictórico sevillano. El trabajo actual de los investigadores de como Odile Delenda consiste en distinguir la obra del maestro de la obra de sus discípulos e imitadores.