El descubrimiento de los restos romanos en el yacimiento de «El Lavadero» se produjo el 1 de junio de 2015, cuando comenzaron las labores arqueológicas en el sitio para construir unas tuberias. Estas intervenciones documentaron estructuras de notable valor arqueológico, incluyendo un canal romano, un estanque circular revestido de mortero impermeable, y otras construcciones que datan del Alto Imperio Romano, con una cronología que abarca desde el siglo II a. C. hasta el siglo V d. C. Antes de esta excavación enpequeños circulos eruditos del municipio se conocía la existencia de este lavadero y de sus ruinas romanas, que se decía estaban preservadas en el subsuelo, y ahí siguen.
Pese a que fue una infraestructura clave para esta zona del municipio durante siglos quedó olvidado probablemente por periodos de sequía y en 1832 se produjo el redescubrimiento y puesta en valor del Arroyo tras un episodio de lluvias. El redescubrimiento del manantial de «El Lavadero» se menciona en las actas municipales del cabildo celebrado el 30 de abril de 1832.
Aunque en el pasado romano El Lavadero hubiese tenido importancia, lo cierto es que en la primera ordenanza municipal de la era moderna, las de 1528 nada dicen del Lavadero, pero si de otros pilares y fuentes como los del pozo de la villa del arrabal de la Puerta de Sevilla, donde trabajaban los hortelanos, pilar de la Vega, donde bebian yeguas y bueyes, pilar de la Fuente de Recacha, la fuente de la huerta Benjumea, fuente del Arrabal, o plaza vieja.
En 1832 el Cabildo estaba compuesto por figuras clave designadas por la Real Audiencia, siendo el alcalde mayor José Aguilar Galeote y el regidor primero decano Tomás de Morales y Palma, diputado de Hacienda que representaban intereses locales del sistema absolutista.
La miseria de muchos habitantes, era un hecho agravada por las agresiones sufridos durante la reciente invasión francesa y posteriores oleadas revolucionarias y contra revolucionarias, lo que dejaba un vecindario «mortificado por los múltiples impuestos actuales» y enfrentando dificultades para cumplir con sus obligaciones fiscales. De esta forma el Ayuntamiento que no tenía dinero dejaba el pago de las obras públicas más urgentes en las manos de los principales contribuyentes, es decir los más ricos del pueblo.
El Lavadero descrito como una fuente de agua «abundante, hermosa y medicinal», fue hallado casualmente debido a las lluvias de Abril y la erosión. Al ser considerado un beneficio para la comunidad, y de utilidad pública por sus propiedades curativas, se pide a los principales contribuyentes del pueblo que aporten dinero para su puesta en valor.
«Situado cerca de la ermita de San Roque, (germen del actual cementerio) este arroyo, ahora convertido en manantial medicinal, ha sido protegido por una estacada de cuatro varas y media para evitar daños por temporales.» «Mira al mediodía (sur) en línea recta al escarpado y áspero camino de Morón, a 32 varas y media en línea oblicua hasta la ermita de San Roque que está hacia levante.»
Con el objetivo de facilitar el acceso a este manantial, se construyó un camino que partía de la calle Méndez. La obra, financiada mediante una suscripción voluntaria, ascendió a 759 reales, y las obras fueron dirigidas por el maestro alarife Hipólito Ximénez.
«Se ha hecho por cuenta del Ayuntamiento una obra de empiedro y estacada de cuatro varas y media que le sirve de defensa, ya que en la actualidad se sufre un tiempo muy empeñado en lluvias y temporales que puede producirle irreparables estragos.»
Fue pagado por 49 contribuyentes, destacando don Juan Ternero Olmo, Manuel Ternero Olmo, Agustín Hidalgo, y doña Josefa Díez de la Cortina, quienes aportaron 20 reales cada uno. Además, se pagaron peonadas a tres reales y un cuartillo cada una. «Los vecinos de Marchena, mostrando su generosidad y solidaridad, han contribuido en especie y en metálico para sufragar esta obra tan útil» destacan las actas capitulares.
Durante las discusiones en el Cabildo municipal, se vio la necesidad de construir un camino hacia el manantial que se justificó como «de absoluta necesidad para aprovechar los beneficios de estas aguas», destacando la conveniencia de garantizar un acceso seguro y permanente al lugar. El informe menciona que el camino tuvo que superar un atolladero importante: «un difícil paso de 70 varas que requería trabajos adicionales para garantizar la seguridad del tránsito» según «Marchena siglo XIX – Absolutismo versus Constitucionalismo – Marchena 1800 ~ 1833 – Tomo II» escrito por José Alcaide Villalobos. Este texto recoge detalladamente las actas capitulares y documentos de la época, en las que se relatan los eventos históricos y decisiones del Ayuntamiento de Marchena en 1832.