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El sacerdote republicano de Osuna que dedicó su vida a la enseñanza del hebreo y se exilió en Marchena

Cuando Antonio María García Blanco, (Osuna 1800 –1889), -cuya vida sería digna de haber sido narrada en un cuento de Borges-, vio entrar a los franceses en Osuna en 1808 nada  hacía aún presagiar que entregaría su vida a la enseñanza de un idioma que hacía cinco siglos no se hablaba en la Península. El clero y la nobleza temerosos de que el reformismo napoleónico acabara con sus privilegios, inclinó al pueblo a la causa anti-francesa.

Osuna era entonces y ahora el único pueblo de la provincia donde se podía estudiar hasta tener una carrera universitaria sin salir del pueblo gracias a que el Duque que llamaban santo, fundó su Universidad en el XVI, refundada en los años 90. Esto produjo generaciones excepcionalmente bien formadas en un entorno rural y pobre, así como brillantes casos de hombres de letras como Rodríguez Marín y García Blanco, sin descartar todas las ramas del saber como el liberalismo y el hebraísmo.

El camino de los García Blanco era distinto.  Su  padre, el médico Antonio García y García, diputado liberal a cortes en 1820, y catedrático de Filosofía de la Universidad de Osuna, hizo que sus tres hijos estudiaran en esta Universidad.

El padre le marcó el camino a Antonio, que quería ser cura. Le disuadió de que para comprender el antiguo testamento era necesario aprender hebreo, pero en Osuna nadie conocía esa lengua hasta que llegó a la Colegiata, desterrado, el canónigo liberal represaliado, Pablo de la Llave, que desde 1818  le enseñó los secretos del hebreo hasta 1820 en la Universidad de Osuna, clausurada en 1824, tras casi 300 años de vida.

«Absolutamente parece que no llevó la providencia a  Osuna a don Pablo de la Llave, más que para que yo me iniciara en el Hebreo, pues que apenas podía yo leer y comenzaba a traducir, cuando me lo arrebató la misma revolución que me lo había proporcionado».

Siguiendo a su padre y a su hermano llegó a Madrid en 1820, en pleno trienio liberal, -cuando la familia gozó de las mieles del poder, y de una breve paz que duraría poco, antes de que llegara una persecución y el absolutismo-. En Madrid ayudó a su padre en su tarea política y allí estudió con el principal hebraísta español Francisco Orchell, de quien fue continuador y ya ideaba métodos para simplificar la enseñanza del hebreo. El y su familia escaparon de la persecución absolutista huyendo a su finca rural de La Gomera, término de Osuna, cuatro años.

Documentos de la colección de Autógrafos custodiada en la Sección de Diversos del AHN. Firma de García Blanco. 

Sale de su destierro tras ganar unas oposiciones eclesiásticas en Valdelarco, Huelva y luego otra en Ecija y en Sevilla fue catedrático de Hebreo en la Universidad desde 1834. En 1836 fue elegido diputado por Sevilla y marchó a Madrid donde votó contra la Regencia de María Cristina.

EXILIADO EN MARCHENA

Entonces «se desbarata la casa, mi padre vuelve a Marchena, en donde estaba la familia desde el año de 1825 y yo me vengo a Madrid, atravesando por Córdoba y Ja Man­cha, cuando acababa de pasar la facción de Gómez, con inminente riesgo y siendo yo mismo portador del acta de las elecciones».  Tras la reacción de 1856 hasta el 68 vivió exiliado en Marchena, tras obtener licencia de la Universidad de Madrid para escribir un diccionario hebreo-español. 

Tras la Revolución de 1868,  fue nombrado decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, hasta que se jubiló en 1877.

Practicó de forma continuada una religiosidad disidente, por la que se le terminó privando de su magistralía sevillana, y se fue frustrando, en el plano político, con el turnismo isabelino, por lo que pasó largas temporadas en Marchena (Sevilla), lejos del ambiente viciado de la capital.

Tras su jubilación vivió en Marchena y Sevilla, ciudad en la que conoció y trabó relación con Manuel Machado (1874-1947) y Francisco Rodríguez Marín (1855-1943) y finalmente vuelve a su Osuna natal en 1883 sin que nunca dejara de escribir. 

Escribió en vida un relato autobiográfico para ser publicado después de su muerte, su increíble «Oración de un muerto en el día de su entierro», aparecida en el mismo año
de su muerte, 1889. o la obra titulada «Para el año 1900, homenaje a Giordano Bruno».

Inventó un método propio, que se refleja en su obra más importante, el Diqdûq, o Análisis filosófico de la escritura y lengua hebrea (1846-1851) una traducción de la Biblia hebrea y un Diccionario Hebreo-Español.