Galería de recuerdos de un Viernes de Dolores sin miedo en las calles
José Antonio Suárez López
JAS. – Cómo imaginar hace un año que esta imagen repetida, -para unos viva y necesaria, para otros gastada por el hastío- del reencuentro con tu hermandad, con tu imagen amada. Esa tradición ancestral, ese rito inicial, iba a despertar en nosotros un anhelo de Paz y Esperanza como el que hoy sentimos.
El último Viernes de Dolores que se pudo vivir sin miedo a contagiarse, en las calles en Marchena (2019) aún estaba reciente la estampa del del Dulce Nombre vestido de nazareno avanzando por las naves de San Sebastián, casi a oscuras.
Algunas velas encendidas. Apenas irse poco a poco y quedar colocado a los pies de su paso y al lado, la Piedad ya con toda la candelería del paso colocada a falta de las flores.
Desde luego que anhelamos ese Vía Crucis de la Vera Cruz, ese cristo de luz, franciscano y crucero, elevarse triunfante sobre un monte de lirios entre rezos de frailes e incienso. La Esperanza Coronada de rezos y cirios decorados.
Claro que echaremos de menos la negrura del Viernes de Dolores en Santo Domingo. Su rostro. El vacío de su mirada. La cara descoyuntada. La boca apenas dibujando una mueca de oscuridad. Claro que echaremos de menos la Angustia, su madre en su palio de plata, a la espera de los días grandes. Echaremos de menos el sermón de las Siete Palabras de Cristo en la cruz. El izado del Cristo de San Pedro a su paso en medio de una iglesia abarrotada y en silencio absoluto.
Por supuesto que echaremos de menos el retranqueo de los pasos de la Humildad y de los Dolores, que este año esperan el mes de septiembre como su mayor esperanza de poder salir a las calles para celebrar su 200 aniversario con normalidad.
Las colas a las puertas de la iglesia de San Miguel, al Padre Javier con su sonrisa y sus manos abiertas en el cancel y el rostro moreno del Divino Nazareno con su hábito blanco en la oscuridad del silencio de su Capilla.
El resplandor y el hábito blanco de su mirada dirigida a sus propias manos. Unas manos en las que ya se posaban los rezos y las esperanzas de tus abuelos. Labriegos de campo y gente sencilla y humilde que tenían en esas manos puestas las esperanzas de sus propias manos.
Claro que echaremos de menos la apertura de puertas de San Agustín, la alegría de niños, Palmas y Ramos en ese patio agustino el Domingo de Paz y el besamano de la Virgen de la Soledad.
Ese cruce de miradas. Esas miradas de madre que se dirigen a la Madre. Esas gargantas que rezando buscan la boca entreabierta como esperando algo de consuelo que no llega.
Como si fuese a hablarnos de un momento a otro Nuestra Señora y Madre de la Soledad desde su trono de historia duques y siglos de Santa María.
Por supuesto que echaremos de menos todo eso pero lo que de verdad echaremos de menos será a los que ya no están con nosotros.
Echaremos de menos coger de la mano a nuestros mayores y dar un paseo bajo el sol y encaminarse a tu capilla o Iglesia antes de que salga tu Hermandad.
Y en el silencio de la capilla sentarte junto a tus mayores en una banca y buscar tus ojos con sus ojos y entablar un diálogo sin tiempo ni espacio.
Echaremos de menos a los que ya no están y los que se han ido en el último año especialmente a los que se han ido en los últimos días o a los que no podemos tener cerca por esta epidemia.
Y ahora por fin todos podemos entender lo que significa la palabra Esperanza. Si en algún momento tiene sentido la palabra Esperanza será éste. Ya lo dijo Joaquín León, maestro de capataces y costaleros. Ya lo dijo Federico Martínez maestro de romanos y nazarenos.
Cuando hay desesperanza hay que poner la vista en los ojos de la Esperanza, que no es una palabra, sino que es un sentimiento.
Y en medio de ese anhelo de Esperanza tocar las manos de nuestros seres queridos, de nuestros mayores, cuanto se pueda y disfrutar de ellos ahora que están con nosotros.
Buscar la Paz, no en San Agustín sino en los ojos. Y si no hay paz, crearla. Hacer la paz. Construirla, llevarla a todo aquel que no la tiene. Haz de mí un instrumento de tu paz. Porque no hay nadie más que nadie, y todos somos iguales en el momento del dolor y de la enfermedad.
Y llevar el amor a todo aquel que no lo tiene. Y solo así lograremos que de verdad sea ésta, una semana que nunca olvidaremos. Y así esta semana será de verdad una Semana Santa.