Testo: Alvaro Cabeza Andrés. Licenciado en Historia y Docente. Fotos: Fototeca de la Bilioteca Municipal de Marchena. SABER MAS HISTORIA
La Corporación municipal encabezada por Vicente Andrés y Torre y compuesta por miembros del Partido Republicano Radical, Acción Popular y Partido Agrario tomó posesión a finales de junio de 1934, es decir, apenas contaba con dos meses para organizar la feria de ese año, la primera que se iba a celebrar en Marchena bajo el gobierno de la derecha republicana. Dada la importancia social y política que siempre tiene el éxito de una feria, el alcalde desde el principio quiso darle el mayor lustre posible y, por esa razón y porque había que dar jornales a los obreros, ya en julio dictó un bando pidiendo a los vecinos que encalaran las fachadas de cara al mes de septiembre.
La situación económica municipal no era nada favorable hasta el punto de que el concejal Rómulo Zúñiga Moreno comunicó que el Ayuntamiento no podía afrontar las 1.000 pts. de la caseta municipal y, de manera ventajista, solicitó ese espacio vacante para la caseta del PRR. Esto provocó la queja del concejal de AP Manuel Espina Romero que había tenido que escoger otro espacio pensando que el Ayuntamiento instalaría su caseta. Tanto Zúñiga como el alcalde, con la excusa de la escasez de tiempo, evitaron que Espina recabara la opinión de los demás miembros de la Comisión de Festejos y el alcalde apeló a su condición de “presidente nato” de todas las Comisiones para cortar de raíz el debate.
En medio de las dificultades económicas llegaron solicitudes tanto de particulares para montar casetas como de industriales que querían instalar atracciones. Entre ellas, hubo una petición de un terreno de 14 metros de circunferencia y otra de 16 metros cuadrados para el “Rápido Irún”, tren en miniatura que era la atracción de moda para los niños. Por su parte, varios empresarios encabezados por el Sr. Valero solicitaron una subvención para montar algunos espectáculos en el campo de fútbol y el concejal Sánchez-Jurado Morillas pidió que los bares pudieran abrir toda la noche en vísperas de feria.
Zúñiga, como miembro de la comisión de Festejos, propuso unos bocetos de José Romero Escassi, “un hijo de la localidad”, para los programas anunciadores y la cartelería. Aunque el alcalde y Espina coincidieron en pedir presupuesto a Sevilla, el alcalde unilateralmente encargó mil copias por importe de 200 ptas a una imprenta sevillana.
Pero si algo suscitó debate en la Corporación fue el asunto taurino por la gran inquietud existente en Marchena ante la posibilidad de que no hubiera festejos. El primer teniente de alcalde, Juan Fernández Croharé, se entrevistó con un empresario sevillano que se comprometía a tres festejos a cambio de la explotación de la plaza. Por su parte, el concejal Francisco Calvo Domínguez, reconocido aficionado a los toros, se ofreció “por el bien del Ayuntamiento” a matar dos novillos. Frente al ardor taurino de Calvo, el alcalde puso un punto de realismo al manifestar que sólo se estaba en condiciones de afrontar el pago de la mano de obra para el montaje del coso por importe de 3.000 pts. y que, de no conseguirse las otras 5.000 ptas. necesarias, no se podrían ofrecer espectáculos taurinos salvo aportación de los comerciantes.
Aunque Espina apoyó esto último, el concejal radical Barbero Dueñas afirmó que el comercio “está muy castigado” y se descartó esa opción. A propuesta de Manuel Suárez Ternero, concejal de AP, se conformó una comisión especial con la presencia del alcalde, Fernández Croharé, Calvo Domínguez y el mismo Suárez Ternero. Finalmente, no hubo espectáculos taurinos dentro del programa oficial pero sí una capea en el campo de fútbol previo pago de una entrada de 10 ptas. Los asistentes, en un número máximo de 150, tenían derecho a comer y a beber y, si alguno se atrevía, podría matar a estoque a la becerra. El organizador, cómo no, fue el radical Francisco Calvo. Los beneficios, 200 ptas., se repartieron entre varios conventos para obras de beneficencia y la Casa Caridad.
El alcalde informó del programa oficial de actos poco antes de comenzar la feria. Insistió en que las dificultades económicas obligaban a aplazar el proyecto de una “feria grande como corresponde al historial y renombre de Marchena” y deseaba que ”el elemento pudiente” no estuviera tan retraído como en los años anteriores. El presupuesto municipal para la feria era de 8.000 ptas. y habría 4.000 bombillas.
Cartel de Pepe Romero Escassi de la Feria de 1936.
El programa incluía, además de las casetas, del paseo de coches y de la calle del infierno habituales, cucañas, carreras de burros, tiradas a pichones, carreras de cintas y espectáculos privados apoyados por el Ayuntamiento si “por la moralidad lo merecían”. Por esa razón, quedaron prohibidos los juegos de cartas, las rifas, los billares americanos y “otras menudencias que no dejaban riqueza pero sí vaciaban los bolsillos”. La feria concluiría con un espectáculo de fuegos artificiales -“fuera de la vulgaridad de años anteriores”, según el alcalde- a cargo de Martínez de Pinillos por importe de 475 ptas.
La rivalidad política también estuvo presente en el exorno de las casetas. La caseta del Círculo Republicano Radical imitaba un patio sevillano y sorteaba regalos diarios entre “señoras y señoritas” al son de la orquesta de Rodríguez Chavarría. Competía con la de Acción Popular cuya decoración con los colores andalucistas se hizo bajo la dirección de Romero Escassi, Jesús Arcenegui Carmona y Francisco Jiménez González y la música corrió a cargo de la orquesta del Casino Militar de Sevilla.
Al finalizar la feria un sector de la población criticaba que el alcalde podría haber buscado atracciones que dieran más realce económico, porque el paseo de coches no reportaba nada y había que atraer visitantes que “trajeran pesetas”, como tiempo atrás ocurría con espectáculos taurinos de las primeras figuras. La causa del deslucimiento estaría, según esos comentarios, en que los egoísmos políticos habrían prevalecido sobre los intereses del pueblo y, como consecuencia, no había sido una feria sino una velada. El alcalde se defendió argumentando que la moderación se debía a la priorización de gastos: “prefiero atender al trabajador antes que hacer gastos en diversiones”.