FUENTE: ARCHIVO HISTORICO NACIONAL
Desde los inicios del siglo XVIII las banderas enarboladas por los buques de la Real ArmadaEnlace externo, se abre en ventana nueva presentaban el escudo real sobre fondo blanco, color común de las diversas familias de la dinastía Borbón que, por aquel entonces, gobernaban en buena parte de Europa. Así, estas enseñas blancas eran usadas, no solo por España, sino también por Francia, Nápoles, Parma o Sicilia. Como cabría esperar, estos parecidos creaban graves confusiones durante las confrontaciones navales donde las inclemencias del tiempo o la simple lejanía de las naves entre sí favorecieron la proliferación de equívocos y de ataques a navíos propios o aliados.
Antiguos pabellones reales, según el boceto de Antonio de Caula
Con el objetivo de mejorar la identificación de las enseñas y de evitar dolorosos accidentes en los encuentros navales, el rey Carlos III encargó al ministro de Marina, a la sazón Antonio ValdésEnlace externo, se abre en ventana nueva, la misión de diseñar una bandera de fácil identificación. Valdés presentó doce modelos en los que proliferaban los colores rojo y amarillo, pero también otros como el blanco y el azul. Mediante Real Decreto de 28 de mayo de 1785Enlace externo, se abre en ventana nueva, se establecía como distintiva de la Marina de Guerra y la Mercante la bandera roja y amarilla, siendo la franja central más ancha para dar cabida al escudo real. Un año después, otro real decreto ampliaba el uso de esta bandera a otras dependencias de la Marina tales como cuarteles, astilleros, plazas y fortificaciones que jalonaban las fronteras marítimas del reino, lo que sin duda contribuiría a la asociación de bandera y territorio nacional.
Varios diseños de bandera presentados por el ministro A. Valdés a Carlos III en 1785 (Según el boceto de A. de Caula)
Sin embargo, a mediados del XIX todavía existía una enorme variedad de estandartes de larga tradición histórica que eran utilizados por las distintas unidades del ejército. Por ejemplo, muchas de ellas seguían usando la cruz de San Andrés o aspa de Borgoña, cuya primera utilización en España se sitúa en el reinado de Juana de Castilla y Felipe el HermosoEnlace externo, se abre en ventana nueva (que, recordamos, era asimismo duque de Borgoña).
Pabellones con el aspa de Borgoña, según el boceto de A. de Caula.
Esta disparidad en el uso de símbolos estaba lejos de sintonizar con los proyectos de reforma que se produjeron bajo el reinado de Isabel IIEnlace externo, se abre en ventana nueva y que estaban sustentados por el ideal de “unidad de la monarquía española”. En efecto, entre las distintas iniciativas de reorganización del ejército, se llevó cabo una unificación de las banderas que habían sido enarboladas durante siglos por sus diversos cuerpos e institutos: la uniformidad pasó por escoger como modelo común a todos ellos el estandarte rojo y gualda. Así, mediante Real Decreto dado a 13 de octubre de 1843Enlace externo, se abre en ventana nueva, el Gobierno provisional en nombre de Isabel II -todavía niña- decretaba que:
“las banderas y estandartes de todos los cuerpos e institutos que componen el ejército, la armada y la Milicia Nacional serán iguales en colores a la bandera de guerra española, y colocados estos por el mismo orden que lo están en ella.”
En este mismo decreto, esta “bandera de guerra”, la roja y amarilla establecida en 1785 para la Marina, se equiparaba a “bandera nacional” y “símbolo de la monarquía española”. Los cierto es que tales colores, de facto, ya habían sido asimilados como propios por el pueblo español como consecuencia de diversos avatares históricos, muy particularmente los acaecidos tras la invasión francesa de 1808Enlace externo, se abre en ventana nueva.
Ya en el siglo XX, a propuesta de Antonio Maura y MontanerEnlace externo, se abre en ventana nueva, presidente del Consejo de Ministros, aparecía un nuevo Real Decreto (dado 25 de enero de 1908)Enlace externo, se abre en ventana nueva en que se disponía que en los días de fiesta nacional debía ondear la bandera española en todos los edificios públicos, tanto civiles como militares. Sin embargo, a tenor del documento que presentamos, parece que existían todavía algunas opiniones -seguramente muy minoritarias- que se mostraban contrarias al uso indistinto del pendón nacional en el contexto civil y militar. La solución planteada por el autor de la nota, Antonio de Caula y Concejo (pintor, conservador del Museo Naval y gentilhombre de Alfonso XII) es la de introducir las oportunas distinciones mediante el escudo de armas que ha de aplicarse en cada caso, para lo cual propone varios diseños que serían remitidas al presidente Eduardo DatoEnlace externo, se abre en ventana nueva.
Para ello propone cinco modelos de bandera (AHNOB,SANTA CRUZ,C.620): la de guerra, que incorpora el aspa de Borgoña [n.º1]; la de marina de guerra -para la cual retoma la original creada por Carlos III a propuesta de Valdés [n.º2]; una “bandera nacional” que ha de usarse para todos los establecimientos del Estado distintos de Guerra y Marina, la única en cuyos cuarteles figuran las armas de Aragón y Navarra [n.º3]; la de embajada y misiones diplomáticas, que incorpora al blasón grande, con presencia de las armas dinásticas y rodeado por el Toisón de Oro [n.º4]; una para yates [n.º5] y, finalmente, otra para buques de comercio y particulares. (también esta había sido otorgada por Carlos III) [n.º6].